Alberto Muñoz

Robots vs. millones en software: La batalla silenciosa entre China y Estados Unidos

Mientras Asia domina la robótica y Estados Unidos lidera el software, México y Latinoamérica pueden ser el puente entre ambas revoluciones de IA.

La revolución de la inteligencia artificial no avanza de manera uniforme. En realidad, se está dividiendo en dos grandes caminos: uno físico, dominado por Asia, y otro digital, liderado por Estados Unidos. Ambos buscan lo mismo —automatizar el trabajo humano—, pero lo hacen desde geografías, culturas y modelos económicos radicalmente distintos.

En 2024, China instaló 295,000 robots industriales, más de la mitad del total global. En solo diez años, su densidad —robots por cada 10,000 trabajadores— saltó de 97 a 470. Cerca de 93% de la inversión asiática en robótica se concentra dentro de sus fronteras. Con una población que envejece y una base laboral en declive, el país está reemplazando brazos humanos por brazos robóticos. No solo produce robots: está automatizando su economía entera. Del quirófano al almacén, del ensamblaje a la cirugía, el hardware se ha convertido en una ventaja competitiva central. El resultado: un mercado que hoy ronda los 47 mil millones de dólares y que podría alcanzar los 108 mil millones en 2028. Mientras buena parte de Occidente discute - ineficazmente - la ética de la IA, China la instala en sus fábricas.

Del otro lado del Pacífico, el fenómeno se invierte. Mientras Asia construye robots, América construye agentes. Startups como Cursor han alcanzado 500 millones de dólares en ingresos anuales recurrentes en cuestión de meses. Lovable pasó de cero a 17 millones en 90 días. Bolt llegó a 20 millones en apenas ocho semanas. Casi la mitad del capital de riesgo estadounidense se destinó a IA en 2024, y alrededor del 86% del financiamiento global en este sector se concentró en Norteamérica, con un total cercano a 80 mil millones de dólares. El nuevo oro ya no está en chips ni cables, sino en modelos que escriben código, diseñan software y automatizan decisiones. Las empresas SaaS de más rápido crecimiento reportan que cerca del 90% del nuevo código en producción es generado por herramientas de IA. Estados Unidos no está sustituyendo obreros de fábrica: está sustituyendo programadores, analistas, contadores y abogados. Su revolución no se mide en piezas soldadas, sino en líneas de código escritas por máquinas.

En eventos como Switch Singapore, el contraste entre ambos mundos se vuelve evidente. Los pasillos se llenan de humanoides, robots quirúrgicos, sistemas logísticos y medtech de precisión. Es una apuesta fuerte por la automatización física, pero con un pie firme en el software. Singapur no toma partido: integra ambos enfoques, convirtiéndose en un puente estratégico entre el hardware de Asia y la inteligencia digital de Occidente. Mientras Silicon Valley escribe código y Shenzhen fabrica robots, Singapur diseña el ecosistema que permite que ambos hablen el mismo idioma.

Marc Andreessen ha señalado que Estados Unidos libra una carrera contra China en materia de inteligencia artificial y que la siguiente fase de esta competencia se disputará en el terreno del hardware, no del código. La primera fase fue el software. La segunda será la robótica, y los robots tienen que construirse en el mundo físico. Tras décadas de desindustrialización, buena parte de Occidente perdió esa capacidad. Hoy, la ventaja manufacturera se inclina hacia China.

Ante este contexto, gana fuerza una hipótesis estratégica: las empresas que dominarán esta década no elegirán entre robots o agentes, sino que combinarán ambos. El verdadero valor emergerá en el punto de encuentro: software para hacer la mecatrónica inteligente que controle robots físicos, robots sensorizados que generen datos para entrenar modelos de IA más potentes y plataformas digitales que coordinen la automatización en el mundo real. El desafío ya no consiste en escoger entre bits o átomos, sino en lograr su fusión. El futuro pertenece a quienes consigan que la inteligencia artificial deje de ser solo una aplicación y se convierta simultáneamente en una arquitectura física y cognitiva.

China está automatizando su músculo industrial; Estados Unidos, su cerebro digital. Ambas potencias encabezan revoluciones complementarias. Pero el espacio intermedio —México y América Latina— enfrenta una oportunidad histórica. La región puede convertirse en el corredor de integración entre el hardware asiático y la inteligencia de software norteamericana.

La ventaja latinoamericana no radica en intentar competir frontalmente con estos gigantes, sino en conectar sus mundos: ensamblar, adaptar y “tropicalizar” tecnologías que unan manufactura avanzada con automatización cognitiva. Desde parques industriales inteligentes hasta clústeres de robótica educativa y productiva, México puede posicionarse como la interfaz entre los robots que fabrican y los agentes que piensan.

La revolución que se aproxima no será exclusivamente de robots ni exclusivamente de software, sino de ecosistemas híbridos. Los países que logren diseñar esa convergencia —donde los algoritmos controlen los brazos, y los brazos alimenten a los algoritmos con datos del mundo real— serán quienes escriban el siguiente capítulo de la economía global. El futuro no pertenecerá únicamente a quienes fabrican máquinas ni a quienes entrenan modelos, sino a quienes comprendan que la verdadera inteligencia emerge cuando ambos trabajan juntos.

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