A pesar de la ola de frío que avanza desde el sur, América Latina vive estos días una situación inusualmente “pegajosa” en un aspecto: la inflación.
De los cinco principales bancos centrales de la región con políticas de metas de inflación, solo el de Perú ha logrado frenar de forma consistente el aumento de los precios hasta alcanzar su objetivo cinco años después del inicio de la pandemia mundial. Esto contrasta con Brasil, México, Colombia y Chile, donde las presiones sobre los precios en los sectores de servicios, el sólido crecimiento económico, el fortalecimiento de los mercados laborales y las medidas fiscales más laxas se han combinado para poner fin a la tendencia deflacionaria que comenzó a finales de 2022. Peor aún, Brasil y México, las dos economías más grandes, han sufrido un repunte de las tasas de inflación en 2025, lo que ha puesto en un aprieto a sus bancos centrales.
Recordemos que cuando surgieron los primeros indicios de problemas en las cadenas de suministro mundiales en 2021 —que provocaron escasez de productos— las autoridades monetarias subieron rápida y enérgicamente las tasas de interés para contrarrestar una inflación que en algunos casos superó el 10 por ciento, mientras sus pares mundiales dudaban. Fue una medida inteligente y sus economías disfrutaron de un aterrizaje suave y de una política monetaria más flexible en todos los países, excepto en Brasil, incluso en un contexto político complicado. El mercado especula con que los bancos centrales seguirán flexibilizando su política monetaria, dado el debilitamiento del dólar, la caída de los precios del petróleo, la ralentización de la economía mundial y la postura cada vez más moderada de la Reserva Federal, pero sería prudente evitar precipitarse. No hay mucho que perder en esperar que los datos concretos demuestren que el reciente aumento de las tasas de inflación es temporal.
La política monetaria nunca ha sido una ciencia exacta y los bancos centrales a veces se equivocan al tratar de encontrar el nivel adecuado de tasas, como hicieron algunos al mantener los costos de financiación demasiado restrictivos durante un periodo prolongado en 2023. También es cierto que la inflación se está mostrando persistente en muchos lugares del mundo, concretamente en Estados Unidos. Sin embargo, con previsiones de aumentos de precios en Brasil, México, Colombia y Chile que rondarán el 4 al 5 por ciento a fin de año, no hay tiempo para la complacencia. El control de la inflación se ve dificultado por el despilfarro fiscal y el elevado endeudamiento de estos gobiernos, especialmente en Brasil y Colombia. La calificación de este último fue rebajada por Moody’s Ratings y S&P Global Ratings.
Los bancos centrales también pueden haber subestimado la llamada tasa de interés neutral necesaria para contener la inflación en el periodo pospandémico, según Ernesto Revilla, economista jefe para Latinoamérica de Citigroup. “A pesar de lo elevado de las tasas nominales en el pico del ciclo alcista, quizá no eran suficientemente restrictivas en términos reales”, me dijo Revilla, y agregó que es posible que los objetivos de inflación no se alcancen hasta 2026. “Esto significa que Brasil probablemente mantendrá las tasas altas todo 2025, que Perú y Chile ya no moverán las tasas o harán ajustes muy pequeños (-25pb en 2H25), que Colombia y México sí sigan bajando, pero con cautela”.
De hecho, el banco central brasileño está adoptando la postura más agresiva entre sus pares tras haber subido su tasa de interés de referencia al 15 por ciento el mes pasado y haber señalado que la mantendrá alta durante algún tiempo. Algunos argumentarán que tasas reales de casi 10 puntos porcentuales para frenar una inflación que se debe en parte al gasto excesivo del gobierno son exageradas. Pero los bancos centrales independientes deben centrarse en cumplir su mandato, más allá de las distorsiones introducidas por el ruido fiscal. Si el 15 por ciento es lo que se necesita para reanudar la tendencia a la baja de la inflación, que así sea.
Aun así, es sorprendente ver las estrategias opuestas adoptadas por las principales economías de América Latina. A diferencia de Brasil, México ha optado por un enfoque moderado que desafía su tolerancia históricamente baja a las presiones sobre los precios. A pesar de que la inflación se aceleró hasta el 4.51 por ciento a mediados de junio desde el 3.59 por ciento en enero, el Banxico ha recortado los costos de financiación en dos puntos porcentuales este año, hasta 8 por ciento. Es cierto que las tasas reales, de alrededor de seis puntos porcentuales, dejaban margen para algunos recortes, sobre todo con una economía al borde de la recesión. Sin embargo, el hecho de que la flexibilización coincida con el empeoramiento de las expectativas de inflación es algo desconcertante.
La sensación es que Banxico se daría por satisfecho con que la inflación volviera a situarse en un rango tolerable, sin necesidad de bajar al objetivo de 3 por ciento, que espera alcanzar dentro de un año (tras no cumplir sistemáticamente las estimaciones anteriores). Eso sería un error, porque una inflación anual en torno al límite superior del rango objetivo, es decir, 4 por ciento sigue siendo demasiado onerosa para la mayoría de las economías y probablemente intolerable para los votantes mexicanos. De hecho, hay buenas razones para abogar por objetivos más bajos en México, Colombia y Chile, como hizo Perú en 2007.
Es cierto que los bancos centrales solo tienen que bajar el ritmo de aumento de los precios unas décimas para recuperar el control de la inflación. Pero llegar a eso no será fácil y demandará mucha paciencia. De lo contrario, corren el riesgo de dañar no solo la reputación que tanto les ha costado construir en materia de control inflacionario, sino también sus economías.