Punto de encuentro

Festejando a las infancias sin redes: ¿restricción o protección?

¿Se debe prohibir el uso de redes sociales a menores de 14 años? El desafío es respetar los derechos digitales y salvaguardar el bienestar de niñas, niños y adolescentes.

Ayer celebramos el Día de la Niñez, fiesta que desde 1924 se institucionalizó en México dentro de un marco de protección a las infancias, gracias a la Declaración de Ginebra sobre los Derechos del Niño.

El desarrollo comunitario -presente y futuro- pasa por el respeto, protección y desarrollo de las infancias y las adolescencias. De ahí que sea una responsabilidad que atañe tanto a progenitores, familiares, escuelas y gobiernos, como a la sociedad en general.

En este contexto, el gobernador de Querétaro Mauricio Kuri presentó una iniciativa local que busca prohibir el uso de redes sociales a menores de 14 años, y pretende establecer que los adolescentes de entre 14 y 18 años solo puedan registrarse en ellas con el consentimiento de sus padres. La propuesta ha sido materia de debate: algunos la aplauden vehementemente y la promueven para convertirla en ley federal; mientras que otros la rechazan bajo el lema de “prohibido prohibir”, señalándola como adultocéntrica y desapegada de la realidad tecnológica actual.

Nuestra Constitución contiene el derecho de todas las personas al acceso a las tecnologías de la información y la comunicación; y, la Ley General de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes establece que el Estado debe garantizar el uso del internet como una herramienta efectiva para ejercer derechos como la información, la comunicación, la educación y la salud.

Sin embargo, este acceso debe ir acompañado de protecciones para no convertirse en una amenaza para las infancias. Máxime, si de acuerdo con UNICEF, uno de cada tres usuarios de internet es menor de edad (UNICEF, 2018). Esto empeora cuando las plataformas digitales no cercioran con rigor las credenciales de sus usuarios, lo que permite que la mayoría de cuentas sociales se abran de manera inmediata, muchas de ellas con identidades falsas.

En “La Generación Ansiosa”, Jonathan Haidt expone cómo la calidad de salud mental en infancias y adolescencias está relacionada con el uso de teléfonos inteligentes, redes sociales y videojuegos. Para este autor, uno de los orígenes del fenómeno es que las infancias, por cuestiones de seguridad, están siendo hipervigiladas en la vida real, mientras que, paradójicamente, en el mundo virtual son ridículamente libres y desprotegidas de los altos riesgos que hoy se saben de la red. La conclusión es que la sobreprotección del riesgo en la vida física produce infancias frágiles antes los peligros virtuales.

Adicionalmente, este psicólogo social señala que estamos frente a una reconfiguración social de las infancias: se ha dejado la convivencia física para pasar a una virtual mediante plataformas diseñadas para generar adicción, lo que afecta fisiológicamente a los cerebros en desarrollo. Ello lo hace subrayando el impacto diferenciado según el género, indicando que las niñas son especialmente vulnerables a las plataformas visuales que les provocan comparación física y refuerzan estándares de belleza inalcanzables, generando con ello depresión, ansiedad y autolesiones. Además, su tendencia a compartir emociones en línea las expone en mayor medida al acoso y al grooming por parte de hombres. Por otro lado, nos dice que los varones, gracias a la adicción a los videojuegos y al consumo masivo de pornografía, enfrentan un riesgo más alto de “fracasar en el despegue” hacia la adultez, al retirarse del mundo físico y quedar fuera de los sistemas educativo, laboral y social.

Con estos datos, este debate no puede reducirse a satanizar las redes sociales, o bien a entregarse por completo a la realidad virtual. El acercamiento a la vida virtual no va a eliminarse por lo que el verdadero desafío radica en encontrar un punto de encuentro entre el respeto a los derechos digitales y la necesidad urgente de salvaguardar el bienestar físico, emocional y psicológico de niñas, niños y adolescentes. Solo desde ese equilibrio podremos seguir celebrando con responsabilidad cada 30 de abril.

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