La movilización convocada por la Generación Z del pasado 15 de noviembre en diversas plazas del país y del extranjero trastocó los endebles cimientos del gobierno de la 4T y develó su talante represor y autoritario, al tiempo de enraizar la polarización social y, por ende, el riesgo de ingobernabilidad que ya asoma en diversas entidades como Michoacán, Sinaloa y, por supuesto, en la CDMX.
Ni las encuestas cuchareadas, ni la propaganda goebbels han protegido a un proyecto político que se infló artificialmente con mayorías calificadas creadas artificialmente desde el Tribunal Electoral.
Se ha encuerado a un movimiento que está sustentado en el aire, la trampa y en los programas sociales.
Está claro que para el oficialismo solo hay una prioridad y esta es la de mantener el poder a toda costa y a través de todos los medios y ello, por supuesto, incluye la represión violenta y brutal contra los opositores, tal como ocurre en otras dictaduras de la región como Cuba, Venezuela y Nicaragua, entre otras.
El rostro descompuesto, la irritabilidad y el temor de la presidenta no se pudieron ocultar, y menos ahora que los jóvenes están envalentonados, y ello es de suma preocupación, porque era un sector de la población que tradicionalmente se mantenía alejado de expresiones políticas contra el gobierno.
Ya le rascaron los “huevos al tigre” y lo despertaron; veremos ahora cómo transita el oficialismo sobre la delgada línea que separa la paz social de la ingobernabilidad, en donde las movilizaciones tumultuarias contra el gobierno son el vórtice de la descomposición social.
A pesar de que el gobierno de Claudia Sheinbaum sacó del baúl del populismo de izquierda todas las herramientas para desacreditar la marcha Z, como la infiltración de grupos violentos, la represión policiaca, el cierre de casi todos los accesos al Zócalo, la estigmatización de los jóvenes como carne de cañón de intereses extranjeros, la siembra de miedo, la desacreditación de la marcha por parte de medios de comunicación afines al gobierno, una costosa campaña de bots en redes sociales y el espionaje, entre otros artilugios de las dictaduras, no logró su propósito, sino al contrario, inyectó un nuevo ánimo entre los opositores para volver a tomar las calles.
Dijo Sheinbaum que casi no acudieron jóvenes a la marcha y que ni siquiera llenaron la principal plaza pública del país, cuando fueron ellos los que impulsaron la movilización a través de las redes sociales y resistieron estoicamente el embate de los granaderos y las agresiones de un gobierno represor que se jacta de respetar las libertades mientras estas sean de sus grupos afines.
La jefa del Ejecutivo federal pretendió tapar el sol con un dedo, pero las fotografías y videos de las protestas la desmintieron de inmediato, además de la cobertura directa de varios medios de comunicación como TV Azteca, de Ricardo Salinas.
Ni el más ingenuo cuatrotero cree que la movilización de la Generación Z mexicana pasó desapercibida en territorio nacional, en la Casa Blanca en Washington y en otros gobiernos democráticos del mundo, y ello de suyo representa una presión más al que consideran como un narcogobierno.
Las protestas de los jóvenes en México las conectan con las protestas recientes en Indonesia, Nepal y Filipinas, donde utilizaron el símbolo de la Jolly Roger de “One Piece” como expresión global de inconformidad juvenil y resistencia cultural.
Por supuesto, a la marcha Z se sumaron miles de ciudadanos opositores al gobierno, como los integrantes del movimiento denominado El Sombrero. Su líder, Carlos Manzo, fue abatido arteramente.
También se sumaron campesinos; trabajadores de gobierno; madres buscadoras; familiares de pacientes enfermos; transportistas, clases medias y un largo etcétera que incluye, por supuesto, a panistas, priistas, emecistas y Marea Rosa.
El principal error del binomio AMLO-Sheinbaum es subestimar las protestas del sábado 15 de noviembre. Es evidente que va en aumento el malestar de los jóvenes y, en general, de la gente por la violencia, la inseguridad pública y el resquebrajamiento del andamiaje institucional.
Este andamiaje apoyaba a los sectores más desprotegidos con programas que probaron su valía, como el Seguro Popular, el abasto oportuno de insumos médicos, vacunas y medicinas, educación gratuita y todos aquellos mecanismos oficiales que pugnaban por la inclusión social, como las guarderías, alimentación gratuita y el apoyo a la población en caso de siniestros.
Hoy, todo es simulación y mentira para proteger con un manto de impunidad la corrupción que destila por todos sus poros el movimiento político de López Obrador, con sus miembros más prominentes ensuciados por el lodo del huachicoleo fiscal y la connivencia con los narcoterroristas.