¿Y si la tarjeta de crédito fuera como anestesia? No duele ni incomoda y, por tanto, corres más riesgo de excederte. Investigaciones en neuroeconomía han evidenciado que, al emplear el efectivo, se activa en el cerebro una región llamada “ínsula”, asociada al dolor físico y emocional. En cambio, si pagas con tarjeta o métodos digitales, esa activación disminuye y con ello también el autocontrol financiero.
Investigadores de Carnegie Mellon y Stanford descubrieron, mediante escáneres cerebrales, que la ínsula trabaja como un freno natural al consumo: cuanto mayor es su activación, más probable es que decidas no gastar. El problema surge con los pagos digitales o contactless, donde el acto de gastar deja de ser tangible y se vuelve “menos real”. Al anestesiar esta sensación, el cerebro pierde la referencia inmediata del costo y se concentra únicamente en la satisfacción de la compra y por eso funciona la famosa frase “con el poder de tu firma”.
Las consecuencias prácticas están documentadas. Diversos estudios demuestran que las personas que utilizan la tarjeta gastan, en promedio, entre 15 y 50 por ciento más que quienes usan efectivo para las mismas adquisiciones. Otro análisis mostró que la implementación del contactless, elevó las ventas en un 15.3 por ciento en los establecimientos investigados, revelando cómo influye la comodidad. Aunque en México aún el 85% de las compras menores a 500 pesos se hacen en efectivo, la adopción acelerada de tarjetas y medios digitales podría replicar aquí esta tendencia.
¿Podemos revertir este fenómeno sin renunciar a las ventajas tecnológicas? La economía conductual ofrece soluciones creativas. Aplicaciones bancarias que emiten alertas inmediatas del gasto, carteras digitales que vibran al hacer un pago, o pequeños recordatorios visuales que muestran en tiempo real el impacto acumulado de tus compras, buscando restaurar el efecto moderador del dinero físico. La meta no es provocar incomodidad, sino devolverle al cerebro la capacidad de valorar cada transacción.
Más allá de recomendar regresar al efectivo, se trata de reconectar con el sentido común y hacer una pausa antes de decir “sí, pago”. Reflexionar si nuestras salidas de dinero son conscientes o automáticas y si nos damos cuenta de cuánto cuesta realmente esta comodidad.
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