Alberto Muñoz

México en el Outlook sobre ciencia, tecnología e innovación 2025: Retos y oportunidades

México se ha consolidado como principal proveedor de bienes a Estados Unidos, pero, ¿dónde está el área de oportunidad? Sobre eso reflexiona Alberto Muñoz.

El nuevo reporte “OECD Science, Technology and Innovation Outlook 2025” no habla específicamente de México en todas sus páginas, pero sí traza con mucha claridad el tipo de economía que puede ganar —o perder— en la próxima década. El mensaje de fondo es incómodo y estimulante a la vez: la competencia ya no es entre sectores aislados, sino entre ecosistemas industriales completos, capaces de innovar, absorber tecnología, atraer y retener talento y resistir choques geopolíticos.

Si uno lee ese documento desde la mexicaneidad, aparecen tres grandes vectores de oportunidad que encajan casi a la perfección con nuestra realidad: cercanía a USA, bono demográfico aún vigente y red de tratados internacionales encabezada por el T-MEC. La pregunta no es si tenemos ventajas, es si sabremos organizarlas como ecosistema y no sólo como suma de plantas y fábricas dispersas. El Outlook 2025 insiste en que la unidad relevante de política industrial ya no es el sector tradicional, sino el ecosistema industrial: cadenas completas que incluyen proveedores de insumos críticos, fabricantes de equipo, empresas de software, centros de investigación, financiamiento y talento especializado.

En el caso de las energías renovables, por ejemplo, el informe muestra cómo el análisis fino de los datos de comercio revela quiénes son los verdaderos “nodos” del ecosistema. Allí aparece un dato poco citado en el debate nacional: México es el principal exportador mundial de ciertos bienes de capital clave para tecnologías solares térmicas dentro del ecosistema global de renovables. Eso significa dos cosas: ya somos parte de ecosistemas críticos, no sólo “proveedores baratos”: en solar, automotriz, autopartes, electrónica y dispositivos médicos estamos insertos en cadenas donde se juega la transición verde y digital. La cercanía física con USA multiplica el valor de esos eslabones: el mismo estudio de la OCDE subraya que las dependencias en insumos y equipamiento crítico se han vuelto tema de seguridad económica. Quien pueda producir cerca del mercado final, con confiabilidad y escala, gana poder de negociación.

Los datos recientes lo confirman desde el lado comercial: México se ha consolidado como principal proveedor de bienes a USA, con alrededor de 15% de sus importaciones a inicios de 2024, impulsadas sobre todo por manufacturas de alto valor como vehículos, maquinaria y electrónicos. ¿Dónde está el área de oportunidad? : pasar de “fábricas dispersas” a ecosistemas organizados en torno a sectores estratégicos: automotriz-electromovilidad, semiconductores, energías renovables, equipo médico y agroindustria avanzada. Hacer lo que la propia OCDE propone: mapear sistemáticamente los ecosistemas (proveedores, centros de I+D, universidades, startups, financiamiento, talento) para detectar cuellos de botella y dependencias críticas, especialmente en chips, minerales y componentes clave. Usar la cercanía con EU no sólo para ensamblar, sino para atraer actividades de diseño, pruebas, desarrollo de software e inteligencia artificial industrial, donde se genera el margen más alto. La cercanía geográfica ya nos dio la ola de nearshoring. La siguiente ola es más exigente: convertir esa ventaja en plataforma de innovación y no sólo de producción.

El segundo vector es la demografía. México sigue siendo un país relativamente joven: alrededor de 23% de la población tiene menos de 15 años y casi 70% está en edad de trabajar.  Es una estructura que todavía ofrece un bono demográfico, pero que no será eterno: las proyecciones apuntan hacia un rápido envejecimiento en las próximas décadas. El informe de la OCDE no usa la etiqueta de “bono demográfico”, pero sí insiste en algo crucial: la innovación es inherentemente concentradora, y para que sus beneficios se vuelvan crecimiento amplio hay que invertir en difusión y participación: más regiones, más empresas y más grupos sociales involucrados en ciencia, tecnología e innovación. Además, alerta sobre un problema que México ya está viendo: la carrera científica y de ingeniería se percibe menos atractiva, con sistemas académicos marcados por la precariedad, alta competencia por pocos puestos estables.

