Una economía que deja de avanzar no necesariamente está enferma. A veces solo está pensando. El problema es cuando empieza a pensar demasiado… y desde la banqueta.
Eso es lo que sugieren los últimos datos del IOAE del INEGI: en octubre de 2025, la economía mexicana no creció ni 0.1%, ni anual ni mensual.
Se estancó tras una caída aproximada de –0.7% en septiembre. La industria retrocedió cerca de un 2.1% anual y los servicios avanzaron apenas un 0.9%, por debajo del 1.1% previo.
Con esta foto, la economía mexicana puede no estar caída, pero sí está detenida: con el motor encendido, pero en neutral en una avenida de doble sentido.
Es una sensación parecida a cuando el GPS te dice “Rutas Alternas Encontradas”, pero no se mueve la pantalla: sabes que todavía no estás perdido, pero empiezas a revisar el tanque de gasolina.
Las manufacturas —que han sido durante años el respirador de la economía— muestran fatiga. Los servicios, que suelen amortiguar los golpes, ya no traen almohadas. El yo optimista sugiere que es solo un ajuste técnico. El yo cauteloso recuerda que la desaceleración global, la volatilidad cambiaria y la moderación del sector exportador pueden haber llegado a la misma fiesta, y sin invitación.
El dilema no es si estamos en recesión. Todavía no. El dilema es si estamos preparados para que la economía deje de depender de su “modo automático”: exportaciones a Estados Unidos, ciclo manufacturero, consumo interno basado en empleo formal e inflación moderada.
Es decir, ¿ya tenemos otro motor instalado o seguimos confiando en que el viejo aguantará otro año de curvas? Porque creer que la economía seguirá creciendo solo porque “siempre ha crecido” es como pensar que una planta seguirá verde solo porque ayer la regaste. La inercia no es estrategia.
La tentación política será leer estos datos como un simple bache transitorio. Pero la evidencia es incómoda: el crecimiento potencial de México sigue rondando el 1.5–2%. Y con un PIB que ya encadena señales de enfriamiento, la tasa de interés que empieza a bajar y la inversión privada que todavía duda, el margen de maniobra es estrecho.
El mercado laboral ha resistido bien, pero ya empieza a mostrar señales de moderación. El consumidor sigue activo, pero más prudente. El sector público ya no tiene espacio para expansiones fiscales sin sacrificar estabilidad.
Entonces, ¿quién empuja el carrito? Lo más peligroso de un estancamiento no es el estancamiento en sí, sino la ilusión de que se corrige solo.
Una economía puede caer rápido, pero puede desacelerarse lentamente, como una llanta que pierde aire: no explota, pero un día descubres que no puedes avanzar porque ya estás apoyado en el rin.
Si queremos evitar ese escenario, necesitamos un giro claro: políticas que premien la inversión productiva, incentivos fiscales temporales para sectores estratégicos, mayor coordinación con el nearshoring y una agenda seria de productividad que vaya más allá del discurso.
Hoy, la posibilidad de recesión técnica está a medio camino. El riesgo existe, pero no es inevitable. Lo decisivo será definir qué tipo de país queremos ser en los próximos años: ¿un ensamble barato con mano de obra eficiente pero limitada? ¿O un centro de innovación y manufactura especializada? Si optamos por lo segundo, la cifra de octubre no será el inicio del declive, sino el espejo que nos obligó a repensar prioridades.
Ahora bien, vale el ejercicio de autocrítica intelectual. ¿Qué estoy asumiendo? Que este estancamiento refleja un debilitamiento real de la actividad y no simplemente ruido estadístico o un ajuste puntual antes de una recuperación.
Un escéptico diría que los indicadores adelantados del consumo interno aún no muestran alarma y que la inversión extranjera directa se mantiene sólida. ¿Podría ser solo un respiro natural tras varios trimestres de expansión? Es posible. ¿Podría significar una nueva trayectoria descendente? También. La clave está en no suponer que la tendencia se explica sola. Lo incómodo —y lo honesto— es admitir que no hay diagnóstico definitivo hasta ver consistencia en los siguientes datos. Asumir recesión sería precipitado. Descartarla por completo sería irresponsable.
Por eso, conviene hacer una pausa, no para frenarnos, sino para acelerar con dirección. Ver el estancamiento como síntoma, no como sentencia.
Como advertencia, no como condena. El peor error sería confundir estabilidad con inmovilidad. Una economía puede estar tranquila… hasta que deja de estar viva. La economía mexicana no está rota, pero sí pide un cambio de marcha.
Si las decisiones correctas se toman pronto —especialmente en política industrial, impulso a la inversión privada y claridad fiscal— octubre de 2025 será recordado como el mes en que dejamos de reaccionar y empezamos a planear.
Pero si la inacción se impone, este será el punto en el que el motor dejó de ser silencioso para convertirse en un susurro de advertencia. La economía no nos está diciendo “adiós”. Nos está diciendo: “no llegaremos lejos si seguimos en neutral”.
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.