Año Cero

El papa TikTok

Este papa, que es el primero de la era TikTok e Instagram, fue elegido con una celeridad que, en principio, podría parecer contradictoria, pero que también da un mensaje de certeza y seguridad.

En la encrucijada de los grandes equilibrios globales, en este momento ninguna ciudad despierta tanta fascinación ni acapara tantos focos como Roma.

A pesar de la incuestionable hegemonía económica y financiera del gigante chino o del papel emergente de India –reflejado en el reciente choque militar en la frontera con Pakistán– o tantos acontecimientos geopolíticos y económicos actuales, la historia ha demostrado, una vez más, que todo empieza y termina en Roma, y que en realidad todos los caminos conducen hacia ella.

Desde que inició el cónclave, las cámaras y los smartphones persiguieron sin descanso los pasos de los cardenales por la Vía de la Conciliación, ese eje que une el Castillo de Sant’Angelo –el mausoleo que el emperador Adriano mandó edificar para sí mismo– con la imponente basílica de San Pedro en el Vaticano. Curiosamente, durante siglos, ese mismo camino sirvió de vía de escape a los papas cuando su vida corría peligro.

Este cónclave se va a caracterizar por varias cosas. Primero, por su rapidez. Este papa, que es el primero de la era TikTok e Instagram, fue elegido con una celeridad que, en principio, podría parecer contradictoria, pero que también da un mensaje de certeza y seguridad. De los 135 convocados, fueron 133 los cardenales –representando a 71 países diferentes y en quienes recae la gran responsabilidad de administrar a una de las dos principales e importantes religiones del mundo– quienes nombraron a Robert Francis Prevost como el nuevo ocupante de la silla de San Pedro. Y lo hicieron conscientes de que, tras el ejemplar y contundente papado de Jorge Mario Bergoglio, era necesario imponer un reequilibrio estratégico e institucional, sabiendo que su decisión también tendría un impacto y repercusión en los asuntos de Dios en la Tierra.

La elección de León XIV era una de las pocas opciones que, indirectamente, aún ofrecían una oportunidad para sostener el liderazgo del imperio dominante –es decir, de Estados Unidos–, con plena conciencia de sus daños estructurales, que se extienden más allá de sus fronteras y afectan a la otra América. A esa otra América marginada y que no habla inglés, pero que León XIV conoce, aunque sea desde una perspectiva tan singular como la de Perú, y que encarna un intento genuino de adaptación al siglo XXI.

Se avecina una nueva era en el Vaticano. No sólo en temas de comunicación, ya que, León XIV, será el primer “papa TikTok”, sino que también por la etapa de transición y cambio que se avecina tras el papado de Francisco I.

Cuando Francisco I fue elegido hace 12 años, las redes sociales ya se asomaban con fuerza, pero carecían aún de la omnipresencia que hoy ejercen. Ahora, el nuevo pontífice deberá dominar y tener una fuerte presencia en los nuevos canales de comunicación instantánea para conectar con una sociedad global, moldear percepciones y, en última instancia, cumplir con su misión pastoral en un mundo condicionado por los algoritmos.

Roma no sólo fue la tendencia de las últimas semanas, sino que sigue siendo el corazón geopolítico de una institución ancestral, experta en las debilidades humanas y maestra en el arte del perdón, convirtiendo al perdón y la misericordia en su principal negocio.

A pesar de la controversial y cuestionable imagen subida por la propia Casa Blanca en la que se visualizaba a Trump como futuro papa, la elección del primer papa estadounidense no tuvo nada que ver con Trump. ¿Fue la imagen de Trump como papa una broma o una provocación? Probablemente ambas. La historia ha conocido soluciones políticas tan extremas como la coronación de emperadores. Y en ese sentido, no sería impensable que alguien como Trump aspirase a colocarse, simbólica o estratégicamente, al frente de una institución que aún hoy conserva un peso incalculable.

La llegada de León XIV claramente marca un punto de inflexión al ser el primer papa norteamericano. Pero, además de ser el primer papa cuya lengua materna es el inglés, es un líder que también ha conocido, llorado y sangrado con todas las desigualdades y problemas que sufre la otra América, la que no habla inglés, y que durante tantos años ha sido un nutriente fundamental de seguidores y miembros de la Iglesia católica. Es una nueva era, y en esa nueva era ya no caben los mandatos unilaterales.

La consigna es el equilibrio. La consigna es restaurar la estrategia. La consigna es que el mundo todavía no está preparado para que la expresión más organizada de religiosidad cristiana –los católicos– termine en manos de un país asiático, como hubiera ocurrido si el papa hubiera sido el cardenal Tagle.

