Larry Summers, hijo de economistas y sobrino del premio nobel de economía (1970) Paul Samuelson, ingresó al Instituto de Tecnología de Massachusetts a los 16 años. A los 23 ya era profesor en Harvard y para 1991 ya era economista en jefe del Banco Mundial. De ahí pasó a la Subsecretaría Adjunta del Tesoro para Asuntos Internacionales, donde le tocó diseñar el programa de apoyo a México para enfrentar la crisis de 1995. Cuatro años después, Bill Clinton lo designó secretario del Tesoro y durante su administración Estados Unidos tuvo el mayor periodo de crecimiento sostenido. No sólo eso, gracias al superávit presupuestal, se pudo recomprar deuda y se refinanciaron los fondos de seguridad social.
Fue después rector de la Universidad de Harvard y director del Consejo Nacional de Economía de la Casa Blanca, con Barack Obama. En 2014 estuvo a punto de ser elegido como presidente del Banco de la Reserva Federal. Todo eso lo hace una voz influyente y respetada en el debate de la política económica mundial.
El pasado 18 de septiembre, Summers dictó una conferencia en el Instituto Petersen para la Economía Internacional. Centró su exposición en lo que considera ideas equivocadas sobre la situación económica y sobre las políticas que se están implantando en su país.
Empezó refutando a los pesimistas que consideran que las últimas décadas han sido negativas para la economía de Estados Unidos y del mundo. Hizo ver que en perspectiva internacional, el PIB de la Unión Americana ha permanecido robusto y lo mismo ha sucedido con el PIB per cápita. El espectacular crecimiento de China, que nadie previó, no afectó esas cifras negativamente, sino que seguramente las reforzó.
El mundo también avanzó en los últimos 30 años. Comparada con la de los 90, la tasa de mortalidad infantil es de la mitad y la tasa de alfabetización es del doble. La pobreza extrema es hoy un 40% de la de entonces. Y en 78 años, no ha habido una guerra directa entre las grandes potencias.
Siente Summers que las élites económicas están erradas al priorizar la creación de empleos, en lugar de maximizar la disponibilidad de bienes a bajo costo para consumidores y empresas. Los responsables de las políticas de competencia y de comercio internacional explícitamente han rechazado la eficiencia como guía de la política económica. Eso es muy costoso en un momento en que hay más vacantes y niveles de inflación superiores a los observados en los 40 años anteriores.
Piensa Summers que tampoco es una idea realista pensar que es posible una reindustrialización. Como sucedió con la agricultura, la manufactura será cada vez menos importante: hoy representa menos de 2 por ciento de la inversión; en 1970 significaba 20% del empleo; hoy es apenas el 6%. El rápido crecimiento de la productividad, la demanda relativamente inelástica y los precios relativos en rápido declive, crearon abundancia a pesar de que declinó el empleo en la manufactura.
La revolución de la inteligencia artificial acelerará esa tendencia. Ford calcula que un coche eléctrico requiere 40% menos mano de obra que uno tradicional. Hay 100 veces más trabajadores en las industrias que usan el acero que en la que lo produce.
Otra idea equivocada es suponer que los problemas económicos fueron causados por la liberación comercial. Es verdad que China les vende muchísimo y que hay perdedores por tanta importación. Pero también ha habido beneficios sustanciales que no se aprecian. Por ejemplo: los empleos creados por el impacto económico de los bienes que venden al gigante asiático; el bajo costo de los insumos que reciben de allá; la mejora de los salarios reales asociados al gran gasto causado por esos precios; los menores costos de capital provocados por los influjos de capital chino. Algo similar puede decirse del T-MEC.
Es falso que el ingreso de China a la OMC haya cambiado en algo la política de comercio exterior de Estados Unidos. Desde mucho tiempo antes recibía el tratamiento de nación más favorecida y el Congreso lo aprobaba cada año.
El alarmismo con que hoy se ve el avance de los chinos es igual al que se observaba en los 60 con los soviéticos y en los 90 con los japoneses. No hay que tenerle miedo a la prosperidad de los otros.
Por último, advierte Summers contra los déficits sustanciales y la deuda desbocada. Es imposible seguir siendo la primera potencia siendo al mismo tiempo el primer deudor.