Año Cero

Hoy es historia

El presidente estadounidense se ha comportado como ninguno antes lo había hecho. Y él, sin pretenderlo  –o quizás pretendiéndolo por más de 15 años– ha logrado que los días que protagoniza conserven una dosis de incertidumbre y enigma.

Una de las frases más repetidas durante el régimen del Reich de los mil años era: “Today is history” (Hoy es historia, en español).

Cada vez que se inauguraba un kilómetro de autopista, se presentaba el modelo experimental del vocho, se mostraba el funcionamiento de los hornos crematorios de Auschwitz o cualquier otro acto que representara una “conquista” alemana, siempre comenzaban con esa misma frase: “Today is history”.

No estoy diciendo ni me gustaría que se infiriera que estoy haciendo una comparación entre los días oscuros y crueles del nazismo con los actuales ni mucho menos relacionarlos con la barbaridad sin escrúpulos ejecutada por sus líderes, pero lo que sí me gustaría rescatar es esa célebre frase de: “Hoy es historia”. Porque, en realidad, todos estos días… también lo son.

En esta era de la inmediatez, resulta difícil concentrarse en un solo tema cuando todo parece superponerse, cuando cada hecho tapa al anterior y ninguno deja de ser relevante. Pero, en cualquier caso, con el máximo espíritu de participar de manera constructiva en la configuración de esta historia moderna –esa que nos entregan a diario los políticos, los pueblos, las guerras y las bombas–, quiero detenerme en un momento específico.

Me gustaría analizar un hecho muy importante que sucedió en la reunión de la OTAN que se celebró el pasado miércoles en La Haya.

Durante la conferencia de prensa apareció el Donald Trump pacificador, el justiciero, el que define a los monstruos de este tiempo como amigos suyos, como buenas personas, y que incluso se atreve a decir –en televisión– “¿qué fregados crees que estás haciendo?”.

Sin duda alguna este es el momento más triunfal de la vida política de Donald Trump. Tras haber acaparado la atención completa, de nuevo se encuentra en casa. Aunque no sólo fue el foco donde se centró todo, sino que también fungió como un gran arquitecto de conductas, memorias y ajustador de cuentas pendientes.

Este presidente estadounidense se ha comportado como ninguno antes lo había hecho. Y él, sin pretenderlo –o quizás pretendiéndolo por más de 15 años– ha logrado que los días que protagoniza conserven una dosis de incertidumbre y enigma.

En estos tiempos, todo es distinto. Todo es la negación de la historia. Todo es lo que es. Y como dicen los castizos: eso es lo que hay.

Del evento comentado, varias cosas me llamaron la atención. La primera, que Estados Unidos –consciente de que su posición de primer imperio del mundo está en peligro– ha decidido que los demás deben pagar. Pero no pagar como antes: no en forma de compra de productos, regalías, haciendo uso del dólar o consumiendo Coca-Cola. No. Eso sencillamente ya no basta.

Ahora deben pagar con todo eso… y, además, aportar para su defensa. Vean nada más el apuro que está pasando España y el presidente Pedro Sánchez para cumplir el incremento demandado por la OTAN a sus miembros.

Desde 1945, la verdadera pregunta que ha prevalecido en los altos mandos y en la cúpula de poder estadounidense es: ¿podríamos ganar las guerras sin ellos?, haciendo referencia a quienes integran la OTAN. Para esto conviene y es indispensable recordar que, desde 1945, los Estados Unidos de América, tan poderosos, tan fuertes y capaces de controlarlo todo, en realidad sólo han ganado dos guerras: las invasiones de Panamá y de Granada.

Todas las demás –Vietnam, Irak yAfganistán – han sido simples aportaciones de buenos deseos a la historia de la humanidad. Y como todo, a estas incursiones también hay que llamarlas por su nombre, como absolutos fracasos militares.

Pero eso era antes de que llegara el presidente Trump. Ningún otro presidente, ninguno, se atrevió a definir a los malos como amigos, a los criminales como buenas personas o a los dictadores como unos personajes revoltosos.

Y es que en realidad ningún presidente de Estados Unidos –hasta que llegó el actual habitante de la Casa Blanca– se comportó abiertamente como lo que en realidad siempre fueron: emperadores de un imperio. Tal vez, sólo tal vez, sólo porque ahora el imperio está a prueba es la razón por la que era imprescindible tener alguien que tuviera esos aires de grandeza y que recordaran a los grandes emperadores como es la figura de Donald Trump.

Su comportamiento con la prensa es algo que también merece su debido análisis. Sépanlo todos, queridos colegas, comentócratas y vividores del cuento: dudar, en este momento de la historia, es equivalente a traición.

Querer saber la verdad, cumplir la encomienda histórica del periodismo, se ha convertido en un acto de subversión… y, además, en traición.

Eso sí, este emperador –tan carismático, tan conocedor de los medios, tan hábil para moverse en el espacio corto, donde puede insultarte o abrazarte en la misma frase– conoce a los periodistas por su nombre. A todos los saluda, uno por uno, como si fueran perlas expuestas en el templo del fake news.

Los llama por su nombre y, acto seguido, los descalifica. Una y otra vez insiste y emplea argumentos como: “ustedes mienten”, “ustedes niegan la verdad sólo para perjudicarme políticamente”. ¿Nos es familiar esta dinámica? Y no sólo lo dice él. También lo respalda su secretario de Defensa, un militar que —a diferencia de muchos— sí estuvo en Irak. Pete Hegseth sí sabe de lo que habla, razón por la que se siente con el derecho de pedirnos, a todos –especialmente a ustedes, los que dudan, los que reportan verdades incómodas– que, en lugar de destruir la conciencia nacional y el sentido patrio, agradezcamos el gran homenaje a los héroes, a los pilotos que destruyeron el sistema nuclear iraní.

Querer saber más allá de lo que él decide contar… es traición, terrorismo y subversión.

Ya no tiene sentido recordar a aquel viejo padre de la patria —tan ejemplar en la vida pública y tan conflictivo en la vida privada— llamado Thomas Jefferson. Jefferson expresó con claridad su profunda convicción sobre la importancia de la libertad de prensa como pilar esencial de la democracia. En 1787 escribió: “Si me correspondiera decidir si debiéramos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría un momento en preferir lo segundo.”

Para Jefferson, la prensa libre era la única verdadera garantía contra el abuso del poder. Entendía que un gobierno sin vigilancia pública inevitablemente caería en la arbitrariedad y la injusticia, y por eso sostenía: “Nuestra libertad depende de la libertad de prensa, y esa libertad no puede ser limitada sin ser perdida”.

Jefferson también sabía que los periódicos podían ser incómodos, incluso imperfectos, pero los consideraba preferibles a la ignorancia cívica.

“Donde la prensa es libre y todo hombre es capaz de leer, todo está a salvo”, afirmaba. Jefferson creía que el acceso a la información y la crítica pública eran indispensables para una ciudadanía libre.

Limitar la prensa era, para él, el primer paso hacia la tiranía, y por eso defendía incluso el derecho a ser criticado antes que el silencio que protege al poder.

En su visión, “la única seguridad de todos está en una prensa libre.”

La Constitución y la libertad de expresión han muerto.

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