A veces, la diferencia entre la oscuridad y la luz no está en los ojos, sino en las políticas públicas. México tiene más de 16 millones de personas con discapacidad visual, una cifra que debería preocupar tanto como las de mortalidad o pobreza. Cada persona que pierde la vista sin atención oportuna pierde independencia, productividad y bienestar. Por eso, la Sociedad Mexicana de Oftalmología (SMO), al presentar su propuesta de 10 políticas nacionales de salud visual, lanza un llamado a ver el país con otros ojos.
Sin duda, el envejecimiento poblacional y el aumento de enfermedades crónicas, como la diabetes, anticipan una crisis silenciosa: para 2040, los casos de discapacidad visual podrían crecer 72%. Aun con especialistas calificados, la mitad se concentra en seis estados, lo que revela una brecha tanto geográfica como económica. La salud visual debe entenderse como un tema de equidad social, no solo de atención médica.
En este marco, las estrategias de la SMO —integrar la salud visual en la atención primaria, aprovechar la telemedicina, crear un registro nacional y fortalecer la formación médica— apuntan a un cambio estructural. Ningún sistema de salud, por sólido que sea, puede enfrentar solo la magnitud del reto: la colaboración público-privada será decisiva.
Como sabemos, la educación preventiva también es crucial. La vista se descuida porque no duele. Las campañas de salud visual deben ser tan visibles como las de vacunación, incluir tamizajes escolares y aprovechar herramientas digitales que faciliten diagnósticos tempranos.
Pero el eje central es humano. Las campañas deben conectar con jóvenes expuestos al brillo constante de las pantallas, con mujeres en riesgo de retinopatía diabética o con adultos mayores que pueden conservar su autonomía con atención temprana.
México no puede seguir ciego ante un problema con solución. Si las propuestas de la SMO se aplican con visión de Estado, la prevención se convertirá en política de justicia social. Porque ver bien no es un privilegio: es una forma de participar plenamente en la vida.
Pequeños pasos, grandes historias: la fuerza de la inclusión
Cada 25 de octubre, el Día Mundial de las Personas de Talla Baja invita a mirar la diferencia con respeto y empatía. Más que una fecha simbólica, es un recordatorio de que la inclusión no se legisla: se practica. Las condiciones genéticas que provocan talla baja —como la acondroplasia— no determinan la inteligencia ni el talento, pero sí enfrentan un obstáculo persistente: la indiferencia de una sociedad que aún no adapta sus espacios ni su mirada.
En México, una de cada 25 mil personas nace con acondroplasia, la forma más común de talla baja desproporcionada. Más allá de los retos médicos, esta comunidad enfrenta barreras físicas, laborales y sociales que limitan su plena participación. Sin embargo, el activismo ha comenzado a transformar esa narrativa. Historias como la de Mariana Ramírez, joven michoacana que encontró en el arte y el activismo su forma de sanar, o la de Marisela Herrera, fundadora de la Fundación De la Cabeza al Cielo, son prueba de que la empatía puede convertirse en motor de cambio.
A su vez, el doctor David Eduardo Cervantes, del Hospital Central Sur de Alta Especialidad de Pemex, recuerda que el acompañamiento debe centrarse en la salud integral, no en la estatura. La medicina puede atender el cuerpo, pero solo la sociedad puede derribar los muros de la exclusión. La inclusión, al final, es una tarea compartida: de los gobiernos, las empresas, los medios y cada ciudadano.
Así, el lema de este año, “Visibilizar la diferencia para reconocer la igualdad”, sintetiza el espíritu de este movimiento: transformar la curiosidad en respeto y la invisibilidad en voz. Reconocer la diversidad física no es un acto de corrección política, sino una expresión de madurez colectiva.
México avanza hacia una cultura más incluyente, pero aún queda camino. El verdadero reto es que la talla deje de ser una barrera y se convierta en una causa común. Porque cuando una sociedad aprende a adaptarse a todos los cuerpos, también se ensancha su corazón.
Sala de Urgencias
- Esta semana el Senado de la República se iluminó de verde limón para recordar que la inclusión también se construye con luz. La conmemoración del Día Mundial de las Personas de Talla Baja simboliza el compromiso de visibilizar y acompañar a una comunidad que ha enfrentado barreras físicas y sociales. Ojalá este resplandor no se apague con el evento, sino que inspire políticas y actitudes más accesibles, donde la diferencia sea motivo de respeto y no de distancia.