Muchas personas ven con recelo a las tarjetas de crédito y resulta comprensible por las elevadas tasas de interés, comisiones poco claras y la facilidad de caer en gastos impulsivos. Sin embargo, prescindir de ellas implica quedar al margen de una parte básica del sistema económico moderno.
Son necesarias para reservar vuelos y hospedajes, contratar servicios de streaming, realizar pagos en aplicaciones móviles o adquirir productos en comercios electrónicos y han pasado a ser un símbolo del consumo globalizado.
Además, numerosos servicios esenciales, como la renta de vehículos o algunos trámites oficiales, exigen una tarjeta como garantía. Carecer de esa herramienta reduce la capacidad para interactuar con múltiples sectores económicos.
También tienen un impacto positivo en la formación del historial crediticio. Un uso prudente permite registrar el comportamiento financiero individual ante bancos e instituciones, y aligera el camino para obtener un préstamo para vivienda, automóvil o crédito empresarial.
Por supuesto, la clave yace en un uso inteligente. Conviene evitar concebirla como extensión del ingreso mensual y, en su lugar, tratarla como un recurso estratégico para simplificar pagos, obtener recompensas, llevar un registro de transacciones o afrontar emergencias. Quienes cubren su saldo completo de cada fecha de corte, disfrutan de financiamiento sin costo.
La seguridad es otro aspecto fundamental. Las tarjetas actuales integran tecnologías como la tokenización y alertas en tiempo real, facilitando la detección de actividad sospechosa. En la mayoría de las situaciones, el usuario queda exento de cargos no autorizados, siempre que informe cualquier anomalía a tiempo.
Ahora bien, quienes enfrentan dificultades para soportar sus impulsos de compra encuentran una alternativa en el uso de una tarjeta de débito con saldo reducido. Esta táctica conserva un control estricto del dinero disponible y previene la acumulación de deudas o adquisiciones compulsivas.
Contar con una tarjeta de crédito hoy es una decisión acertada, mientras exista un manejo responsable, estratégico y claro. Más allá de percibirla como un riesgo, la meta radica en incorporarla a la vida financiera con total certeza de que el control siempre recae en las personas.
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