MADRID.- Durante años el impulso global hacia las energías limpias fue guiado por acuerdos políticos, cumbres climáticas y compromisos multilaterales. Hoy el motor ha cambiado de combustible: el verdadero impulsor de la transición energética ya no es la política, sino el mercado.
Y ningún país ejemplifica mejor este viraje que China.“El motor de la transición energética ya no es la política, sino el mercado. Las familias con bajos ingresos ahora pueden permitirse un coche eléctrico, mientras que el coste de un campo de paneles solares o turbinas eólicas es menor que el de las centrales eléctricas de carbón o gas natural”, afirma Jiang Kejun, profesor de política climática, citado por Le Monde ayer.
En sólo cinco meses, entre enero y mayo de este año, China instaló 198 gigavatios (GW) de capacidad solar, casi tanto como todo lo acumulado por Estados Unidos (239 GW).
Ha superado los mil GW en total, frente a los 338 GW de la Unión Europea. Señala el reportaje de los periodistas Jordan Pouille y Harold Thibault, de Le Monde, China no sólo lidera por volumen, sino por estructura: ha construido “el sistema de energía renovable más extenso (...) y la cadena industrial de nuevas energías más completa”, según palabras del propio Xi Jinping.
Lo que comenzó como una respuesta política a la grave crisis de contaminación urbana se ha transformado en un nuevo modelo de crecimiento. Así, la llamada industria verde –energía solar, baterías, vehículos eléctricos y almacenamiento– creció en 2024 tres veces más rápido que el resto de la economía china, generando más de 1.75 billones de dólares de producto interno bruto –superior al total de la economía mexicana–, según Le Monde.
“La transición verde es hoy un eje estratégico para reconstruir el modelo económico chino post-Covid”, publicó The Economist el 25 de mayo de este año en su artículo “China se reinventa a través de la energía limpia”.
El éxito de empresas como CATL y BYD –que controlan más de 50 % del mercado mundial de baterías– ha convertido a China en potencia exportadora de tecnología energética.
Lo notable no es solo el volumen de producción, sino la presión competitiva. Los fabricantes privados de paneles, baterías y automóviles eléctricos compiten a diario. Muchos sucumben.
De esa manera, “lo que empezó como una política ambiental se ha convertido en una competencia darwiniana donde sólo sobreviven los más eficientes”, señaló Bloomberg Green el 14 de mayo en el reportaje
“El mercado chino devora a sus propios campeones verdes”. La consecuencia, para el mundo, es positiva: una caída dramática en los precios de tecnologías limpias: “sin China, la transición energética global sería más cara, más lenta y mucho menos equitativa”, opinó The New York Times en su editorial del 2 de junio, titulado “La energía verde que viene de Oriente”.
En medio de esta expansión solar y eólica, hay otro elemento central para satisfacer la creciente demanda eléctrica: la energía nuclear. Ahí tampoco hay sorpresas: China construye actualmente cerca de 30 de los 60 reactores nucleares en desarrollo en todo el mundo.
Ha convertido a la energía atómica en una prioridad estratégica, no sólo como fuente limpia de base, sino como pilar de seguridad energética. “La energía nuclear será indispensable para lograr la neutralidad de carbono en 2060”, dijo el viceadministrador de la Agencia Nacional de Energía de China en una conferencia en Pekín, citado por Reuters la semana pasada.
Le Monde confirma este enfoque, señalando que China “construye la mitad de los aproximadamente sesenta reactores nucleares que se levantan hoy en todo el planeta”. También lo respalda la Agencia Internacional de Energía.
En su informe del 28 de junio de 2025, “Camino a la neutralidad: el papel de la energía nuclear”, advirtió que sin una expansión significativa de la capacidad nuclear será imposible cubrir la creciente demanda global sin seguir quemando combustibles fósiles.
Pero el liderazgo chino en energías limpias (la nuclear es energía limpia) convive con una paradoja. China sigue siendo el mayor emisor de gases de efecto invernadero del planeta: 12 mil millones de toneladas de CO₂ en 2024, 30 por ciento del total mundial.
Aunque la proporción del carbón como fuente energética bajó de 70 por ciento en 2010 a 58 por ciento en 2024, el país aún quema más carbón que el resto del mundo combinado, según el Centro para la Investigación de la Energía y el Aire Limpio (CREA), de acuerdo con el reportaje de Le Monde.
Aun así, hay señales de cambio. El 80 por ciento del aumento en la demanda eléctrica de China en 2024 ya fue cubierto con energías limpias. El dominio chino tiene implicaciones globales. Estados Unidos ha respondido con proteccionismo: aranceles descomunales a los coches eléctricos chinos y el desmantelamiento de políticas climáticas bajo la presión del expresidente Trump.
Un reportaje publicado el jueves, “Pekín no roba la revolución verde: la vende”, en Foreign Policy, se subraya que China no busca imponer su modelo, sino exportar productos y tecnologías baratas que otros necesitan.
Así es que, en efecto, el mundo está cambiando. Pero no por tratados ni promesas, sino por una lógica implacable de mercado: quien domine la producción, dominará el futuro energético. China lo entendió y se puso manos a la obra. Ahora le toca al resto decidir cómo responder.