Esta semana el principal indicador de renta variable mexicano entró a un bear market. Después de haber alcanzado un máximo de 57 mil 64 puntos, ha perdido más del 25 por ciento. Es una verdad irrefutable, que una de las mayores asignaturas pendientes de las últimas administraciones ha sido incentivar y ampliar el tamaño del mercado de valores. No solamente porque es una de las mejores fuentes de financiamiento para las pequeñas y medianas empresas, sino porque es la mejor representación de la democratización del capital. En términos de tamaño representa poco menos del 30 por ciento de nuestra economía, cifra particularmente baja cuando se compara con otras economías semejantes.
En lo que va del año, el saldo de la posición de tenencia de valores de renta variable por parte de inversionistas extranjeros ha sido negativo por el orden de 14 mil 936 millones de dólares. Esta salida de capitales se ha dado, pese a que nuestro mercado ha estado subvaluado. Pareciera que a pesar de los bajos niveles de precio, no ha sido suficiente motivo para incentivar los flujos hacia el mercado de renta variable mexicano.
El escenario de bajas valuaciones parece ser un gran precedente de las empresas que en los últimos años han buscado deslistar sus acciones en los mercados bursátiles mexicanos. Es sin duda alguna lastimoso el asunto, y lo es más, porque pareciera que el mercado parece ir en contrasentido. Desde el año 2017 solamente se ha registrado una oferta pública inicial. Llevamos prácticamente cinco años de sequía, únicamente se han logrado levantar capitales del gran público inversionista de ofertas subsecuentes de fibras.
Pese a que a simple vista las bajas valuaciones parecen ser el común denominador de las empresas que buscan salir de los mercados de capitales ante la decepción del grupo de control por el poco reconocimiento del valor de sus empresas, podríamos enumerar algunas otras razones que han sido la gran limitante para ampliar el tamaño del mercado.
Es evidente que el regulador ha sido adverso al riesgo, y a las empresas les resulta costoso cumplir los requerimientos de la autoridad. Resulta imperativo abordar el tema desde la desregulación. El mejor ejemplo es la bolsa de valores de Londres, ya que en 1986 introdujeron de manera abrupta cambios en la regulación, eliminando reglas rígidas para la operación y cobro de comisiones, lo que causó un aumento masivo en la actividad, lo que en un inicio pareció ser contraintuitivo. Sin embargo, para el 2006 la bolsa de valores de Londres era considerada uno de los mercados más importantes a nivel global. Este fenómeno fue llamado Big Bang.
Se debe de abordar el tema desde la óptica de las emisoras y de los intermediarios bursátiles, donde abrir una casa de bolsa debería de ser tan sencillo como poner cualquier otro negocio y comprar valores debería de funcionar como adquirir medicinas en la farmacias, OTC y regulados. Los intermediarios bursátiles deberían ser facilitadores del mercado.
El mercado de valores más grande del mundo, cuenta con reglas claras, pero permite de una manera fácil y ágil acceder a empresas e individuos al mercado de capitales. De hecho, en Estados Unidos los principales indicadores bursátiles representan más de 200 por ciento de la economía. Pareciera que, los mercados altamente regulados generan un ambiente hostil.
A las empresas de mediana capitalización les resulta difícil captar la atención de los grandes inversionistas, en especial las Afores, que son torales para darle profundidad al mercado, dado su tamaño relativo. Otorgar un poder más amplio a los fondos de pensiones, sobre las decisiones de inversión para comprar acciones locales y extranjeras podría significar un cambio de paradigmas.
Es una necesidad de los grandes inversionistas locales contar con proyectos de inversión de largo plazo, que ofrezcan buena rentabilidad para dar cabida a los ingresos de los ahorradores mexicanos. ¿Qué hace falta para lograr empatar las necesidades de capital que tienen las empresas con los grandes inversionistas?