Para un país como México, esto se traduce en una ecuación sencilla: si no transformamos a tiempo a esa masa joven en talento STREM (“R” de Robótica) con trayectorias profesionales atractivas y competitivas, el bono demográfico se convertirá en frustración social… y en pérdida de competitividad. Áreas de acción que se desprenden del Outlook 2025 sugieren reforzar la formación en STREM y habilidades digitales alineadas con los ecosistemas donde ya jugamos (automotriz, electrónica, agroindustria, salud, logística, software industrial), con programas binacionales que aprovechen la integración con USA y Canadá. Necesitamos diseñar carreras científicas y tecnológicas menos precarias, con mejores puentes entre universidad, centros de investigación y empresa, de forma que el doctorado no se vea como una ruta de riesgo extremo sino como un activo para la industria y el sector público. Y por supuesto, apostar por la “excelencia inclusiva” que promueve la OCDE: no sólo financiar centros de élite, sino también nodos regionales de innovación en estados donde hoy el nearshoring está aterrizando pero la infraestructura de ciencia y tecnología va rezagada.

Nuestro bono demográfico no se medirá en cuántos jóvenes tenemos, sino en cuántos de ellos pueden integrarse a los ecosistemas industriales y de innovación que están reconfigurando Norteamérica. El tercer vector es nuestra arquitectura de tratados, con el T-MEC como piedra angular. El acuerdo modernizado que sustituyó al TLCAN mantiene un espacio de libre comercio en una región de más de 510 millones de personas y cerca del 30% del PIB mundial.

La OCDE subraya que, tras la pandemia y en medio de tensiones geopolíticas, los países están usando políticas industriales y tecnológicas para reforzar su autonomía estratégica y resiliencia de cadenas de suministro, desde el CHIPS and Science Act estadounidense hasta el EU Green Deal Industrial Plan. En ese contexto, México tiene al menos tres cartas fuertes: el T-MEC como escudo y condición: que obliga a repensar contenidos regionales, reglas laborales y ambientales, y al mismo tiempo ofrece certidumbre jurídica para inversiones en sectores de alto valor agregado, una red adicional de tratados con Europa, Asia y América Latina que puede convertir a México en plataforma de doble entrada: producir en México para Norteamérica, pero también reexportar hacia otros bloques y un historial probado como socio manufacturero confiable, que hoy se refleja en que más del 90% de nuestras exportaciones a EU son manufacturas, con fuerte peso de autos, maquinaria, electrónicos y cada vez más dispositivos médicos.

La oportunidad, leída a la luz del Outlook 2025, es dar un salto de calidad: pasar de un uso defensivo de los tratados a una “diplomacia de ecosistemas industriales”. Eso implicaría, por ejemplo negociar y coordinar esquemas trinacionales específicos para semiconductores, baterías, energía limpia e IA aplicada a manufactura, donde México pueda asumir roles claros en diseño, pruebas, empaque y pruebas de confiabilidad, no sólo ensamblaje; usar los capítulos de comercio digital, propiedad intelectual y pymes del T-MEC para escalar empresas mexicanas con soluciones de inteligencia artificial, software industrial, robótica, visión por computadora y analítica aplicada a las cadenas de valor regionales; asegurar que cumplimos —y capitalizamos— las reglas de origen y contenido regional, para que nuestras exportaciones efectivamente entren bajo el paraguas del T-MEC y no queden vulnerables a escaladas arancelarias.

El mensaje del Outlook 2025 es claro: en un mundo de transición verde, revolución digital y tensiones geopolíticas, los países que ganan no son los que tienen un buen sector aislado, sino los que logran armar ecosistemas industriales e innovadores completos, resilientes e inclusivos. México tiene tres ingredientes que muchos envidiarían, la cercanía física al mercado más grande del mundo, una población aún mayoritariamente joven, una red robusta de tratados que lo inserta en varias de las principales áreas de libre comercio del planeta. Lo que falta es retador: organizar estos activos con visión de ecosistema, donde política industrial, política de ciencia y tecnología, educación superior, infraestructura y diplomacia económica remen en la misma dirección. Si no lo hacemos, el “nearshoring” será una moda pasajera más. Si lo logramos, dentro de unos años el siguiente Outlook de la OCDE podría usar a México como ejemplo de cómo un país de renta media convirtió su geografía, su juventud y sus tratados en poder tecnológico y bienestar compartido.

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