Un elemento esencial de sobrevivencia y adaptación a los tiempos, han sido los llamados poderes regenerativos de la familia real británica. Crisis tras crisis, escándalos que cimbran los cimientos de la institución, y pasado el tiempo, resurgen y se renuevan.
Muchas monarquías europeas sucumbieron ante crisis insalvables. La española por ejemplo, se encuentra hoy en día, en etapa de reconstitución después de la debacle, los devaneos e imprudencias del Rey Juan Carlos I que produjeron un final adelantado de su reinado, justamente el responsable de restituir la institución en 1975 a la muerte del General Franco.
Isabel II “sigue ahí” como afirman los cronistas reales ingleses, un símbolo de estabilidad, fuerza y continuidad frente a la historia.
A mediados de los años 50, después de haber enfrentado la crisis matrimonial de su hermana Margarita que concluyó en la decisión de la joven princesa, en no contraer matrimonio con Peter Towsend, al antiguo agregado militar de su padre.
La pena que imponía la monarquía, si Margarita a sus 25 años insistía en casarse con el militar divorciado, era perder sus títulos, su estipendio como princesa del Reino Unido e hija del difunto Rey Jorge VI, y por último, perder el tratamiento como Alteza Real. Margarita se rehusó a perder todo ello por contraer nupcias con un ciudadano común, sin títulos, riqueza y además, divorciado.
La siguiente crisis que tuvo que enfrentar su Majestad, fue ni más ni menos que la de su esposo, Felipe, Duque de Edinburgo.
Proveniente de una familia desgarrada por la guerra y la revolución nacionalista en Grecia, con un padre refugiado en Paris, una madre recluida en una clínica mental en Suiza y sus hermanas, casadas con aristócratas alemanes, Felipe fue cobijado por el ala inglesa de la familia, Louis Mountbatten, tío de la reina, y también de Felipe por el lado de su madre.
Cadete naval en la armada real, primos lejanos, Felipe e Isabel se casaron en 1947 enamorados, y muy unidos. 10 años después, renuente a su rol secundario detrás de la Reina, sin rol específico o concreto que desempeñar, más que la de consorte real, Felipe se sentía atrapado por la institución, sin carrera, oficio, ni función alguna. En esos años asistía a clubes de caballeros en Londres, y había señalamientos de algunos flirteos del joven y muy apuesto Duque.
Isabel II accedió a la petición de su marido, lo nombró Príncipe del Reino Unido y todos sus territorios, convirtiéndolo, en lo más cercano a su igual en estatus y jerarquía, sólo detrás de la Reina. Eso tranquilizó a Felipe quien se transformó sin duda alguna, en la cabeza de familia, el padre firme frente a sus hijos, y el gran apoyo y respaldo para Isabel II. Estuvieron casados 73 años, y la propia Reina le rindió tributo en un evento público señalando que había sido su respaldo y apoyo esencial todos esos años.
Para los años 70 con Carlos y Ana ya en sus 20′s cercanos a sus 30´s, vinieron las siguientes crisis de los jóvenes hijos de su Majestad. Novios y novias, salidas, pocos signos de estabilidad para la consolidación de la monarquía en una nueva generación.
La Princesa Real Ana, se casó primero y fue madre inmediatamente, lo que envió una señal de continuidad generacional.
Carlos tardó mucho tiempo más, contrajo matrimonio hasta sus 32 años de edad, con una joven 13 años menor, sin ninguna experiencia ni madurez para la carga de la responsabilidad que vendría. El matrimonio de Carlos y Diana, estrellas mediáticas de su generación, se convirtió en muy poco tiempo en la parte más amarga, triste y dolorosa de la familia real. No sólo por los constantes desencuentros de la pareja, sino por la tensión y crisis que provocó al interior de la familia.
No pasaron muchos años antes de que los medios registraran las fricciones, para convertirse en aliados absolutos de la Princesa Diana, frágil, bella y seductora ante las masas, pero enferma, con desórdenes alimenticios, deprimida y profundamente herida por un marido que la engañó desde el principio. Carlos se casó con Diana para cumplir con su rol de heredero, producir descendencia y sentar cabeza con un matrimonio estable, tal y como sus padres le pedían, pero jamás estuvo enamorado de Diana puesto que su corazón pertenecía desde su soltería a Camila Parker Bowles.
