Cada mañana en el barrio de San Jerónimo, al sur de la CDMX, 339 niñas, niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad cruzan un portal que les abre una realidad distinta.
Ese puente no lo atraviesan solos, se llevan consigo a su núcleo familiar y social más cercano y, con ello, reconstruyen a diario nuestro tejido social.
A Favor del Niño (AFN) es mucho más que solo una escuela: es una Institución de Asistencia Privada (IAP) que diseñó un esquema comunitario que entiende que educar no se limita a enseñar a sus alumnos, sino a transformar.
Transformar vidas, vínculos, entornos. De paso, nos ayuda a entender y a aspirar a un modelo educativo distinto en México.
Hace unos días, AFN recibió uno de los galardones más prestigiados a nivel internacional en materia educativa: el World’s Best School Prize, en la categoría de Colaboración Comunitaria. AFN es la primera escuela mexicana en lograrlo.
Este premio, otorgado por T4 Education en alianza con la UNESCO, Accenture y American Express, reconoce a las escuelas que están redefiniendo el impacto educativo más allá del aula: aquellas que innovan, que crean bienestar y que construyen comunidad.
En un país donde más de 300 mil niñas y niños están fuera de la escuela (INEGI, 2023) y solo 4 de cada 10 jóvenes de bajos recursos llegan a la universidad (Fundación EBC), este reconocimiento jala reflectores y aviva la esperanza.
En AFN se acompaña a infancias y adolescencias desde maternal hasta tercero de secundaria, brindando excelencia académica, una alimentación nutritiva y fomentando un desarrollo humano integral.
Sus claves estratégicas son jornadas de 10 horas, capacitación semanal a los maestros, mejores prácticas nacionales e internacionales y un programa para progenitores que los compromete de manera frontal a involucrarse con la educación de sus hijos mediante un cuidado cariñoso y sensible, sin romantizar las precariedades a las que se ven sujetas las familias.
Nada imposible de copiar en modelos públicos y privados de educación en México.
La inmensa mayoría de las familias que forman parte de AFN cuentan con un ingreso mensual bastante limitado, siendo en su mayoría encabezadas por madres solteras. No obstante, el éxito de su modelo refleja que 7 de cada 10 estudiantes ingresan a universidad, y, de ellos, 8 de cada 10 concluyen con éxito la carrera profesional.
Esto es, AFN no se limita a compensar desigualdades: las reconfigura. Entiende que la educación transforma cuando las familias y las escuelas se reconocen mutuamente como parte de la misma red de cuidado.
Tengo el privilegio de conocer, desde hace más de 20 años, a la directora pedagógica y miembro del patronato, Sofía de Garay, quien además es voluntaria en la institución desde sus 6 años.
Por ello, puedo atestiguar que en las aulas de AFN, la confianza se enseña junto con la lectura; la resiliencia, junto con las matemáticas. Aquí, la educación no es un servicio: es una corresponsabilidad social.
Justo eso es lo que el premio celebra: su capacidad de tejer alianzas sostenibles con las familias, el barrio al que pertenecen y los sectores que la rodean. Cada infancia escolarizada empuja su entorno y consolida una red de apoyo que rompe el aislamiento y fomenta la autonomía.
El premio no mide la infraestructura ni el presupuesto de la escuela; mide el impacto humano y la fuerza de una comunidad que se acompaña, que aprende a construir un futuro en conjunto.
Modelos educativos como el de AFN son política pública viva. Integrarlo en escuelas públicas podría transformar la manera en que concebimos el desarrollo social. Porque una escuela que cuida, forma y conecta, nutre el futuro.
El reconocimiento para AFN nos instruye sobre un modelo que constituye un laboratorio de igualdad. Un auténtico punto de encuentro entre lo familiar, lo social, lo público y lo privado. En lo personal, me recuerda que no bastan los programas sociales; necesitamos reconstrucciones sociales.