New York Times Syndicate

El día que Cristiano quiso dejar el futbol

El astro portugués del futbol Cristiano Ronaldo estuvo a punto de tirar la toalla y dejar las canchas para siempre. Durante su adolescencia, el delantero se aferró a Madeira, su pueblo natal.

Las carreteras de Madeira se retuercen como lazos de caramelo, con sus largas y delgadas curvas que empiezan en la costa y se elevan por esta escarpada isla en un laberinto que recuerda a las favelas de Río de Janeiro. El lento descenso aquí se da con una sensación similar también a la de las barriadas brasileñas: la de aislamiento total, un completo alejamiento de las áreas turísticas que yacen debajo.

Ese sentimiento es intenso dentro de los residentes. En mayo, en Santo Antonio, una localidad en medio de la montaña, dos hombres se pararon ante una mesa enfrente de un modesto bar al aire libre. Los hombres estaban hablando del nativo más famoso de Madeira, la estrella del futbol Cristiano Ronaldo. Pero no estaban reviviendo uno de los goles mágicos de Ronaldo en el Real Madrid ni deleitándose con una de sus actuaciones épicas para el equipo nacional de Portugal. Más bien estaban recordando la vez en que Ronaldo casi arruinó su carrera profesional antes de siquiera empezarla.

Cuando CR7 era apenas un adolescente, se aferró a su tierra natal, a su aislamiento y no quería irse a probar nuevos terrenos, cuenta su padrino, Fernao Sousa.

"Le ayudé a llegar a Lisboa", dijo Sousa, quien por supuesto estaba hablando sobre la serie de transferencias que llevaron a un joven Ronaldo de su primer club, el Andorinha, a un club de Maderia más grande, El Nacional, y luego finalmente fuera de la isla cuando se unió a la academia del Sporting de Lisboa en 1997. Ronaldo tenía entonces 12 años. 

Sousa, también ex jugador del Andorinha y el Nacional, tenía conexiones que facilitaron el ascenso de Cristiano. "Su hijo es su futuro", le dijo el padrino a los padres del jugador. 

Pero a pocos meses de iniciada la primera temporada de Ronaldo en Lisboa, Sousa escuchó que su ahijado estaba de vuelta en la isla, en la casa de lámina donde se crió. Por ello, decidió ir por él para convencerlo de regresar al club. 

En la humilde casa, los familiares dijeron que CR7 no era feliz, pero no sabían por qué, pese a que siempre lo habían visto con un balón.
"Faltaba a la escuela solo para jugar", recuerda Ludgero Castro, un antiguo vecino. "Sus libros de texto eran el balón de futbol".

En Lisboa, sin embargo, Ronaldo no había encontrado el santuario que Sousa esperaba. Extrañaba a su padre, José Dinis, quien era jardinero; a su madre, Dolores, y a su hermano y dos hermanas. Extrañaba perseguir ranas en las barrancas secas con su primo y la familiaridad de vivir en un barrio. Extrañaba, más que todo, escuchar a la gente hablar como él; en Lisboa, los otros muchachos en la academia se burlaban de él sin misericordia por su acento "pueblerino" de Madeira. Era definitivo: Cristiano no quería regresar al futbol. Su familia no sabía qué hacer. 

"Convencimos a su madre de hablar con él", narra Sousa, agitando la cabeza. "Siempre escuchaba a su madre. Luego lo pusimos en el auto y lo llevamos directo al aeropuerto. Fue difícil, pero regresó".

Sousa rió entonces, reconociendo su declaración insuficiente. El bar en que estaba de pie estaba al lado de un campo de futbol con una gran fotografía de un joven Ronaldo, usando los colores del Andorinha, pegada sobre la entrada. Este campo no existía cuando Cristiano era niño; su primer campo estaba un poco más cuesta abajo de la colina y "ni siquiera tenía pasto, sólo tierra", según Rui Santos, el presidente del Andorinha cuando Ronaldo jugó ahí. En esta isla, sin embargo, la presencia de Ronaldo es ineludible.

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En el modesto aeropuerto, anuncios que muestran a Ronaldo saludan a los pasajeros cuando entran en la terminal. Si uno le pide a un taxista un "tour de Ronaldo", lo llevará a los lugares de su juventud. En Bairro Quinta Falcao, el área donde creció el astro, la cafetería a la que iba su familia tiene fotografías de él y uno de sus camisetas en la pared. "Aún viene cuando está de visita", dijo el camarero. "Le gusta un plato lleno de pescado portugués".

Si se detiene a una persona en la calle en este barrio, señalará el espacio justo detrás de la Casa Azul que sirve como centro comunitario. Ese lote baldío es donde estaba la casa de la niñez de Ronaldo. La casa fue demolida hace varios años, aunque los residentes ofrecen diferentes versiones de por qué: algunos dicen que fue porque vándalos y vagabundos habían convertido la casa en un blanco después de que Ronaldo mudó a su familia a un área más bonita; otros dicen que al gobierno de Madeira les preocupaba que la casa proyectara una mala imagen de la infancia del delantero merengue.

La hermana mayor de Ronaldo, Elma, quien opera una tienda de ropa de la marca Ronaldo en la parte más comercial de Funchal, no especificó por qué la casa de la familia había sido demolida.

Eso también fue una subestimación. Ronaldo vive ahora en Madrid con su novia, una modelo rusa, y su hijo de tres años. Su madre vive cerca de él también. Su otra hermana, Katia, es cantante. Su ingreso anual, según una reciente estimación de Forbes, es de 44 millones de dólares.

Cristiano Ronaldo visita Funchal sólo "unas cuantas veces al año", comenta Elma, y "siempre que viene tiene que mantenerse oculto". Siempre hay visitantes, siempre hay gente que quiere algo.

Recientemente, el crack estuvo aquí para celebrar la apertura de su museo, una elegante galería cerca de las áreas turísticas que engloba sus diferentes facetas. En la muestra hay todo tipo de trofeos, así como camisetas, fotografías y una colección de balones.

El primo de Ronaldo, Nuno Viveiros, dirige el museo. "Ya tenía demasiados trofeos, era bueno que los exhibiera", asegura. "Además, ganará más y los pondremos aquí también". Ese es un sentimiento común entre los residentes de Madeira, quienes tienen una fe inquebrantable en la magia de su jugador favorito.

Recuerdan los días antes de que fuera el desenvuelto mago en el campo, los días en que lloraba después de perder partidos con el Andorinha. Recuerdan cuando su toque con el balón siempre parecía un poquito más suave que el de otros muchachos. Recuerdan, también, la época en que no quería irse.

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