Punto de encuentro

El Nobel de la Paz dedicado al conflicto

La dedicatoria de María Corina Machado deja una sensación contradictoria con el espíritu del premio, ya que el liderazgo de Trump plantea serias dudas sobre el compromiso real con los valores de paz y derechos humanos.

El Premio Nobel es uno de los reconocimientos más prestigiosos del mundo. Se otorga cada año a personas o instituciones cuyas contribuciones hayan transformado la Física, Química, Medicina, Literatura o la Paz.

Además del diploma y el prestigio, el galardón incluye una suma que ronda el millón de euros. Sin embargo, detrás del brillo de sus medallas doradas se esconde una sombra persistente: la del sesgo de género y la influencia de intereses políticos.

A lo largo de más de un siglo, la presencia femenina entre los laureados ha sido mínima. Hasta 2025, solo cinco mujeres han recibido el Nobel de Física.

En las áreas de Química, Física, Medicina y Economía, apenas 67 mujeres han sido reconocidas (contando que Marie Curie lo obtuvo en dos categorías). En Literatura, la cifra asciende a 18, y en el Nobel de la Paz, a 20.

Estas estadísticas no solo evidencian una brecha histórica: también ponen en entredicho la idea de que el mérito, por sí solo, determina quién merece ser recordado —o recordada—. Durante décadas, las mujeres han tenido un acceso limitado a los espacios académicos y de poder donde se gestan los grandes descubrimientos.

Esa exclusión estructural sigue reflejándose en los premios más emblemáticos del mundo.

Por otra parte, en diversas ocasiones se ha señalado cómo el Nobel de la Paz ha sido marcado por una fuerte dosis de performatividad política, como lo fue con Barack Obama, premiado al inicio de su presidencia sin haber demostrado logros concretos; o Henry Kissinger, reconocido con el premio pese a su participación en la Guerra de Vietnam y su papel en decisiones geopolíticas altamente controvertidas. Pues así, el Nobel de la Paz 2025 no fue la excepción.

El Comité Noruego otorgó la semana pasada el galardón a la opositora venezolana María Corina Machado, “por su incansable trabajo promoviendo los derechos democráticos para el pueblo de Venezuela y por su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”.

Sin embargo, la decisión no solo señaló un claro sesgo político, sino que Machado dedicó su premio al expresidente Donald Trump, “por su apoyo decisivo” a su causa, quien, además —para sorpresa de varios— había sido nominado para ese mismo galardón de paz.

Esta dedicatoria deja una sensación contradictoria con el espíritu del premio, ya que el liderazgo de Trump —marcado por políticas agresivas como la criminalización de la migración, restricciones al derecho al aborto y retrocesos en las libertades de las personas LGBTIQ+— plantea serias dudas sobre el compromiso real con los valores de paz y derechos humanos que el Nobel pretende enaltecer.

No se trata de ser tolerantes frente a las posiciones diversas a la propia; se trata de ser congruente con valores universales, aunque en ciertas localidades sean políticamente impopulares.

En realidad, no tengo nada contra María Corina; por el contrario, me alegra que otra mujer sea reconocida con el Premio Nobel y reconozco que su postura política es altamente popular en la región.

Adicionalmente, aplaudo que la galardonada ha tenido la nobleza de destacar que el reconocimiento no debe ser a ella, sino a su movimiento. Lo que me parece que era innecesario era la dedicatoria. Dedicatoria a un hombre; y a uno que ha sido muy claro en sus posturas belicosas.

En última instancia, el Premio Nobel debería ser un punto de encuentro entre la ciencia, la ética y el progreso humano; un espacio donde el conocimiento y la justicia se reconozcan sin distinción de género, poder o ideología.

Sin embargo, las controversias que lo rodean revelan que este ideal está lejos de cumplirse. Los sesgos históricos y las decisiones políticamente cargadas han erosionado parte de su autoridad moral, abriendo un debate necesario sobre su verdadero significado.

Tal vez, más que un reflejo de la excelencia universal, el Nobel sea hoy un espejo de nuestras propias contradicciones como sociedad.

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