A pesar de que el islamismo supera en número de fieles a la Iglesia católica, el poder de Roma sigue siendo inmenso. Espiritualmente, se mantiene como la institución más influyente del planeta. Pero, sobre todo, conserva la estructura, los recursos y la legitimidad para articular una de las formas de acción social más efectivas que existen.

Stalin, cuando le hablaron de la influencia de los católicos y del papa, preguntó: “¿Cuántas divisiones tiene?” Para él, el poder se medía en tanques y soldados. Hoy, después del pontificado de Karol Wojtyla, la respuesta a esa pregunta es evidente. Juan Pablo II no necesitó ejércitos para contribuir al colapso del comunismo; bastó el poder de la fe, de la palabra y de una presencia moral que desapareció fronteras.

Mientras tanto, el mundo continúa librando sus batallas. Y en esa lucha de cada día, no podemos engañarnos: lo visible no siempre es lo más determinante. A veces, lo que no se puede ver –como la fe, la memoria o la esperanza– marca el rumbo de la historia.

En cualquier caso, mientras el mundo paseaba por las calles de Roma, mientras los ojos, casi sin quererlo, se posaban en la llamada Torre Argentina –que nada tiene que ver con el país de Milei, pero sí con la historia viva de Occidente–, en ese mismo lugar donde se alzaba el teatro en el que fue asesinado Julio César, el mundo siguió su curso. Sigue. Seguirá.

Porque la historia no se detiene. Las piedras sobre las que se ha construido Roma nos recuerdan que el poder, por muy absoluto que parezca, siempre es vulnerable. Y es ahí donde debemos poner el foco: en qué fuerzas, qué influencias, qué estructuras de control o estrategias políticas lograrán imponerse. ¿Cuáles triunfarán y cuáles, inevitablemente, terminarán por derrumbarse? El escenario es global, pero las batallas son locales.

En nuestro país estamos librando la madre de todas las batallas. Y no es la lucha contra el fentanilo o la crisis de gobernanza, sino la confrontación que se está gestando en la arena de la justicia.

Por más de que existen países como Estados Unidos, Suiza o Bolivia en los que la ciudadanía puede participar en la elección de ciertos (no de todos) miembros judiciales que conforman su sistema, no existe precedente ni caso similar en sistemas democráticos de una reforma jurídica de la magnitud de la que se llevará a cabo en México. Pero lo que es más importante, la decisión recaerá en manos de –según mi opinión y cálculo– no más de 5% del total del censo electoral.

Bastaría con una asamblea a mano alzada, sin hacer todo ese gasto de impresión de millones de boletas, para que la lógica democrática de la ‘4T’ –inspirada por el antiguo presidente López Obrador– sirviera para, por lo menos interiormente, señalar que es una reforma revolucionaria y democrática.

“Sálvese quien pueda”, eso es lo que representa vivir bajo un régimen de legalidad incierta, donde –en el mejor de los casos– terminaremos como el conde de Montecristo: sin posibilidad real de defensa legal, atrapados en una celda invisible, esperando contar con la resistencia, la fortaleza y la cercanía del mar para escapar de lo que parece inevitable.

Las preguntas que emergen sobre las garantías jurídicas tras esta propuesta de reforma judicial no son pocas, y se posicionan como una tormenta de fuego sobre el presente y el futuro de la ‘cuarta transformación’.

En ese escenario, los aliados –y también los enemigos– están por todas partes: dentro y fuera del país, a los lados y por encima, porque no es posible sostener una economía moderna sin la confianza de la inversión extranjera. Y hoy, con esta “revolución de la judicatura”, lo que estamos generando es una duda razonable, legítima, urgente: ¿qué garantías tendrán los inversionistas para confiar en que sus activos, sus contratos y sus derechos serán protegidos por un sistema de justicia imparcial y profesional?

La presidenta debe entender que no basta con la buena voluntad ni con una narrativa bien armada en las mañaneras. Lo que tiene enfrente es la coalición de intereses más compleja, diversa y poderosa que este país ha enfrentado en mucho tiempo. Y es que tocar la justicia no sólo altera el equilibrio de poderes: sacude la columna vertebral sobre la que se construyen la confianza, la inversión, la convivencia y el futuro mismo de la nación.

En pocas palabras, la reforma judicial es el gran desafío, y a través de él se pretenderá no sólo modificar el segundo piso de la ‘4T’, sino dinamitar los propios pilares del segundo piso.

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