Estamos viviendo una época en la que, con el paso del tiempo –cuando los memes hayan desaparecido y los pocos papeles de periódico que quedan adquieran su tan característico color amarillento–, tendremos que voltear la vista hacia atrás para comprender exactamente qué fue lo que sucedió. Sin embargo, por ahora tenemos que enfocarnos en lo que está pasando actualmente a nuestro alrededor. Ahora estamos viviendo y siendo testigos del inicio de la campaña de sucesión presidencial mexicana, que tendrá como resultado la elección de quien fungirá como defensor de la cuarta transformación por los próximos seis años.
La contienda sobre quién sucederá al presidente López Obrador por parte de los precandidatos presidenciales de Morena no ha podido comenzar de una manera más curiosa ni, en el fondo, más chocante. No obstante, esta nueva disputa electoral –si es que se le puede llamar de esta forma– no hay traído ninguna sorpresa consigo. Las propuestas y programas políticos que tienen que ofrecer las llamadas corcholatas no son nada nuevo ni nada que verdaderamente pueda ofrecer un cambio que asegure el desarrollo del país. Es más, se están preocupando más en cómo hacer feliz al Presidente y ganarse su aprobación que obtener la confianza y visto bueno de parte de quienes irán a las urnas el próximo 2 de junio de 2024.
Se están produciendo situaciones en las que el cambio de gobierno, una vez más –como le pasa a Andrés Manuel López Obrador cada vez que está involucrado de alguna manera u otra–, está sorprendiendo a todo el mundo. Primero, porque en el fondo nadie sabe qué va a pasar y, segundo, porque no hay una lógica clara sobre el proceso que se llevará a cabo. Un punto a su favor son los cambios en el gobierno que está efectuando, ya que son una representación de todo lo que existe en Morena y no son nombramientos momentáneos o enfocados únicamente a cuidarle la silla a quien decidió dejarla para aspirar a algo más. Dos de los tres nuevos nombramientos que ha hecho han sido otorgados a mujeres y, en el caso de la nueva secretaria de Gobernación, se trata de una mujer sorprendente.
Para ocupar el puesto titular de la Secretaría de Gobernación se requiere una fuerte experiencia política, mucho equilibrio personal y una gran habilidad y destreza para ser capaz de manejar todo el aparato del Estado. Al final del día, quien ocupa este puesto es el encargado –entre muchas otras funciones– de gestionar y coordinar a los diferentes gobernadores de la República y es quien recibe todas las partes de lo que sucede en el país en todo momento. Además, de acuerdo con nuestra estructura y jerarquía, es la segunda autoridad del país y es quien tiene encomendado mediar o intentar resolver los conflictos antes de que las aguas se desborden. Sin duda alguna, por alguna razón que desconocemos, pero de la que sí es conocedor el núcleo principal del Presidente, López Obrador decidió elegir a una secretaria de Gobernación joven y que anteriormente se desempeñó como secretaria del Trabajo sin convertirse en sí misma en noticia.
En cuanto al nombramiento de la secretaria de Relaciones Exteriores es curioso, ya que toda la carrera de la diplomática y bióloga Alicia Bárcena ha sido en el ámbito internacional. Aunque la nueva secretaria Bárcena claramente es una persona con formación y tendencias izquierdistas, su trabajo en la Cepal y en la ONU y las tendencias presentes en el desenvolvimiento de sus funciones parecerían no encajar con la tendencia ideológica de nuestro Presidente.
Ahora hablemos de las corcholatas. El primer día, aparentemente, todos estaban felices. Se veía a un presidente López Obrador satisfecho por lo realizado, pero, sobre todo, tranquilo, sabiendo que la continuidad de su liderazgo y de su ‘4T’ estaba –sin omitir que la sorpresa y el milagro aún pueden suceder– está prácticamente asegurada. Después vinieron los primeros embates y las primeras notas que dieron de qué hablar.
¿Qué necesidad tenía Marcelo Ebrard de proponer crear la Secretaría de la ‘4T’ y, peor aún, de plantear que ésta estuviera dirigida por el hijo del Presidente? Aunque sean vulgares e inexactas, todas las interpretaciones son admisibles. Sin embargo, dicha acción fue un claro fallo político, inaceptable para alguien con la experiencia y trayectoria del excanciller y exjefe de Gobierno de la Ciudad de México. En cuanto a la favorita, Claudia Sheinbaum, se podría decir que si bien el inicio de su precandidatura no fue el óptimo –considerando el video en el que fue captada teniendo un enfrentamiento con Alfonso Durazo–, es cierto que ha recompuesto el camino y que, aparentemente, está haciendo bien las cosas. Sobre Ricardo Monreal en realidad no hay mucho qué hablar, no hay que olvidar que hace apenas unos meses estaba dispuesto a deslindarse de Morena y buscar la candidatura en otro lado. Pero, además de ello, todo parece indicar que ni pinta ser quien se alce con la victoria ni es el “as bajo la manga” del Presidente. Y por último, pero no por ello menos importante, hay que reconocer lo realizado por parte del exsecretario de Gobernación Adán Augusto López. Quien ha fungido como la mano derecha del Presidente en los últimos dos años puede ostentar el título de ser el candidato sorpresa. Primero, por su biografía política, y aquí no me refiero a los años de hermandad y compañerismo político con el Presidente, sino que, desde que fue nombrado secretario de Gobernación, es lógico, por una parte, y sorprendente por otra, que haya resultado ser una corcholata creíble y además con un programa y una manera de hacer campaña completamente diferente a los demás.
Morena –que en el fondo no es más que la plataforma mediante la cual se ejecutan los designios políticos del señor Presidente– vivirá de una manera muy intensa las tensiones y los problemas que irán apareciendo conforme se vaya desarrollando la carrera para obtener la candidatura presidencial. Sin más programa que los planes presidenciales y sin más activo político que cumplir la voluntad del jefe, el Movimiento Regeneración Nacional no busca más que materializar el fin y la sustitución del antiguo régimen. Otros líderes o movimientos han necesitado hacer uso del marxismo o de la teoría liberal para producir un cambio tan profundo y trascendental como el que está haciendo la ‘4T’. A nosotros sólo nos bastó tener un Presidente con más voluntad que ideología y que en sí mismo represente el mayor activo, la mayor propuesta y el mayor elemento de coherencia política del país.
Los dados están en el aire y no es muy difícil saber que, en algún lugar, ya hay un plan preconcebido para que todo esto termine el 6 de septiembre, día en el que se nombrará al próximo defensor o defensora de la cuarta transformación. Mientras tanto, reconozco que este sistema de hacer las elecciones anticipadas –lejos de cualquier regulación– y concentrarlas o limitarlas a uno de los jugadores, que son quienes están al frente del gobierno debido a la incapacidad notoria de sus oponentes políticos, es un ejercicio curioso que convendrá analizar a profundidad. Si no fuera por la necesidad indispensable de los seres humanos por siempre tener un atisbo de esperanza frente a que suceda lo inesperado –como actualmente puede estar representada por actores de la oposición como la senadora Xóchitl Gálvez–, en realidad estaríamos viviendo ya toda una operación política que haría inútil, irresponsable y dilapidadora hacer la campaña electoral en 2024.