En las calles de México, es común ver a personas acompañando sus comidas con refrescos azucarados, una práctica tan arraigada que ha llevado al país a encabezar la lista mundial de consumo de estas bebidas. Sin embargo, detrás de esta aparente normalidad se esconde una crisis de salud pública: la hipertensión arterial afecta a más de 30 millones de mexicanos, y casi la mitad de ellos no sabe que la padece. Este fenómeno, impulsado por estilos de vida poco saludables y una cultura alimentaria centrada en el azúcar, plantea desafíos significativos para el sistema de salud nacional.
México es líder mundial en consumo de refrescos, con más de 160 litros por persona al año, y también uno de los países más afectados por hipertensión, diabetes y obesidad. Estas enfermedades, silenciosas pero devastadoras, comprometen la salud de millones y saturan el sistema de salud. Urge una respuesta integral.
Detrás de estos números hay una realidad aún más preocupante: la combinación de malos hábitos alimenticios, desinformación y acceso limitado a servicios de salud está cobrando una factura enorme. Así lo advierte el doctor Agustín Lara Esqueda, especialista en salud pública, quien subraya que “el enemigo no siempre se ve, pero cuando actúa, es letal”.
Empero, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) Continua 2020-2023, el 29.9 por ciento de los adultos mexicanos vive con hipertensión. De ese grupo, 43 por ciento no ha sido diagnosticado, y solo el 36.3 por ciento de los diagnosticados y tratados mantiene su presión bajo control. Para el Dr. Lara Esqueda, esto revela una preocupante ausencia de educación para la salud. “Estamos perdiendo la batalla no solo por falta de medicamentos, sino por falta de conciencia”, sentencia.
El vínculo entre el consumo excesivo de azúcar y las enfermedades metabólicas está bien documentado. México ostenta un récord poco alentador: es el mayor consumidor de refrescos del mundo, según datos de Statista y el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP). Esta costumbre, que comienza desde la infancia, no solo impacta el peso corporal, sino también los vasos sanguíneos, el páncreas y el corazón.
“El refresco es parte del paisaje cotidiano”, explica el doctor Lara Esqueda. “Pero su impacto no es solo calórico, sino metabólico: altera la sensibilidad a la insulina, eleva triglicéridos y, con ello, la presión arterial”. Esta realidad, sumada a la falta de actividad física y al exceso de sodio en la dieta, conforma un coctel perfecto para desarrollar hipertensión, obesidad o diabetes tipo 2.
Las consecuencias se ven reflejadas en hospitales públicos y privados. Las enfermedades crónicas no transmisibles ya representan más del 70 por ciento de la carga de enfermedad en México. Y aunque existen guías clínicas y medicamentos accesibles, el problema está en la puerta de entrada: muchas personas no saben que están enfermas.
“Si no lo ves, no lo atiendes. Y si no lo atiendes, lo que sigue es el infarto, el daño renal o el accidente vascular”, resume el especialista. Además, señala que el ausentismo laboral, la jubilación anticipada y los altos gastos de bolsillo relacionados con estas enfermedades están mermando el crecimiento económico y aumentando las desigualdades.
En los últimos años, México ha implementado políticas como el etiquetado frontal de advertencia y ha prohibido la venta de bebidas azucaradas en escuelas. La industria, por su parte, ha lanzado versiones “light” y campañas de responsabilidad social. Pero para el Dr. Lara Esqueda, no basta. “Necesitamos una estrategia nacional que articule prevención, atención médica oportuna y educación desde la infancia”, afirma.
La reciente iniciativa de retirar alimentos chatarra de las escuelas es positiva, pero aislada. “Debemos pensar en salud pública de una manera integral”, subraya el especialista.
De esta manera, la hipertensión y sus comorbilidades no se van a resolver con una campaña anual ni con medicamentos milagrosos. El desafío, apunta Lara Esqueda, está en cambiar el estilo de vida de millones de personas. Y eso requiere voluntad política, inversión y una narrativa distinta.
“Hay que hablarle a la gente sin culpas, pero con claridad. Que sepan que cuidarse no es un lujo, es una necesidad”, concluye.
El Botiquín
- Desde el podio de las conferencias matutinas, el subsecretario de Salud, Eduardo Clark, ha insistido reiteradamente en que no hay desabasto de medicamentos, a pesar de la cancelación de contratos con varias farmacéuticas. No obstante, dentro del sector es bien sabido que desde un inicio las cosas no se gestionaron de forma adecuada. Lo rescatable es que ha existido cierta interlocución, en la que se advirtieron los riesgos de ignorar la experiencia del propio sector. Aun así, el gobierno optó por seguir su propio esquema, lo implementó y terminó por fracasar estrepitosamente. Ojalá se haya comprendido que no basta con dialogar o informar decisiones ya tomadas; se necesita escuchar de verdad, registrar las observaciones y actuar con la debida anticipación en las compras consolidadas. Esta curva de aprendizaje ha sido demasiado larga, y al final, como siempre, quien sufre las consecuencias es el paciente.