Todo el mundo sabe que, en caso de dificultades internas en una casa, una empresa o una familia, muchas veces tener un enemigo externo ayuda a promover la unidad necesaria para vencer a ese contrincante común. Hoy, no solamente México, sino el mundo entero, vive en un sobresalto constante en el que cada día hay que prepararse para la sorpresa.
Mientras tanto, los temas estructurales, aquellos que definen nuestra felicidad o infelicidad, nuestra rentabilidad o nuestras pérdidas, nuestras crisis o nuestros avances, permanecen a la espera de poder superar la provocación diaria que, en nuestro caso y en el de la mayor parte del mundo, proviene de la aplicación política de lo que decide hacer el presidente Trump cada mañana desde Washington.
Pero llegó el momento de volver al trabajo. Llegó el momento, de verdad, de empezar a sacar las cuentas y saber cuál es el proyecto vital que tienen los países para seguir adelante.
Llegó el momento de reconstruir los objetivos nacionales. Y es que, no hay que engañarse, entre la crisis democrática, la crisis política y las crisis sobrevenidas del despertar violento del imperio estadounidense, la verdad es que hemos abandonado la dedicación, la atención y, sobre todo, la capacidad social y política de rectificar los rumbos y crear objetivos que nos lleven a alguna parte.
Hay muchos temas y áreas que se han visto afectados, que están sufriendo la congelación o la falta de atención como consecuencia de la crisis interminable en la que vivimos. Quiero centrarme en dos. El primero: necesitamos consolidar las cuentas. Las cuentas tienen que salir. No hay presente ni futuro sin proyectos nacionales que permitan atacar de verdad las brechas sociales, el descontento social y la erosión que un tipo de economía –curiosamente fuerte en este momento como consecuencia del T-MEC y, al mismo tiempo, tan afectada por las cuestiones de seguridad nacional que nos impactan– no deja más remedio que tener que volver a construir el modelo.
¿Es posible un T-MEC sin México? No. ¿Puede Estados Unidos asumir el costo de la salida industrial y de la mano de obra de los países que lo rodean como México o Canadá? Tampoco. Aunque lo hagan, ese desmantelamiento de instalaciones y de personal tendrá un impacto social que va más allá de manifestaciones en contra de las deportaciones masivas.
La gran pregunta aquí no es solamente en torno a la migración ilegal, ni lo es tampoco sobre la crisis que –sin duda es innegable y cuya solución es indispensable para un futuro de seguridad– se genera por el tráfico ilegal de drogas. Es todo lo que lleva consigo esa cuota de la economía que cada día el crimen controla más, dado el éxito de sus industrias.
Los estados tienen que sacar las cuentas y ver qué es lo que de verdad le rinde al país como consecuencia de sus inversiones. En ese sentido, este gobierno tiene que hacerse el tiempo para presentar un balance posible. El balance no puede ser una cifra acumulada sin límite de pérdidas diarias como consecuencia de las alucinaciones que se tuvieron y se aplicaron más allá de cualquier regla o estimación económica objetiva.
Seguramente López Obrador abrió los cielos, pero, al mismo tiempo, dio paso a un infierno económico que ahora hay que afrontar. Por todas partes, desde Texcoco hasta Dos Bocas, van apareciendo los costos de los sueños imposibles del obradorismo. Esta es una gran decisión que –quiera o no– la presidenta tendrá que tomar: qué va a salvar y qué es salvable. Pero, sobre todo, tendrá que determinar si realmente los recursos, cada vez más escasos, se dedican a sufragar y remediar un agujero negro –aparentemente sin fondo ni salida– que apareció como consecuencia de los costos de los sueños faraónicos del primer sexenio de la ‘4T’.
La presidenta Claudia Sheinbaum tampoco tendrá más remedio que, más allá de la búsqueda y defensa ideológica por todos los medios de las bondades y ventajas del régimen inventado por López Obrador, comenzar a tomar postura y defender los frentes que aparecen en la Ciudad de México. Sobre todo, el de la gentrificación.
Hay que defender la Ciudad de México. Hay que rescatar que siempre, pese a todo, la Ciudad de México ha sido –desde la Revolución y el tránsito del Porfiriato al nacimiento del Nuevo México hasta nuestros días– un lugar de acogida. La hoy llamada CDMX se ha caracterizado por ser un lugar en donde reina la libertad de expresión y un sitio donde no hay que confundir la falta de seguridad interna o el que nos puedan matar en cualquier momento, con el hecho de que, sin duda alguna, sigue siendo una de las ciudades de América donde más anidan los sueños.
Es muy importante analizar las consecuencias de la manifestación que hace unos días se vio en la Condesa y la Roma. Se trata de un fenómeno que comienza con una protesta contraria, casualmente ahora, contra los “gringos”. Pero surge no solamente por el hecho de que ellos son quienes ocupan la mayor parte de los apartamentos y, por lo tanto, son responsables de la subida de los precios, sino porque la ruptura como elemento de permisividad, de capacidad, de aceptación e integración de las minorías y mayorías emigrantes que vienen a la ciudad puede provocar un problema de seguridad para nuestros vecinos y para quienes han decidido venir a vivir a la CDMX. Aunque también hay un elemento adicional, que es la actitud inconsciente de “venganza” adoptada por muchos nacionales a raíz de las actuaciones de el ICE y de los agentes de seguridad en Estados Unidos contra los migrantes mexicanos.
La Ciudad de México es una gran ciudad, no solamente por los millones que aquí habitamos, sino porque es un ejemplo que conviene no perder. Es un referente no sólo porque en los últimos 25 años la izquierda la haya gobernado, ni porque fuera la cuna que meció el sueño de la presidencia lopezobradorista y dio a luz el movimiento de la ‘4T’, lo es por su capacidad de integración y por su oferta cultural, hoy deteriorada por los errores de la política del gobierno de la ‘4T’. Pero lo que más hace especial a la CDMX es el hecho de que, a pesar de las manifestaciones y de los problemas que pudiera llegar a tener, sigue siendo un lugar donde es posible ser, sentirse y respirar libertad.
“Gentrificación”. Qué término tan curioso. Es claro que se necesita idear una estrategia que tenga como eje la sana convivencia y el crecimiento controlado. Sin embargo, lo que hoy se cataloga como gentrificación es algo que, en el pasado, denominábamos como progreso, desarrollo, turismo y atracción de inversión.