Mientras estaba en Kenia, su padre murió. A partir de ese momento, Elizabeth II se convirtió en la reina y, lo que es más importante, en la figura más emblemática de los últimos 50 años dentro de la monarquía británica. La reina Isabel II fue la heredera. Tras la muerte de su padre, Jorge VI, nadie sabía qué es lo que podía pasar ni cómo se desarrollaría el imperio más grande de los últimos dos siglos bajo el mando de la nueva monarca. Hoy, su legado ya trasciende en los anales de la historia.
Desde el principio, la reina Isabel y Winston Churchill sabían que Franklin Delano Roosevelt no creía que el imperio inglés sobreviviría. Es más, estaban convencidos de que –con independencia de las simpatías personales– el imperio británico estaba destinado a desaparecer o a ser sustituido. Y es que, después de haber sido testigos de una época tan brillante y hegemónica como la que experimentó el imperio de la Corona británica por tanto tiempo, era difícil que la nueva mandataria mantuviera ese nivel de liderazgo mundial. Empezando por ella y terminando por Winston Churchill, nadie sabía cómo terminaría el nuevo proyecto que en 1952 se empezó a gestar para el imperio británico.
En medio de una nueva crisis y, sobre todo, de los incesantes desniveles, la reina Elizabeth II, con 96 años y 70 años después de su coronación, el pasado martes estaba en el castillo de Balmoral –no habiendo podido estar en Buckingham Palace debido a la delicadeza de su salud– para nombrar a Elizabeth Truss como primera ministra, la decimoquinta líder en ser investida con ese título por la hoy difunta reina. Hace apenas un par de meses, Elizabeth II inauguró los cuatro días de celebraciones en Reino Unido con motivo del Jubileo de Platino de su mandato, convirtiéndose en la monarca que más tiempo ha ostentado la corona inglesa en la historia. Hoy, como pasó siete décadas antes, el imperio británico nuevamente se encuentra en un estado de incertidumbre ante el futuro. Aunque lo que queda claro es que, con 73 años, el hijo de Elizabeth II, Carlos III –y siendo el príncipe más longevo de la monarquía inglesa–, tiene ante sí un camino nuevo, uno que tiene muchas nuevas rutas por seguir. Rutas impregnadas por la incertidumbre y sin un panorama claro. Nadie es capaz de suponer qué hará la nueva primera ministra ni qué es lo que seguirá a partir de aquí. Ni en Inglaterra ni en el mundo se tiene un plan o una estrategia clara para mitigar las crisis existentes.
Nada es lo que era. Ni los chinos ni los rusos ni los estadounidenses son iguales. Para los chinos, el final de su camino cada vez está más cerca. Hay posturas que afirman que la economía china ya no tiene el mismo impulso y crecimiento que tenía antes.
Hoy, después de haber intentado por tantos años tener una creatividad y la capacidad de improvisar para establecer, por ejemplo, empresas energéticas eficientes, hemos llegado a un punto en el que es muy importante tener una situación como la actual. Una situación en la que los rusos ya no tienen la necesidad de consolidar sus industrias energéticas. En este aspecto, hoy Rusia es una especie de empresa global que es capaz de subsistir, crecer y desarrollarse sobre la base de sus recursos energéticos.
Viendo el panorama y el tablero geoestratégico actual, ahora los estadounidenses tienen que elegir si quieren seguir enfrentándose o si quieren encontrar una manera de convivir que no esté basada sólo en las preferencias o los intereses de sus políticos o líderes. Hoy, además, Estados Unidos se enfrenta a una crisis interna como pocas veces se ha visto.
A diferencia de otro momento, hoy fácilmente –por medio del diálogo y la negociación, pero, sobre todo, si se cuenta con la voluntad– se podría tener una situación en la que ya no sean tan claras las desastrosas consecuencias de las actuales crisis energética, económica e incluso social. Sin embargo, para lograrlo hay una palabra clave que es: voluntad.
Para evitar la destrucción que paulatinamente se está dando en todas partes, es necesario llegar a puntos en común y establecer un sistema de colaboración y convivencia entre los países y las sociedades. En la actualidad el mundo está sumergido en innumerables crisis que se muestran como son, sin máscaras y con posibles efectos catastróficos.
Es muy importante saber que la experiencia de Ucrania puede ser un parteaguas para establecer una nueva forma de liderazgo y de convivencia global. Hoy ya se puede deducir que el mundo ya no se encuentra en una crisis de desarrollo institucional o política, sino que está en una crisis mucho más importante. Una crisis basada, sobre todo, en una situación en la que los políticos lo primero que buscan hacer es sobreprotegerse y desarrollarse bajo un panorama en el que ya no es posible jugar más sobre la confusión.
En medio de este contexto incierto, también es necesario mencionar que el petróleo árabe, el gas ruso y el hecho de convertirnos en países absolutamente dependientes de los combustibles fósiles y de los demás recursos energéticos, marcará la pauta a partir de este momento. No hay que equivocarse, no estamos ante una situación bajo la cual se está rehusando la implementación de las políticas de todo orden, sino que, sobre todas las cosas, se está orquestando el desarrollo de políticas que hacen que los países puedan tener o no viabilidad a partir de ahora.
Dentro de ese desafío, la formulación de las leyes y la situación a la que actualmente nos enfrentamos presentan una tarea fundamental, que es trabajar y producir el nuevo orden basado en las empresas energéticas, tecnológicas y –en cierto sentido– financieras. Sin embargo, estamos ante un panorama de completa incertidumbre.
Existe la posibilidad de que pronto acabe la guerra de Ucrania. No creo que este conflicto dure mucho, ya que los límites y lo que supondría una guerra prolongada causarían mucho desgaste, y eso es algo que no estoy seguro de que los países involucrados sean capaces de costear ni económica ni políticamente. No creo que podamos establecer un nuevo orden mundial dentro de los márgenes del derecho internacional, que dé igualdad y, sobre todo, capacidad de reinventar y reordenar el futuro. Dudo que sea posible tener verdaderamente muchos pequeños conflictos teniendo una situación en la que, poco a poco, se irá incrementando y multiplicando la capacidad ofensiva de los países. Pero, sobre todo, no creo que sea sostenible vivir en un mundo que, con cada crisis que se gesta, va desapareciendo cada vez más. Existen algunos poderes y países que pueden influir en el nuevo rumbo que se siga; sin embargo, estamos en un punto en el que nada es completamente cierto y en el que todo puede suceder.