En Estados Unidos los consumidores enfrentan en esta temporada una situación inesperada. Sus compras navideñas se volvieron caóticas. Hay solicitudes de ropa, electrodomésticos o automóviles que no serán suministradas antes de junio. Algunas mercancías cuestan más del doble que hace un año y otras muestran descuentos increíbles.
Hasta Santa Claus está en problemas. Aunque la mayoría de los niños se portó bien durante los meses que no fueron a la escuela, muchos recibirán juguetes diferentes a los que pidieron.
Las disrupciones originadas por la pandemia son las grandes culpables, pero en algunas industrias se arrastra falta de inversión desde años anteriores. Eso las dejó con insuficiente capacidad instalada para enfrentar la demanda adicional.
Es el caso también de las petroleras que han dejado de explorar y se están reorientando hacia las energías limpias. Al aumentar la demanda, los precios se elevaron y produjeron un alza en cascada.
Ante nuevos brotes de contagios de COVID-19, los cierres repetidos y asincrónicos de los productores asiáticos rompieron su relación con los proveedores y crearon intrincados nudos en las cadenas de suministro.
Esos encadenamientos tenían una estructura esbelta que priorizaba la eficiencia. En tiempos normales era una logística excelente; con la emergencia se convirtió en propagadora de los choques de oferta. Una vez que las dislocaciones emergieron, la complejidad y poca resiliencia de esas cadenas hizo muy difícil repararlas, llevando a nuevos desfases con la demanda.
Los cuellos de botella se reflejaron en el costo de los fletes (siete veces más entre Shanghái y Long Beach), en los tiempos de entrega (cuatro veces más) y en la razón inventario-ventas (un cuarto menos).
Los participantes, anticipando la escasez, acumularon productos en diferentes etapas de la cadena, agravando el desabasto inicial. Eso pasó con el papel higiénico a principios de 2020 y luego se generalizó. Por su parte, los consumidores, al ir de tienda en tienda buscando algo, envían información exagerada hacia arriba de la cadena, produciendo un efecto látigo.
Gasto alocado
El gobierno de Donald Trump actuó rápido y la recesión por la suspensión de la actividad económica sólo duro dos meses. Las empresas tuvieron apoyo fiscal y crediticio; se protegió la nómina de las pequeñas empresas; las familias recibieron transferencias monetarias y a los trabajadores cesantes se les concedieron ingresos adicionales a los del seguro de desempleo.
Al llegar Joe Biden a la Casa Blanca quiso superar esas políticas ofreciendo un paquete de ayuda mayor. Era innecesario porque la demanda permaneció relativamente alta. Ese error tuvo un doble efecto. Muchos dejaron de trabajar, causando una falta de operadores en toda la cadena comercial (transporte, almacenes, tiendas). Con casi todos los servicios cerrados por el confinamiento y con dinero extra en la bolsa, los estadounidenses se dedicaron a comprar cosas.
Normalmente, en una recesión el consumo de servicios se mantiene y el de productos cae, porque la gente aplaza las compras no esenciales.
En la medida en que los bienes no vendidos se acumulan en los estantes, los vendedores reducen sus pedidos. Cuando vuelva a haber demanda, durante un tiempo hay escasez porque productores o mayoristas no tienen inventarios y las existencias de los comerciantes se agotan más rápido que el resurtido.
En esta ocasión (con excepción de los semiconductores) los fabricantes y los mayoristas más o menos sostienen sus inventarios, pero el estrangulamiento en el transporte no les permite llevarlos a los minoristas que, sin embargo, gracias al comercio electrónico, tienen ventas récord. El mayor problema es que los bienes manufacturados dependen mucho de insumos de otras industrias, lo que lleva a grandes excedentes de demanda. Además, esos bienes y sus insumos tienden a ser relativamente intensivos en capital, lo que hace que la elasticidad de su oferta de corto plazo sea baja, ya que toma tiempo expandir la capacidad productiva. En consecuencia, súbitos incrementos en la demanda se transforman en cuellos de botella persistentes, que a su vez causan inflación.
Las presiones inflacionarias se vuelven autosustentables porque ya se incorporaron a las expectativas de las empresas (que seguirán subiendo los precios) y de los trabajadores (que exigen conservar su capacidad adquisitiva).
La esperanza es que se incentive el aumento de capacidad y se aceleren las correcciones. Una vez que se aflojen, podrían resolverse más rápido de lo imaginado.
Ojalá sea así. En todo caso, nunca habrá mejor regalo (y es el que les deseo) que el cariño de nuestras familias.