En redes sociales se hizo popular una dinámica en la que un grupo de personas se reúne y da a conocer alguna situación o comportamiento relacionado con alguien del mismo del grupo, sin decir directamente de quién se trata. Por ejemplo: “alguien de aquí no ha presentado su declaración anual”.
El resto se queda mirando entre ellas para identificar al señalado y, cuando ya saben de quien se habla, lo miran con gesto acusador.
Con ese mismo espíritu, le pregunto: ¿alguien de aquí debe de saber de impuestos? Me refiero a usted, estimado lector. Quizás sea de los afortunados que ya entiende del tema. Si es así, lo invito a recordar cómo aprendió. Estoy casi seguro de que no fue por gusto, sino a raíz de una experiencia poco agradable o de una necesidad que no pudo postergar.
Seguramente llegó un momento en que esa frase de: “que lo vea el contador” ya no le sirvió y tuvo que enfrentarse solo al socio incómodo que todos tenemos: el SAT.
Nos guste o no, forma parte de los beneficios —y dolores— de la vida adulta. Y entre más temprano uno se familiarice con el tema más fácil resulta para la salud emocional y, sobre todo, para el bolsillo.
La vida se parece a un juego de mesa. Tiene reglas sencillas, otras complicadas y algunas que se descubren en el camino. A veces esas reglas nos dan claridad; otras, parecen puestas para dificultarlo todo.
Pero no hay escapatoria: forman parte del juego llamado vida. Lo único que queda es comprenderlas. Y entre más rápido lo hagamos, más sencillo será seguir avanzando.
Con esta idea en mente y reconociendo que los temas fiscales son indispensables para cualquier ciudadano, el Instituto de Contadores Públicos de Nuevo León (ICPNL) creó la Semana de la Cultura Tributaria.
Su propósito es sembrar la semilla del conocimiento fiscal en niños y jóvenes a través de pláticas en los planteles educativos.
El ICPNL trata de aterrizar el tema de los impuestos de forma sencilla, para que los estudiantes tomen conciencia de su existencia, de su funcionamiento y del papel que juegan en la economía. Que los impuestos se vuelvan algo natural en sus vidas, y que, cuando llegue el momento de pagarlos no les caigan como una sorpresa desagradable.
Pero, ¿cómo se siembra eso? Hablemos de la cultura. La cultura no es un manual ni un decreto. Es ese conjunto de ideas, costumbres y prácticas que aprendemos sin darnos cuenta. Es lo que se repite en casa, lo que escuchamos en la mesa, lo que vemos que hacen otros.
En pocas palabras, la cultura es eso que hacemos sin que nadie nos lo tenga que recordar. Si en una sociedad nadie tira basura en la calle, no es porque haya un policía detrás de cada bote, sino porque ya está en el chip colectivo que eso no se hace.
Lo mismo pasa con los impuestos. La cultura contributiva se forma cuando, desde pequeños, entendemos que pagar impuestos es parte de vivir en comunidad. Que no es un castigo, ni una trampa, ni un favor que se le hace al gobierno. Es un acto de corresponsabilidad. Y si se repite lo suficiente —en la escuela, en la casa, en los medios y, sobre todo, con el ejemplo—, se convierte en hábito.
Los hábitos se construyen a base de pequeñas acciones consistentes. Y si esas acciones están cargadas de sentido –es decir, si entendemos por qué las hacemos–, entonces ya no se sienten como una carga, sino como una parte de nuestro día a día. Ahí es cuando el cambio se vuelve real.
Por eso, formar una cultura tributaria desde la infancia no es solo una estrategia fiscal. Es una apuesta por una ciudadanía más consciente, más empática y mejor equipada para enfrentar la vida adulta.
Al final, estimado lector, los países que mejor funcionan no son los que tienen más reglas, sino aquellos donde la gente entiende por qué existen. Y ese entendimiento comienza desde chicos, cuando alguien nos explicó –sin gritos ni amenazas– que los impuestos no son el fin del mundo, sino el inicio de uno mejor.
Lo invito a estar pendiente de esta columna, donde hablamos de impuestos con un poco de ironía, otro tanto de analogía, y muchas ganas de hacer más digerible eso que solemos evitar hasta que es demasiado tarde.
Historias de impuestos bien contadas
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