Monterrey

Pablo de la Peña: Economía básica

Mientras una empresa quebraría al gastar más de lo que gana, el Gobierno recurre al endeudamiento creciente para sostener su gasto.

¿Cómo quebrar una empresa? Muy fácil, gastando constantemente más de los recursos que ingresa por su actividad comercial. Cuando una empresa gasta más de lo que tiene cae en un déficit, y aunque puede ser medianamente sostenible no lo es en el largo plazo.

Una empresa con déficit podría pedir créditos temporalmente para cubrir sus gastos inmediatos, bajo la expectativa de que, en un futuro no muy lejanos se tendrán ingresos suficientes y constantes para pagar dicha deuda y sus intereses, y para evitar caer nuevamente en un déficit.

Entonces ¿cómo se puede evitar un déficit? Muy fácil, no gastando más de lo que tienes, o incrementando tus fuentes de ingresos.

En una empresa, puedes reducir la nómina o ciertos gastos de operación no directos, y quizá te dará un respiro, pero cualquier recorte que hagas quizá te repercutirá negativamente en tu capacidad productiva. O bien, podrías incrementar los precios de tus productos y servicios para incrementar tus ingresos, a pesar de que vendas las mismas unidades; en otras palabras, cóbrale más a tus clientes para mejorar tus ingresos. Esto sólo será posible si el mercado lo permite, es decir, si tus clientes no se van con la competencia.

Es posible que las condiciones de mercado cambien de manera desfavorable para la empresa y temporalmente tenga desequilibrios en sus finanzas, pero si mantiene contantemente su patrón de gastos por encima de sus ingresos, incuestionablemente quebrará.

¿A quién en su sano juicio se le ocurriría mantener una estructura de gastos mayor a sus ingresos? O ¿quién en su sano juicio desearía mantener un crédito constante para cubrir un déficit crónico? La respuesta es: al gobierno.

Cada vez más escucho algunos colegas economistas argumentando razones para que el gobierno realice un cambio en su política fiscal, es decir, haga una reforma fiscal para incrementar los impuestos.

A pesar del incremento acelerado que se tuvo en el sexenio anterior en el gasto social y la realización de los proyectos macro de López Obrador, no se hizo ningún ajuste a la política fiscal en el país, es decir, no hubo cambio en la estructura de impuestos, al menos en los principales que son el ISR y el IVA.

Esto ha llevado a que el gobierno federal se vea cada vez más apretado en sus finanzas y que tenga que incrementar su endeudamiento, porque el dinero que recibe de ingresos no es suficiente para cubrir todos sus gastos. Ya lo platicábamos hace algunas semanas en este espacio, los ingresos nunca son los esperados y tampoco los gastos. Los ingresos reales son menores a los presupuestados y los gastos son comúnmente mayores a los esperados. El resultado final es más deuda, o la alternativa sería: más impuestos.

El gobierno federal está esperando gastar en el 2026, en números redondos, $10.19 millones de millones de pesos (billones de pesos); y espera obtener de ingresos $8.72 billones de pesos, esto quiere decir que necesita pedir deuda por $1.47 billones de pesos.

Este nivel esperado de endeudamiento es 18.14 por ciento mayor al presupuestado para el 2025, y es 2.72 veces más grande que el primer presupuesto de deuda de López Obrador en el 2019.

Claramente el gobierno federal no tiene recursos suficientes para realizar sus gastos presupuestados, y por lo tanto está contratando cada vez más deuda. En el 2019, el financiamiento por deuda representaba el 9.28 por ciento del presupuesto, para el 2026 representará 14.4 por ciento.

Ante este panorama, muchos opinan que la administración de Claudia Sheinbaum tendrá que hacer una reforma fiscal para incrementar sus ingresos. Yo no tengo duda de que las necesidades del país van creciendo, de que hay necesidades sociales que se deben cubrir, y de que un gobierno no debería estrictamente buscar tener “utilidades” como una empresa. Pero sí creo que un buen gobierno debería de ser más responsable del gasto que realiza y antes de pensar en incrementar impuestos, debería de repensar su gasto público.

Hay gasto público que puede ser productivo como lo es, toda la inversión pública en infraestructura que apuntale a los sectores industriales, pero en el sexenio pasado se invirtió en proyectos macro que no han mejorado el sistema de comunicación aérea, que no producen combustible, que destrozan el medio ambiente y que no han tenido un efecto multiplicador en la economía. Esa inversión no fue productiva, fue meramente una necedad. Por otro lado, tenemos gasto social que podría tener impactos positivos, esto es “spill overs”, por ejemplo al mejorar la educación, las oportunidades de empleos formales y las condiciones de salud. Sin embargo, el gasto social actualmente se ha incrementado como un medio clientelar, que si bien ayuda a palear los desequilibrios sociales que tenemos por nuestras fallas estructurales, no es más que una “aspirina política”.

Antes de pensar en una reforma fiscal, o de incrementar el endeudamiento, vamos pidiendo a nuestros representantes que piensen mejor cómo redistribuir el gasto de manera más eficiente y que busquen otras fuentes de ingresos, como la reducción de la informalidad, por ejemplo. Incrementando la formalidad, se podrían incrementar los ingresos por impuestos, sin necesidad de incrementar la tasa impositiva a quienes ya pagamos nuestros impuestos.

Pablo de la Peña

Pablo de la Peña

Decano Asociado de Educación Continua de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno y director de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública, profesor del Tec de Monterrey de Economía y de Gestión Pública Aplicada.

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