Cuando este matrimonio fracturado de origen alcanzó las páginas de los tabloides, la Reina y el Príncipe Felipe supieron que la familia enfrentaría otra severa crisis de imagen, credibilidad y prestigio frente a la ciudadanía.
El matrimonio del príncipe Andrés, Duque de York con Sarah Ferguson distrajo por algunos pocos años la atención sobre Carlos y Diana. Pero en muy poco tiempo, se derrumbó en otro fallido cuento de hadas.
El “Annus Horribilis” (1992) de su Majestad, concentró el divorcio de Andrés, el devastador incendio del Castillo de Windsor -casa familiar de la Reina- y finalmente, el divorcio de Carlos y Diana. Cada evento por separado hubiera bastado con remover la monarquía hasta sus más profundos cimientos, pero Isabel II supo recomponer la institución, mantenerse siempre estoica y amable con sus súbditos, aguantar el temporal en la conducta de sus hijos y nueras.
El siglo XX cerraría para la familia real británica, con el trágico accidente y fallecimiento de la Princesa Diana (1997) a quien se le mantuvo el título por ser madre de un futuro Rey, pero ya no de Gales puesto que no era más la esposa del Príncipe de Gales.
El accidente automovilístico el último día de agosto de 1997 en el puente de las Ánimas en París, terminó con la vida de Doddi Al Fayed, heredero de un millonario egipcio dueño de los prestigiados almacenes Harrods de Londres, quien cortejaba a la Princesa con quien pretendía casarse, y de la propia Diana casi de forma inmediata.
Diana sufría la ruptura de su noviazgo con quien fue el amor final de su vida, el cirujano paquistaní Hasnat Khan, y se distraía con Doddi.
El accidente y la muerte de la princesa causó un terrible impacto en la sociedad británica en general y en la familia real. Cientos de miles se volcaron a las calles a presentar su tributo a la memoria de la princesa con ramos de flores dejados a las puertas de diferentes residencias reales: Kensington (residencia de Diana) Buckingham, Balmoral.
La reacción de la Casa Real fue lenta, burocrática, torpe e insensible.
La Reina permaneció en Escocia con sus nietos resguardados de la vorágine pública por una semana, sin entender la enorme reacción del pueblo británico. La bandera a media asta en señal de luto no estuvo presente en el Palacio de Buckingham hasta que Isabel II regresó de Balmoral.
Ahí pronunció un discurso transmitido en vivo por radio y televisión, donde rindió un breve homenaje a la Princesa fallecida y pidió comprensión y solidaridad para con sus nietos y su familia. Brillante acto de contención de crisis mediática, que le otorgó una tregua de la crítica y los ataques en los medios.
Como nunca antes Isabel II había sido señalada como directa responsable de una crisis, por el contrario, era siempre quien salía a ordenar las cosas con su parsimonia, su elegancia y su permanente estabilidad. Esta vez, estuvo en el banquillo de los acusados, acusada de fría, insensible, distante de sus súbditos ante el dolor por la pérdida de la “Princesa del Pueblo”, “la Reina de los corazones”.
Una vez más, la familia tuvo que aguantar una crisis mayúscula, producto de una lectura equivocada de los sentimientos de la nación.
El funeral de estado otorgado a Diana, había sido planeado y diseñado para la Reina Madre (quien falleció 5 años después hasta 2002) y en él, se rindió tributo nacional a Diana Spencer y contribuyó a disminuir el enojo popular. Nadie olvida a las cinco figuras -dos de ellas conmovedoras- caminando detrás del ataúd de la Princesa por las calles de Londres: los príncipes Guillermo y Enrique, sus muy pequeños hijos en ese momento, el príncipe Carlos su ex marido, el príncipe Felipe su suegro y Carlos Spencer, hermano de Diana quien dirigió un enérgico discurso contra la institución en el servicio fúnebre.
Los Windsor, una vez más en el ojo del huracán, fueron capaces de reponerse a una nueva crisis, donde se jugaron sentimientos de absoluta admiración y simpatía por la Princesa Diana, al tiempo de una creciente antipatía y rechazo por el resto de la familia.
Sólo piense usted que la recomposición de la imagen del príncipe Carlos, heredero al trono, tomó los siguientes 7 años. Calos pudo casarse en una ceremonia privada con Camila Parker Bowles, hasta el 2005, 8 años después de la muerte de Diana, cuando el público pudo aceptar la idea de otro matrimonio del futuro Rey.