Monterrey

Karina Sánchez: La maternidad como privilegio

La narrativa que se transmite es atractiva: madres que trabajan, ocupan espacios de poder y parecen “tenerlo todo”.

En los últimos años, la imagen de mujeres en la vida pública llevando a sus hijos a eventos, reuniones o conferencias se ha convertido en un símbolo de progreso.

La narrativa que se transmite es atractiva: madres que trabajan, ocupan espacios de poder y parecen “tenerlo todo”. Pero detrás de estas postales se oculta una realidad que la mayoría de las mujeres enfrentan a diario. Lo que se vende como avance es, en muchos casos, una excepción que genera una falsa sensación de que la conciliación entre trabajo y maternidad está garantizada.

Los datos muestran otra realidad. Según el INEGI, la tasa de participación económica de las mujeres de 15 años y más es de 45.6%; entre las madres, baja a 43.4%.

Una de cada cuatro trabaja en la informalidad y un tercio percibe ingresos de hasta dos salarios mínimos. Conciliar vida laboral y familiar no es un ideal aspiracional: es una lucha diaria atravesada por jornadas dobles, discriminación y un sistema laboral rígido que ignora la carga de la maternidad.

Mientras algunas figuras públicas pueden maternar en espacios de poder, millones de mujeres deben “suplicar” permisos para atender emergencias escolares o cuidados médicos.

La sobrecarga es física, económica y emocional, y la sociedad suele celebrar la excepción, ignorando que la norma sigue siendo la precariedad. Se vende la idea de avances en apoyos a madres trabajadoras, cuando en la práctica, la mayoría carece de políticas que hagan sostenible la maternidad y el trabajo.

El sector empresarial también refleja esta contradicción. El estudio “Las empresas mexicanas por la Agenda 2030 en la Década de Acción” de la Red Mexicana del Pacto Mundial revela que, si bien el 43% de las empresas considera que puede tener un impacto positivo en igualdad de género, solo el 36% de las grandes empresas identifica el ODS 5 (igualdad de género) como prioritario, frente al 51% de las medianas.

Entre las políticas implementadas, el 96% asegura igual retribución por igual trabajo, el 88% promueve el liderazgo femenino, pero muchas de estas acciones se limitan a la propia empresa y no a su cadena de suministro. Solo el 27% realiza campañas de sensibilización y cultura de equidad, y apenas el 14% cuenta con presupuesto específico para reducir la brecha salarial.

Estos datos reflejan un avance parcial y fragmentado, lejos de la narrativa de progreso que se transmite públicamente. La igualdad de género, así como la sostenibilidad social, no se logra con imágenes simbólicas ni distintivos.

Se requiere inversión real, seguimiento estructurado y un cambio cultural profundo que considere que la maternidad y el trabajo deben ser derechos universales, no privilegios de unas pocas.

Las políticas públicas y empresariales deben garantizar: guarderías accesibles con horarios extendidos, horarios laborales flexibles que no impliquen precarización, espacios inclusivos para niños con discapacidad y corresponsabilidad parental efectiva. Solo así la maternidad dejará de ser un obstáculo laboral y económico.

La verdadera sostenibilidad no se mide únicamente en resultados financieros o distintivos corporativos: se mide por la equidad, la inclusión y la capacidad de las empresas y del Estado para generar condiciones reales que permitan a las mujeres combinar trabajo y crianza.

La desigualdad afecta no solo a las madres trabajadoras, sino a todas las mujeres que buscan participar en la vida pública y laboral en condiciones de equidad.

La presencia de mujeres en espacios de poder no debe ser un gesto aislado ni decorativo: debe ser un motor de transformación que beneficie a todas, no solo a las privilegiadas.

La maternidad no debe ser un lujo ni un acto heroico. Debe ser una elección libre, sostenida por condiciones laborales dignas, políticas públicas efectivas y estrategias empresariales que integren igualdad y sostenibilidad como ejes centrales.

Mientras no se cumpla esto, las postales de madres que combinan trabajo y crianza seguirán siendo excepciones románticas, vendiendo una narrativa de progreso que no refleja la realidad de millones de mujeres en México.

Solo cuando todas las mujeres puedan maternar y trabajar con dignidad, sin penalización ni precariedad, se podrá hablar de avances reales.

Hasta entonces, la narrativa oficial y mediática seguirá siendo una postal engañosa, que oculta la desigualdad estructural y la urgencia de políticas integrales y sostenibles.

La autora es Doctora en Ciencias Sociales con orientación en Desarrollo Sustentable (SNI) y profesora de la Escuela de Negocios en la UDEM.

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