Por lo general, tendemos a evaluar el año con base en logros o fracasos concretos, como la meta de ventas, si conseguiste ese cliente o un proyecto avanzó conforme a lo esperado. Es una revisión práctica, incluso necesaria, aunque también limitada. En esta ocasión te propongo un balance adicional, menos numérico y más cualitativo, con un toque de subjetividad y consiste en observar de qué manera alcanzaste tus objetivos, desde qué estado emocional y con qué nivel de consciencia tomaste las decisiones.
Más allá de las cifras, todos contamos con un “copiloto invisible”: un conjunto de hábitos, rutinas, emociones o creencias que terminan tomando el control sin previo aviso. Muchas veces pasamos meses o años siguiendo ese “piloto automático”, convencidos de que dirigimos el rumbo, cuando en realidad sólo estamos reaccionando.
Vale la pena preguntarse quién ha conducido el comportamiento para reflexionar cuánta de nuestra energía estuvo guiada por elecciones conscientes o reflejos. De hecho, existen equipos que trabajan con precisión, entregan resultados puntuales y cumplen sus metas, aunque carentes de pasión. En este caso, el liderazgo puede ser perfecto en lo operativo, pero le faltaría un toque emocional. Avanzan porque nadie se atreve a detener una inercia que ofrece seguridad sin conflictos y preserva la apariencia de éxito, con el costo de bloquear una posible transformación.
Cada líder tiene su propia rueda girando. En algunos casos, es la obsesión por el control; en otros, la sobreexigencia disfrazada de compromiso o la necesidad de mantenerse ocupado para evitar sentirse vacío.
Voltear hacia atrás con esta óptica se convierte en un ejercicio de autoconciencia más que de planeación. No se trata de redactar nuevos propósitos, sino de revisar desde dónde has estado actuando. ¿Qué decisiones nacieron del miedo? ¿Cuáles del impulso?
¿En qué momentos actuaste con claridad y no por reacción? Estas preguntas buscan abrir un espacio de observación que suele perderse entre reportes y objetivos.
El liderazgo, entendido en su dimensión profunda, va más allá de una lista de habilidades. Dirigir implica mirar al entorno y hacia uno mismo. Si ignoras las emociones que gobiernan tus decisiones, corres el riesgo de confundir disciplina con rigidez o entusiasmo con ansiedad.
Si algo puede marcar la diferencia en el año que pronto llegará, es la pausa como estrategia deliberada. Es el momento en que recuperas tu propio criterio y vuelves a escuchar tu brújula interna, pues se corre el riesgo de avanzar con eficacia hacia una dirección equivocada.
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