Al día de hoy, el precio spot del oro ha alcanzado los 3,790 dólares por onza, reflejando una combinación explosiva: incertidumbre geopolítica, tensiones comerciales y dudas crecientes sobre la sostenibilidad del dólar como moneda hegemónica.
No es casualidad que tanto China, Japón y varias economías europeas como economías emergentes —India, Turquía o Polonia— hayan intensificado sus compras de oro en los últimos años. El mensaje es claro: los bancos centrales buscan diversificar sus reservas y blindarse frente a un mundo más fragmentado e incierto.
El oro, pese a su atractivo, no es la panacea. La historia demuestra que, aunque funciona como cobertura en tiempos de crisis, no ha sido un resguardo de valor tan efectivo como los bonos del Tesoro de Estados Unidos.
Estos, durante más de siete décadas, han ofrecido lo que ningún otro activo ha logrado: liquidez inmediata, flujos constantes de intereses y la seguridad de un mercado profundo que permite transacciones globales. Esa combinación explica por qué, incluso en medio de tensiones, el dólar y los Treasuries siguen siendo el refugio por excelencia.
En su más reciente libro, Our Dollar, Your Problem, el economista de Harvard Kenneth Rogoff recuerda cómo el dólar alcanzó su estatus privilegiado tras la Segunda Guerra Mundial, consolidándose como ancla del sistema financiero internacional gracias al marco de Bretton Woods y, posteriormente, a la fortaleza institucional y la profundidad de los mercados estadounidenses.
Ese “privilegio exorbitante”, en palabras de Charles de Gaulle, le ha permitido a Estados Unidos financiarse a bajo costo y usar su moneda como referencia mundial. Sin embargo, Rogoff advierte que hoy ese dominio se erosiona, no tanto por rivales externos, sino por vulnerabilidades internas: el crecimiento descontrolado de la deuda pública (ya por encima del 120 % del PIB), la politización de la política fiscal y monetaria, y el uso del dólar como arma geopolítica al congelar reservas de países adversarios.
El resultado es una búsqueda creciente de alternativas. Aquí conviene distinguir entre símbolos de desconfianza —como el oro— y competidores reales que podrían minar la supremacía del billete verde.
El apetito de los bancos centrales por aumentar sus reservas en oro refleja la necesidad de cobertura ante la volatilidad y la incertidumbre global. Sin embargo, el oro tiene límites claros que lo mantienen como un complemento, no como sustituto del dólar:
- No ofrece flujos de ingreso.
- Su precio es volátil en horizontes largos.
- No cuenta con la liquidez suficiente para sostener las transacciones del comercio internacional.
Por eso, aunque el metal precioso vuelve a estar de moda, no representa una amenaza estructural al dólar. Es, más bien, un termómetro de desconfianza: crece cuando el sistema financiero se tambalea, pero no sustituye la función de los bonos del Tesoro como activo seguro por excelencia.
La verdadera competencia podría venir de otro frente: la tecnología. Rogoff subraya que, aunque las criptomonedas privadas como Bitcoin carecen de respaldo institucional y son demasiado volátiles para actuar como reservas, las monedas digitales de bancos centrales (CBDCs) abren un horizonte completamente distinto.
Imaginemos una moneda digital emitida por el Banco Central Europeo o el Banco de Japón, respaldada por instituciones sólidas, reglas claras y convertibilidad plena. Una CBDC de este tipo tendría tres ventajas que el oro no puede igualar:
- Liquidez: podría circular con eficiencia en transacciones globales.
- Confianza institucional: al estar respaldada por bancos centrales de países desarrollados.
- Innovación tecnológica: eficiencia en pagos, trazabilidad y menor dependencia de intermediarios.
Más que desplazar de inmediato al dólar, una red de CBDCs podría limitar su hegemonía, reduciendo la necesidad de acumular reservas en billetes verdes y erosionando el “privilegio exorbitante” que Estados Unidos ha disfrutado por décadas. Una adopción masiva de monedas digitales soberanas cambiaría radicalmente la forma en que se gestionan las reservas internacionales, abriendo la puerta a un sistema más multipolar y menos dependiente del dólar.
Para México, este debate no es abstracto. El Banco de México mantiene la mayoría de sus reservas en dólares y solo una fracción en oro. Si el sistema internacional evoluciona hacia un esquema más diversificado —donde el oro gane espacio como cobertura y las CBDCs como instrumento de reserva confiable—, nuestro país deberá ajustar gradualmente su estrategia.
Diversificar más allá del dólar no es sencillo: implica equilibrar liquidez, seguridad y rentabilidad. Pero ignorar el cambio puede dejarnos vulnerables ante decisiones fiscales y monetarias que no controlamos. Incorporar de forma paulatina activos alternativos, y eventualmente CBDCs respaldadas por economías sólidas, puede convertirse en un seguro estratégico frente a un mundo financiero en transformación.
El autor es economista y Director de Programas en la Escuela de Negocios del ITESM Campus Monterrey. Se agradecen comentarios a: rfenton@tec.mx