CIUDAD DE MÉXICO.- Cerca del 40 por ciento de los 11.1 millones de habitantes indocumentados en Estados Unidos ingresaron a ese país con una visa de turista o de negocios, estima el Pew Research Center.
En 2016 el centro de investigación publicó un estudio en el que señalaba que de los 45 millones personas que llegaron a Estados Unidos por aire y mar, tan sólo en 2015, con visa de turista o de negocios, alrededor de 416 mil 500 personas continuaban en el país un año después de su ingreso.
Este grupo de indocumentados está considerado como prioridad del gobierno estadounidense para ser deportado, de acuerdo con Sean Spicer, portavoz de la Casa Blanca: "Los que se han quedado en el país con visas, cuya validez ha vencido, estarán dentro de las prioridades de deportación", sentenció el pasado 23 de enero.
El gobierno estadounidense comenzó la persecución de personas con visas vencidas, Rubén Moya es uno de ellos. Llegó a Denver, Colorado, en marzo de 2016, con esposa, dos hijos, todos con visa.
"Desde que tomamos la decisión de venir sabíamos que terminado el permiso que nos dan en la aduana, tendríamos que vivir con la incertidumbre y el temor de ser deportados, y con la llegada de Donald Trump aumentó ese temor, pero no podemos quedarnos quietos, el hambre y las necesidades no perdonan y hay que seguir trabajando", cuenta a El Financiero el padre de familia que pasó de trabajar como comunicólogo en México a constructor en Estados Unidos.
Moya Guadarrama relata que, pese al endurecimiento de las políticas migrantes, su objetivo es quedarse en ese país aunque no ejerza su profesión, la razón: "es pesado, pero bien vale la pena por mi familia", asegura.
"Aunque es difícil encontrar un empleo para las personas que venimos con estudios, el trabajar en algún restaurante, de limpieza o cualquier empleo, puedo decir que nos da para bien comer y uno que otro lujo. En México no tenía un mal empleo, pero es grande la diferencia; allá no pagaba una renta y vivía al día, y aquí pago renta, luz, agua, teléfono, gas y aun así nos queda un poco para un gusto", confiesa.
La esposa de Rubén y él trabajan en Denver, él en una empresa de construcción y ella en un local de productos mexicanos, ambos tienen jefes estadounidenses y no han sufrido algún tipo de discriminación o abuso por parte de ellos, no pueden decir lo mismo de los hispanos.
"Mi esposa, cuando comenzó a trabajar, un día llegó enojada y me contó que entraron dos chicas hablando español y cuando pidieron sus productos lo hicieron en inglés, mi esposa no les entendía y se puso nerviosa; una señora se percató y comenzó a ofender a las chicas, porque ella también las había escuchado hablar español. Hay más gringos que tratan de hablar español para ofrecerte ayuda", asegura.