Carta desde Washington

Hay que estar

Nadar de muertito no es opción para nuestra agenda de política exterior y para la relación bilateral -y subregional- más importante de México, y mirarse el ombligo bien puede abonar al ego, pero no permite ver la realidad y en este caso particular abona a la miopía diplomática.

Siempre he insistido -en estas columnas, como internacionalista y a lo largo de mi carrera profesional en el Servicio Exterior Mexicano- en cinco consignas esenciales para la concepción y ejecución de la diplomacia mexicana. Primero, que una diplomacia que no asume riesgos suele ser una diplomacia que carece de resultados. Segundo, que el propósito de la diplomacia no es “llevarnos bien con todo el mundo”, sino obtener beneficios concretos para nuestros intereses nacionales. Tercero, que una diplomacia exitosa alinea los objetivos que se persiguen con los instrumentos con los cuales se dispone. Cuarto, que para una nación como la nuestra, hay de dos sopas en el sistema internacional: o nos sentamos a la mesa o estaremos en el menú. Y quinto, que ni las brújulas sirven cuando no se sabe a dónde se quiere ir. Pocas veces estos cinco preceptos se conjugan y entreverán como ahora, con la invitación que el nuevo primer ministro canadiense, Mark Carney, extendió a la presidenta Claudia Sheinbaum para asistir como invitada especial a la Cumbre anual del G7, el foro geopolítico y económico conformado por siete de las nueve mayores economías industrializada del mundo, y que se celebrará esta año en Kananaskis, en la provincia de Alberta, del 15 al 17 de junio.

Varios mandatarios mexicanos han sido invitados a lo largo de distintos sexenios a participar en la cumbre anual -y lo han hecho seis veces- desde 1991. Pero al momento de escribir esta columna, Sheinbaum parece seguir sin confirmar aún su participación. ¿Por qué no deberían pensarlo dos veces la presidenta y su gobierno en aceptar la invitación y asistir?

De entrada, porque permitiría relanzar, con un recién electo primer ministro, la relación bilateral con Canadá, de paso paliando el desdén con el cual se manejó ésta el sexenio pasado, y dejar de lado los dimes y diretes que la han caracterizado desde el otoño de 2024, cuando un par de premieres y la entonces viceprimer ministra amagaron con aventar a México por la borda ante la amenaza de aranceles punitivos del 25 por ciento formulada en ese entonces por el aún presidente electo, Donald Trump. El hacerlo abonaría además a la necesidad imperiosa de seguir trilateralizando la interacción de ambas naciones con nuestro vecino común, hoy instalado en el troleo diplomático encarnado por el propio titular del Ejecutivo estadounidense hacia Canadá, el vandalismo arancelario hacia ambos, y el acoso, la amenaza y contaminación temática de la agenda bilateral hacia México. A lo largo de las últimas tres décadas, a México le ha sido funcional y estratégico trilateralizar la agenda cuando Washington presiona o amedrenta con algún tema que impacta la agenda norteamericana en su conjunto, al igual que lo que le ha ocurrido a Canadá en momentos distintos (a pesar de voces canadienses variopintas que han subrayado a lo largo de los años que Ottawa debe evitar la “mexicanización” de su agenda bilateral con Washington), como cuando en 2018, en un momento de impasse entre ésta y la primera administración Trump, el gobierno mexicano hizo caso omiso cuando desde la Casa Blanca se instaba a nuestro país a cerrar la renegociación del TLCAN con Estados Unidos, dejando a Canadá en la cuneta.

