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Sheinbaum está teniendo un verano para el olvido

La presidenta Claudia Sheinbaum está atrapada entre defender el legado ideológico de AMLO y los ataques de Donald Trump.

Claudia Sheinbaum está en problemas.

A casi diez meses de comenzar su mandato, la primera presidenta de México enfrenta múltiples problemas: desde una tensa relación con la Casa Blanca de Donald Trump hasta escándalos internos en Morena que debilitan su credibilidad en la lucha anticorrupción. Estos desafíos también mantienen a su presidencia bajo la sombra de su mentor y antecesor, Andrés Manuel López Obrador.

En el ámbito interno, la economía se debilita. La creación de empleo formal se contrajo por tres meses consecutivos a junio; la inversión se está deteriorando a medida que cae la confianza empresarial. El crecimiento sería de tan solo 0.2 por ciento este año y de 1.2 por ciento en 2026.

Es cierto que el peso se ha beneficiado de la depreciación del dólar, pero eso ha afectado la competitividad de las empresas mexicanas, sobre todo en el vital sector turístico. En lo externo, EU eleva los aranceles y las sanciones, lo que obliga al gobierno de Sheinbaum a constantemente estar a la defensiva.

Aunque sería una de las mujeres más poderosas del mundo, Sheinbaum parece atrapada entre dos figuras: las agresivas exigencias de Trump y la influencia ideológica de AMLO. Sigue gozando de un sólido índice de aprobación de 76 por ciento, pero su popularidad ha caído nueve puntos porcentuales desde su máximo de febrero. Con las malas noticias acumulándose, debe prepararse para más turbulencias.

Hay una ironía: López Obrador desmanteló con tanta eficacia a la oposición —incluso con su desastrosa reforma judicial— que ahora Morena domina el debate público. Eso implica que el partido será responsable de todo, bueno o malo, y ya no es fácil culpar a terceros por los errores. Los esfuerzos de Sheinbaum de culpar a los gobiernos “neoliberales” entre 1994 y 2018 de todos los fracasos de México ya no resuenan como antes. Sin enemigos evidentes y con el control de la mayoría de las instituciones del país, la presidenta aún debe lograr el equilibrio entre defender el historial de su mentor político y arreglar los numerosos problemas que dejó, como una situación fiscal insostenible, el colapso de Pemex, un sistema de salud en decadencia y grandiosos proyectos estatistas que queman cada vez más dinero.

Tomemos el tema de las relaciones entre EU y México: Sheinbaum se ganó con razón los elogios, incluso de este columnista, por su enfoque paciente e institucional hacia la administración Trump. Pero seis meses después del inicio de Trump 2.0, la Casa Blanca sigue haciéndole la vida imposible a los funcionarios mexicanos, con una serie de órdenes que han tensado las relaciones.

La decisión más reciente afectó al sector aéreo. Pero antes de eso fue el retiro de un tratado sobre los tomates, lo que implica un nuevo arancel del 17 por ciento para los productores mexicanos. Y antes de eso, la amenaza de un arancel del 30 por ciento anunciada por Trump a principios de este mes. Y antes de eso, la sanción a bancos mexicanos por acusaciones de lavado de dinero, la cancelación de visas a políticos e incluso a artistas mexicanos, las disputas por los derechos del agua, o la negociación de la pena de capos del narcotráfico mexicanos bajo custodia de EU.

La lista crece cada semana, consumiendo el tiempo y los esfuerzos de la administración, que intenta mantenerse al día con las últimas medidas de la Casa Blanca.

Sheinbaum busca lograr un acuerdo integral con EU, incluida la renegociación del T-MEC, que comenzará en la segunda mitad del año, y eso tiene sentido. Un marco legal incierto con EU como el que enfrenta México actualmente, perjudica las perspectivas de inversión.

También ha tomado medidas decisivas para abordar la crisis de inseguridad del país, a satisfacción de Washington. A medida que se acerca la fecha límite del 1 de agosto para los aranceles, la presidenta necesita desesperadamente anotarse victorias para demostrar que la relación con EU es algo más que ser un saco de boxeo. Sin embargo, lograr un nuevo pacto comercial no será fácil e incluso eso no sería suficiente para reactivar de inmediato la débil economía.

La respuesta de Sheinbaum a la inquietud empresarial ha sido presentar su “Plan México”, un ambicioso programa para estimular el crecimiento y la inversión. Pero una política industrial como esa lleva años y requiere la aceptación del sector privado. Consideremos la ironía de que Sheinbaum inste a la gigante eléctrica española Iberdrola a no salir del país, la misma Iberdrola que AMLO vilipendió sin cesar cuando era presidente.

Sheinbaum ha mostrado una compostura férrea y un impresionante conocimiento de las políticas desde su toma de posesión en octubre, pero también está cometiendo errores de principiante. Un ejemplo: enfrentarse públicamente con el abogado estadounidense de uno de los hijos de El Chapo Guzmán. ¿Ninguno de sus asesores le dijo que no debía enzarzarse en una discusión con el asociado de un narco violento que se encuentra bajo custodia de EU? Como mínimo, el episodio revela que su gabinete no la está protegiendo. De hecho, todos los conflictos se escalan rápidamente hasta la presidencia, una dinámica riesgosa para cualquier líder.

Y luego llegaron las explosivas revelaciones que vinculan a un aliado cercano de una de las principales figuras de Morena, Adán Augusto López, con el sanguinario Cártel de Jalisco Nueva Generación. Este escándalo que afecta al líder del Senado de Morena es enorme: durante casi dos años fue el hombre de confianza de AMLO, al punto de que el presidente lo llamó públicamente su “hermano”. López incluso intentó, sin éxito, desafiar las aspiraciones presidenciales de Sheinbaum. Su reacción a las acusaciones —desaparecer durante días— equivalió a admitir que lo habían sorprendido con las manos en la masa. Morena ha dado su apoyo en público, pero algo parece roto cuando la presidenta debe, al mismo tiempo, defender al aliado de AMLO y prometer que nadie está por encima de la ley.

Sheinbaum debe dejar de seguir los pasos del expresidente y empezar a forjar su propio camino. Esto requerirá decisiones difíciles, como mostrarse más firme ante las peticiones de Trump, introducir una mayor disciplina financiera en sus políticas y distanciarse de los elementos más controvertidos de su partido. Pero la alternativa podría resultar mucho más costosa: las nubes que comienzan a cernirse sobre su presidencia podrían convertirse en una tormenta después del verano.

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