Bloomberg Opinión - Spinetto

El coqueteo entre Brasil y México es más ruido que nueces

México y Brasil han forjado una relación más cercana, pero las diferencias estratégicas entre ambas naciones aún son profundas, destaca J.P. Spinetto.

Se podría pensar que Brasil y México están dejando atrás su histórica rivalidad y avanzan hacia una alianza más estrecha. Pero lo que está tomando forma no es un acercamiento impulsivo, sino una estrategia calculada.

En los últimos 10 meses, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y su homóloga mexicana, Claudia Sheinbaum, han cultivado una relación diplomática cada vez más sólida. Se han reunido en cuatro ocasiones en distintos foros y han sostenido múltiples conversaciones telefónicas, en un contraste marcado con el exmandatario Andrés Manuel López Obrador, quien evitó la mayoría de las cumbres internacionales. Sheinbaum incluso asistió a la cumbre del G20 en Río de Janeiro, algo que AMLO nunca hizo, a pesar de compartir afinidades ideológicas con Lula.

Ahora ambos gobiernos están dando pasos concretos para fortalecer sus vínculos económicos. El vicepresidente brasileño, Geraldo Alckmin, liderará una delegación que visitará México a fines de agosto con el fin de explorar acuerdos comerciales.

La relación emergente entre las dos mayores economías de América Latina se basa en su afinidad ideológica, pero también ha recibido un impulso tras el regreso de Donald Trump a la presidencia. Para Brasil, el fortalecimiento de lazos con México representa una oportunidad de diversificación comercial frente a los nuevos aranceles estadounidenses del 50% y una alternativa regional a la influencia de Washington. Para México, este acercamiento ofrece cierto margen ante su tensa relación con la Casa Blanca, aunque no necesariamente se traduzca en un cambio de prioridades diplomáticas.

Aun así, no hay que esperar fuegos artificiales ni discursos grandilocuentes sobre la integración latinoamericana. Las diferencias estratégicas entre Brasil y México siguen siendo profundas, lo que hace improbable que alguno sacrifique sus prioridades nacionales por un objetivo común meramente simbólico. Históricamente, su vínculo ha sido más de competencia que de cooperación.

Este intento de acercamiento puede generar algunos acuerdos y gestos diplomáticos, pero difícilmente se traducirá en un reordenamiento regional. Aun así, cualquier avance representa una mejora desde una base bastante baja: el comercio bilateral entre ambos países alcanzó apenas US$13.600 millones el año pasado, menos que el comercio de México con el estado de Arizona.

Con el panorama comercial global sacudido por la política arancelaria de EE.UU., Brasil y México podrían encontrar coincidencias en sectores como alimentos y agricultura, farmacéutica, servicios financieros y tecnología. Esta semana, ejecutivos del conglomerado mexicano Femsa se mostraron “muy optimistas” respecto a Brasil y anticiparon crecimiento de dos dígitos en su red de tiendas OXXO en el país sudamericano.

Sin embargo, ambos países siguen anclados a sus propias esferas de influencia. México depende de su integración con EE.UU. a través del T-MEC, mientras que Brasil apuesta por su asociación con China, su principal socio comercial y un respaldo político creciente. Brasil también persigue un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, algo que México no respalda. Además, la pertenencia de Brasil a los BRICS refleja su apuesta por un orden multipolar que México no comparte.

Sus políticas económicas también chocan: Brasil mantiene medidas proteccionistas, especialmente en la industria automotriz, mientras que México se posiciona como una potencia manufacturera global, con acuerdos de libre comercio con más de 50 países. Estas visiones opuestas complican cualquier intento serio de integración.

Y como suele ocurrir en América Latina, cualquier giro ideológico en uno de los gobiernos podría enfriar el entusiasmo actual.

En lugar de grandes tratados, el camino más realista sería eliminar obstáculos prácticos que impiden una mayor cooperación. Por ejemplo, México no tiene embajador en Brasilia desde hace casi un año, tras la salida de Laura Esquivel. Tampoco hay vuelos directos desde Ciudad de México a ciudades clave como Río de Janeiro, Brasilia o Fortaleza. Además, los brasileños todavía deben solicitar un visado físico para ingresar a México, debido a presiones de EE.UU. por el cruce de migrantes.

Esa decisión de complacer a Washington, incluso a costa del turismo brasileño, muestra los límites de cualquier estrategia regional sin el visto bueno de EE.UU.

Consultada recientemente sobre sus planes con Brasil, Sheinbaum fue cauta: “Por supuesto que estamos hablando de complementariedades, no estamos hablando de un acuerdo de libre comercio, ni mucho menos”, dijo. No es el lenguaje audaz de una alianza transformadora, pero quizá sea un comienzo. ¿Sería grandioso, ¿no cree?

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