Pero aún más importante, en el actual contexto norteamericano, la asistencia de Sheinbaum a la cumbre le proveería de una primera oportunidad para sostener una reunión cara a cara con Trump, cosa que a estas alturas de la gestión de Sheinbaum y de Trump ya debiera de haberse dado, tal y como ha sucedido con un buen número de líderes de países clave (la lista a los cuatro meses de la toma de posesión de Trump ya es larga) para la diplomacia y los intereses estadounidenses. Pero, además, con Carney como anfitrión, garantiza un espacio neutral y controlado por éste, en lugar del volado que implica acudir a Washington a una reunión bilateral en la Oficina Oval, el sitio de varias emboscadas diplomáticas y mediáticas por parte de su actual inquilino con homólogos de otros países. Tener la posibilidad de un primer encuentro a tres bandas entre los socios norteamericanos adicionalmente permitiría mitigar presiones y, ante todo, de la mano de Carney, medir a Trump y cómo puede venir el inevitable proceso de renegociación (en lugar de una “revisión”, tal y como estaba contemplado originalmente en el texto del acuerdo) tempranera (muy posiblemente en el otoño de este año, en lugar de junio de 2026) del TMEC. El poder iniciar ese diálogo al más alto nivel más temprano que tarde claramente nos conviene para mitigar la incertidumbre económica y en los mercados generada por la guerra arancelaria desatada por Trump, así como dudas en torno a la viabilidad del TMEC y la interrogante de si al final del día acabaremos con sendos acuerdos bilaterales, en lugar de uno regional en Norteamérica.

Por si todo esto fuera poco, estar presente en Kananaskis para el G7 ultimadamente permitiría a Sheinbaum entablar sus primeros contactos con homólogos de países clave para México, construir con ellos relaciones personales, proyectar a México en la escena internacional e incluso impulsar su narrativa sobre el país y su agenda de política pública en momentos en los cuales los reflectores mediáticos -y diplomáticos- internacionales están de nuevo puestos en México como resultado de la alarmante reforma judicial y la malhadada elección para jueces de este domingo pasado.

Pero por el momento nada de esto parece haber inclinado la balanza hacia un sí por parte de Sheinbaum. Carney le transmitió la invitación el 15 de mayo cuando por primera y única vez hablaron por teléfono con motivo de su triunfo en las elecciones generales canadienses. El hecho de que fue la semana pasada cuando, a filtración ex profeso por parte del gobierno canadiense a uno de los principales periódicos de ese país, nos enteramos de la invitación, dice mucho acerca del mutis mexicano y el afán canadiense de que la mandataria mexicana asista para detonar ese peloteo tan indispensable con Trump. ¿En qué consiste la vacilación de nuestro gobierno? A diferencia de su predecesor, Sheinbaum afortunadamente no tiene la inclinación de pintarle el dedo a la política exterior, pero al igual que él, muestra poco apetito y vocación por las relaciones internacionales. El actual parroquialismo diplomático mexicano puede encerrar además una lectura errada acerca de cómo funciona y se mueve la agenda bilateral con EU, rayando en lo timorato, pensando que si aceptamos ir a Canadá eso nos podría poner en una ruta potencial de choque con Trump, y que es mejor torear a Trump desde la barrera y a la distancia. Si es así, discrepo. Qué mejor tener un primer encuentro con él, fuera de Washington (porque está claro que no tiene inclinación alguna para viajar a México), en cancha neutral, arropándonos canadienses y mexicanos los unos a los otros, y empezar a sentar las bases y colocar los parámetros para lo que será, amén de lo que ocurra en el frente arancelario, un proceso muy complejo de renegociación de nuestro acuerdo de libre comercio. De paso, evitaría que talibanes de la 4T la critiquen por ir a Washington o que voces de la oposición argumenten que, al igual que a López Obrador en 2019, ya la “doblaron” a ella también.

Nadar de muertito no es opción para nuestra agenda de política exterior y para la relación bilateral -y subregional- más importante de México, y mirarse el ombligo bien puede abonar al ego, pero no permite ver la realidad y en este caso particular abona a la miopía diplomática. Esconder la cabeza no puede ser una opción para un país como México en el actual sistema internacional de siglo XXI.

COLUMNAS ANTERIORES

Al borde del despeñadero en el techo del mundo
100 días de caos y conmoción

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.