Año Cero

Por un puñado de aranceles

La diplomacia comercial y la construcción de bloques económicos han sido desplazadas por una estrategia de confrontación directa, donde los aranceles y las sanciones no son herramientas de negociación, sino armas para doblegar a sus oponentes.

Todo comenzó con un puñado de aranceles, como si fuera el título de una antigua película del Oeste en la que los malos siempre perdían ante los buenos. Una especie de filme donde figuras como John Ford surgían como portavoces de una doctrina que dio origen a la que, hasta aquí, había sido la democracia más duradera y coherente: los Estados Unidos de América.

Hasta hace unos meses, parecía que la hegemonía y, sobre todo, la coherencia del liderazgo estadounidense iba a perdurar y trascender por muchos años más. Sin embargo, llegó un personaje que cambiaría todo: Donald J. Trump. Trump no sólo es el culpable de provocar la chispa que puede llegar a incendiar al mundo entero, sino que ya puede ser considerado como el responsable de erradicar décadas de cultura comercial. Con la implementación de sus medidas radicales, es casi un hecho que sus acciones desestabilizarán por completo el orden establecido.

Durante la Revolución Industrial, el desarrollo tomó distintas formas, según cada nación. En Inglaterra, se manifestó a través de su poderío naval y su expansión comercial, asegurando el dominio de los mares y el control de rutas estratégicas. En otras regiones, significó la lucha contra la escasez, la expansión territorial y el afán de consolidar su presencia en un mundo en transformación.

En Estados Unidos, la Revolución Industrial no sólo impulsó el crecimiento económico, sino que reforzó la idea de que el triunfo dependía de transformar un pasado de violencia y guerra en un sistema basado en la ley y el comercio. Mientras en Francia la revolución se había teñido de sangre con la guillotina como símbolo, en Estados Unidos el proceso se tradujo en la creación de códigos de convivencia que buscaban estabilidad y progreso, inspirados en modelos republicanos como los de la antigua Roma.

Con el tiempo, estas trayectorias divergentes llevaron a una aceptación casi universal del comercio libre como pilar del desarrollo y de la cooperación como alternativa al conflicto y la guerra. En gran medida, la competencia económica reemplazó a la confrontación militar y los países comenzaron a negociar en función de intereses compartidos más que de rivalidades irreconciliables.

Sin embargo, para Donald Trump ninguna de estas evoluciones ha sido relevante ni mucho menos útil. En su visión, la supremacía no se construye mediante acuerdos ni a través de un sistema de comercio regulado, sino imponiendo la ley del más fuerte. Su lógica es simple y peligrosa: “yo mando porque soy más poderoso”. Y todos los demás…obedecen. Bajo esta premisa, la diplomacia comercial y la construcción de bloques económicos han sido desplazadas por una estrategia de confrontación directa, donde los aranceles y las sanciones no son herramientas de negociación, sino armas para doblegar a sus oponentes.

Este enfoque ha generado un escenario de inestabilidad sin precedentes. Las guerras comerciales han dejado de ser una mera disputa de tarifas para convertirse en un mecanismo de presión política global. Gobiernos de todo el mundo se han visto obligados a replantear sus estrategias económicas, reuniéndose de emergencia y en constantes ocasiones para descifrar los próximos movimientos de Trump y evaluar el impacto de sus decisiones en sus respectivas economías.

La incertidumbre es total: ¿qué vendrá después?, ¿qué tipo de impuesto, amague de invasión o compra de territorio seguirá?, ¿a quién afectará? Y, lo que es igual de importante, ¿cómo responderá el mundo?

En este escenario de completa incertidumbre y constante alerta, hay que tener en cuenta que quien a arancel mata, a arancel muere. Y para ello basta ver las distintas reacciones en cadena que se están produciendo como consecuencia de sus decisiones.

La política de confrontación de Trump ha empujado a antiguos rivales a cooperar entre sí y a países que alguna vez fueron considerados como aliados entrañables a formular respuestas de contención y defensa.

Canadá ha iniciado su boicot directamente hacia Donald Trump. En un estudio comparativo entre los viajes terrestres de residentes en Canadá hacia Estados Unidos durante febrero de este año registraron una caída de 23 por ciento comparado con el año anterior. Además, los canadienses ya han implementado una respuesta arancelaria recíproca en productos estadounidenses como el acero o equipos deportivos.

