La medida del presidente Donald Trump de cancelar todos los vuelos provenientes del AIFA hacia la Unión Americana le da el golpe de gracia a esa terminal aérea, que nació comercialmente por un capricho de Andrés Manuel López Obrador y que causó un grave daño al erario público.
Primero con la cancelación de la construcción del aeropuerto de Texcoco, que llevaba un avance del 30%, y luego con la reconversión del aeropuerto militar de Santa Lucía al AIFA.
Ese capricho del tabasqueño lleva un costo a la fecha de más de 300 mil millones de pesos, porque se siguen pagando los bonos y sus rendimientos a los tenedores de los mismos y que hicieron posible el financiamiento del aeropuerto de Texcoco.
Como se aprecia, por todos lados se sangró al erario público. Primero con tirar a la basura lo que se llevaba gastado en Texcoco, luego el pago de bonos, posteriormente la construcción del AIFA y la asignación anual de presupuesto para su operación. Esto se debe a que este elefante blanco se mantiene con el apoyo presupuestal, ya que trabaja con números rojos.
Aun con esos vuelos de aerolíneas mexicanas que van a Estados Unidos y que acaban de ser cancelados, el AIFA trabaja con pérdidas, pues ahora, con la cancelación, se ha declarado la muerte de esta terminal aérea.
Entre los argumentos esgrimidos por el Departamento de Transporte de EU para justificar la extrema medida de revocar las autorizaciones para 13 rutas aéreas desde el AIFA —tanto existentes como futuras—, están las acusaciones contra las decisiones adoptadas por AMLO. Estas decisiones fueron anticompetitivas y discriminatorias contra las aerolíneas de ese país, para obligarlas a trasladarse al AIFA.
Como se recordará, desde la inauguración de este elefante blanco, no levantó vuelo por la escasa afluencia de pasajeros. Ante ello y las críticas por esa onerosa decisión para las arcas públicas, el peje ordenó por decreto que varios vuelos comerciales y de carga se trasladaran al Felipe Ángeles, sin considerar lo gravoso de la medida para las líneas aéreas nacionales e internacionales.
Lo más alarmante del asunto es que, ahora, todavía la presidenta Claudia Sheinbaum se atreve a defender la medida tomada por su mentor cuando es evidente el daño patrimonial a la nación causado por los caprichos del mesías, amén de los costos que padecerán las aerolíneas nacionales por la revocación de las autorizaciones de esas 13 rutas aéreas y, en fin, la molestia y los gastos extras para los pasajeros que ya tenían comprados vuelos en el aeropuerto de la 4T.
Si quiere, llámele terminal aérea de AMLO o Felipe Ángeles. Pero el caso es que este aeropuerto, para subsistir, deberá contar con más recursos públicos (tirar dinero a la basura). Estos serían de más utilidad social si se invierten, por ejemplo, en remediar el desabasto de medicamentos o en apoyar a los damnificados por las lluvias en Veracruz, Hidalgo, Puebla y Querétaro.
La presidenta insistió en que las compañías aéreas de carga están felices por despachar desde el AIFA; entonces estaría bien que ese argumento se lo hiciera saber a su contraparte norteamericana, porque el señor Trump tiene otros datos.
Llama la atención que el gobierno mexicano sea el último en enterarse de las medidas unilaterales que toma la Casa Blanca en relación con nuestro país.
Sheinbaum presumía que apenas el sábado pasado habló con el presidente de EU para posponer la imposición de más aranceles. Sin embargo, no le dijeron del ramalazo que venía sobre el AIFA, una de las tres obras más emblemáticas del obradorato. Al igual que la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, trabaja en números rojos.
Por cierto, esta última obra no solo es un monumento a la estulticia, sino que fue el mayor destructor ambiental y del patrimonio cultural que se haya tenido noticias en este siglo.
En cualquier tema, ya sea de seguridad pública, cárteles de la droga, gusano barrenador, sanciones al jitomate mexicano, daños a las líneas nacionales y, por supuesto, la imposición de aranceles, entre otros, el gobierno de Estados Unidos ignora olímpicamente al gobierno de México y ello devela la enorme desconfianza que prevalece.
La gestión de la presidenta se complica cada vez más, tanto por decisiones internas como por temas externos que provienen principalmente de Donald Trump. Un ejemplo es el golpe al AIFA, que representa su muerte operativa y financiera.