Año Cero

La guerra de los tomates

Lo que empezó con un tomate, a partir de aquí, puede terminar transformando completamente el uso de recursos fósiles y de cualquier tipo.

De todas las revoluciones que ha tenido la humanidad desde que tenemos memoria, hay una constante que las caracteriza. Todas –desde el descubrimiento de la rueda, pasando por la edad del hierro, la revolución industrial, la máquina de vapor o la electricidad– han estado vinculadas al espacio geográfico que va del cuello a los pies. Hoy, por primera vez, vivimos una revolución que se da a la inversa.

La inteligencia artificial no sólo sirve para potenciar la fuerza y la capacidad de movimiento del hombre, sino que lo coloca frente a su mayor desafío. Si es verdad que utilizamos apenas una parte de toda nuestra potencia cerebral, el desarrollo y la evolución de la inteligencia artificial, así como la victoria de la máquina frente a la persona nos colocan ante un desafío único.

Ahora, con la inteligencia artificial, con el resumen de todos nuestros comportamientos, es posible introducir los datos de un problema en un programa y esperar a que este se desarrolle hasta su última consecuencia de manera inmediata. En otras palabras, aquello que más tememos –perder la capacidad de sorpresa– es, al mismo tiempo, lo que más ansiamos: poder proyectar y saber el futuro.

Esto resulta especialmente importante en la guerra de los tomates arancelarios que vivimos actualmente en América del Norte. Hoy no hace falta romperse la cabeza tratando de adivinar qué va a pasar, cómo y cuándo. Basta con alimentar los modelos de inteligencia artificial para obtener una proyección que nos muestre las consecuencias últimas de los aranceles.

Es una circunstancia curiosa. En los últimos tiempos nunca habíamos estado tan sometidos a la presión de lo inesperado como ahora. Sin embargo, jamás habíamos contado con mejores instrumentos para proyectar lo que es posible que suceda si las cosas siguen su curso actual.

Todo es nuevo. No nos sorprendamos. Pero hoy, no es la política ni el respeto al derecho nacional o internacional lo que puede responder a las preguntas sobre hacia dónde vamos. Lo que empezó con un tomate, a partir de aquí, puede terminar transformando completamente el uso de recursos fósiles y de cualquier tipo.

Como pasa con la economía, la minería, las tierras raras y los materiales estratégicos, estamos entrando en una era que no es sólo sideral o galáctica. Aunque podemos usar los instrumentos creados por el hombre para hacer proyecciones fiables, se trata de una época en la que desconocemos en qué o cómo se calcula la nueva –o verdadera– riqueza de los países.

Recordará usted que cuando éramos pequeños, los mapas eran indicadores sobre la fortaleza económica de cada nación. En el caso de México, las torretas de petróleo y gas, junto con miles de kilómetros de costa, definían parte de los tesoros acumulados para proyectar nuestro futuro económico.

Hoy, sin embargo, el mapa es distinto.

Existe un mapa que está basado en las tierras raras. Existen nuevos componentes que son la consecuencia directa de la evolución tecnológica. Es difícil saber cuántos minerales estratégicos poseen los países. Sin embargo, poco a poco descubrimos que –en un extraño salto del principio hasta el final–, desde el auge de las minas en el Imperio Romano hasta hoy, los yacimientos –ya sean a cielo abierto u ocultos– contienen parte de la respuesta sobre el origen de la verdadera riqueza de un país.

Frente a esto, siempre queda el esfuerzo desesperado por querer seguir siendo –mediante procedimientos violentos– el imperio más importante de la Tierra. Sin embargo, ante los aranceles, la amenaza y la inestabilidad, es necesario observar que, si en la actualidad la nueva riqueza estuviera medida con base en la cantidad de recursos estratégicos y de tierras raras de un país, el gran imperio de la Tierra sería China.

En consecuencia, mientras seguimos tratando de descifrar qué hará o no hará el presidente de Estados Unidos, o si nos castigará o no, es fundamental señalar que ante nosotros se plantea el mayor desafío de todos los tiempos para la inteligencia humana. Este desafío consiste en ser más inteligentes que la inteligencia artificial. Y eso nos obliga a reflexionar sobre lo que hemos hecho con nuestro sistema educativo.

Nos lleva a pensar cómo y cuándo prepararemos a nuestros jóvenes, no sólo para que su vida esté impresa en un teléfono inteligente o para que la tableta sea parte de su entretenimiento y enseñanza. Hoy, las competencias no son sólo en matemáticas; las competencias son contra nosotros mismos, a través de la máquina, para ser más inteligentes de manera natural que por medio del uso de la inteligencia artificial.

COLUMNAS ANTERIORES

Volver a trabajar
La guerra de los mundos

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.