Ese sería mi consejo para el gobierno brasileño sobre cómo abordar la fiebre arancelaria del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Brasil solo ha recibido un gravamen del 10 por ciento en la infame tabla de represalias arancelarias de Trump, lo que no afectará significativamente a la mayor economía de América Latina. Al contrario: es posible que esta barrera relativamente menor acabe beneficiando a Brasil, uno de los principales proveedores de cereales, carne, aceite y metales.
El arancel de represalia de China del 34 por ciento a todas las importaciones de Estados Unidos, significa que la nación sudamericana podría ganar cuota de mercado a expensas de los agricultores y productores estadounidenses, como ha estado haciendo desde que comenzaron las tensiones entre Estados Unidos y China.
La enorme cosecha de cereales del país este año, que crecería un 10 por ciento en comparación con la temporada 2023/2024 a un récord de 328 millones de toneladas, coincide con precios sólidos para la soja en el mercado doméstico.
Si los aranceles de Trump se mantienen durante mucho tiempo, Brasil también podría aumentar sus envíos a Estados Unidos triangulando productos de países con impuestos más altos, o haciendo que las empresas estadounidenses amplíen su capacidad a nivel local. (EU sigue siendo el mayor inversor en el país).
Recuerde que el Mercosur, encabezado por Brasil, acaba de firmar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, que recibió un arancel más alto del 20 por ciento por parte de Trump. Brasil podría ser incluso un proveedor de tierras raras a Estados Unidos, dadas las nuevas restricciones de China a las exportaciones.
Por otro lado, también podría enfrentar una avalancha de productos baratos chinos, algo muy temido por las industrias brasileñas. En cualquier caso, la relación con su aliado geopolítico asiático y principal socio comercial, con más de 150 mil millones de dólares en comercio bilateral anual, seguro se profundizará.
Economistas de JPMorgan Chase calculan que un arancel del 10 por ciento en Estados Unidos reducirá directamente el producto interno bruto de Brasil en un 0.3 por ciento. Sin embargo, en una guerra comercial más amplia, su sector agrícola podría disfrutar de “importantes beneficios indirectos” a través del desvío del comercio, dijeron.
“Dado que los efectos directos y de desviación probablemente se anulen entre sí, Brasil es un pasajero de las consecuencias de la guerra comercial”, según una nota de la semana pasada firmada por la analista de JPMorgan Cassiana Fernández entre otros.
En este volátil nuevo orden mundial, no hacer demasiado ruido sale a cuenta. La diplomacia silenciosa y el diálogo directo deberían ser la estrategia de Brasilia para tratar con esta Casa Blanca. Y cabe destacar el persistente déficit comercial de Brasil con Estados Unidos a lo largo de los años.
Ahora, no será fácil. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva tiene un historial complicado con Washington, y deberá evitar las batallas retóricas con Trump, en particular a medida que se acercan las elecciones presidenciales de 2026 y el líder estadounidense respalde en público a su némesis, Jair Bolsonaro.
Lula querrá reforzar sus credenciales como líder del Sur Global a expensas de los estadounidenses, como ha hecho durante la mayor parte de su carrera. Es casi cómico ver a Lula, un proteccionista acérrimo que dirige una de las grandes economías más cerradas del mundo, convertido en adalid del libre comercio para marcar diferencia con Trump:
“Defendemos el multilateralismo y el libre comercio”, dijo la semana pasada, y añadió que Brasil “responderá a cualquier intento de imponer un proteccionismo que ya no encaja en el mundo actual”. Si realmente quiere lograr ese objetivo, podría empezar a reducir los aranceles en su propio país.
Supongo que estos comentarios son inevitables para un veterano como Lula, pero deberá resistir la tentación de hacer que Trump preste atención a Sudamérica o de convertirse en el centro de atención de la Casa Blanca por su buena relación con China. Lula haría bien en preguntar a su amigo Gustavo Petro, presidente de Colombia, sobre las consecuencias de enfrentarse a Trump sin filtros.
Por supuesto, si se avecina una recesión mundial, la economía brasileña no podrá esquivarla. En ese escenario, es probable que veamos menos presiones inflacionarias y un banco central brasileño repentinamente dovish que podría recortar las tasas de interés antes de lo esperado. También existe el riesgo de que Lula impulse más estímulos fiscales, una de sus herramientas favoritas, incluso si la carga de la deuda del país ya está alcanzando niveles preocupantes.
Pero, en general, Brasil ha recibido una mano relativamente positiva. Brasilia deberá ahora jugar bien sus cartas.