En Europa, la incertidumbre ha llevado a reforzar la idea de autonomía estratégica, acelerando debates sobre la necesidad de reducir la dependencia de Estados Unidos en asuntos de defensa y comercio principalmente. La independencia europea es un hecho cada vez más inminente, a pesar de que para lograrlo tengan que adoptar una política de endeudamiento que pudiera traer consigo graves consecuencias sociales y financieras. Por el momento, los europeos ya han respondido con contramedidas por 26 mil millones de euros en aranceles a importaciones estadounidenses.

En Asia, China, Japón y Corea del Sur han encontrado un punto de coincidencia en su rechazo a las políticas estadounidenses, a pesar de sus históricas diferencias. No hay que olvidar que los dos países que poseen la mayor cantidad de deuda estadounidense son, precisamente, Japón y China.

Seguramente cada día que pase conoceremos más y más medidas tomadas por los países afectados.

La sensación de vulnerabilidad ha llevado a los países a reconsiderar su preparación ante posibles conflictos, no sólo con actores tradicionales como Rusia o China, sino incluso ante la posibilidad de que Estados Unidos deje de ser un aliado confiable. Ejemplo claro de ello es la inversión histórica por 800 mil millones de euros destinada a reforzar estructuras militares en Europa, una inversión que da de qué hablar por sí sola.

Por mencionar otros datos, un estudio de la Universidad de Aston estima que una guerra comercial desencadenada por aranceles de 25 por ciento podría provocar un impacto de 1.4 billones de dólares (“trillions”, en inglés) en la economía mundial, aumentando los precios en Estados Unidos y reduciendo sus exportaciones en más de 43.6 por ciento.

La geopolítica ha entrado en una fase de realineación forzada, donde la supervivencia depende más de la capacidad de respuesta que de la diplomacia.

Ya no se trata sólo de tiempos de incertidumbre, se trata de abandonar la ilusión de que la estabilidad global es inquebrantable. Trump ha cambiado las reglas del juego y las grandes pesadillas de la historia vuelven a estar sobre la mesa y sobre la cabeza de los distintos dirigentes mundiales.

En realidad, ¿es este el futuro que Donald Trump imaginó o la razón por la que tanto se esforzó para regresar a la Casa Blanca? No lo sabemos. Lo único cierto es que cuando el negocio más rentable es la guerra, las armas no se acumulan para disuadir, sino para ser usadas.

En el día que bautizó como el “Día de la Liberación”, Donald Trump dejó muy claro cuáles son sus propósitos e intenciones. Con una serie de cartones, el presidente estadounidense explicó con datos –sus datos– que su país había sido víctima del comercio mundial y de sus socios comerciales durante las últimas décadas. A sus ojos, él lo único que estaba haciendo era defender a su nación e “invitar” y convencer a las empresas extranjeras sobre que producir sus productos dentro de territorio estadounidense es mucho más conveniente y, sobre todo, rentable que fuera de él. O, en otras palabras, que es mejor estar de su lado que en contra de él.

En este modelo basado en una completa y absoluta ofensiva contra todos a la vez, surgen infinitas incógnitas. Dos de ellas serían:

1. ¿Ha calculado cuánto tiempo tomará restablecer la manufactura en Estados Unidos o la mudanza de las plantas productivas de las empresas extranjeras a su país?

2. ¿Por qué está tan convencido de que los estadounidenses quieren retroceder 50 años y volver a trabajar en manufactura? ¿Acaso ya olvidó que fue su misma sociedad la que prefirió pagarle a los chinos y a muchos otros por hacer lo que ellos no estaban dispuestos a hacer?

Y, por último, está la mayor contradicción: por un lado, endurece las políticas migratorias; por otro, promete crear millones de empleos dentro del país. ¿Cómo piensa resolver esta paradoja? Porque analizando las cosas como son –y dejando el espacio de que probablemente en su mente sean diferentes– lo que inconscientemente está provocando no sólo es la creación de bloques comerciales que excluyan o tengan por objetivo reducir la interdependencia estadounidense, sino que también está preparándole la mesa a todo aquel país –sea China, México o cualquier otro– que esté dispuesto a aprovechar el trabajo que sus compatriotas no estén dispuestos a realizar.

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