Monterrey

Ángel Maass: México crece 0.6% en el segundo trimestre 2025

Resiliencia económica frente a la desaceleración global y presiones de EE.UU. por PLD en negociación del TMEC.

La economía mexicana transita un tramo lleno de señales sutiles pero significativas. El Banco de México mantiene el rumbo de recortes —con mesura— a una tasa de 7.75 %, impulsado por la desaceleración de la inflación general, aunque la subyacente sigue siendo terca. El dato de inflación de mediados de mes, situado en 3.49 % anual, permite respirar, sí; pero no bajar la guardia. El crecimiento tampoco decepciona: el PIB creció 0.6 % respecto al trimestre anterior y 1.2 % en términos anuales en el segundo trimestre de 2025, según el INEGI. Este resultado aleja a México de la temida recesión técnica, aunque el paso sigue siendo mesurado, especialmente en sectores como manufactura avanzada y servicios, mientras la agricultura pierde algo de fuerza.

La narrativa parece ecuánime y esperanzadora, pero no está exenta de escollos. Pemex vuelve a ocupar el centro de atención por fallas logísticas en la distribución de combustible y reclamaciones de proveedores que demandan claridad. Esa empresa, más que un actor económico, es una variable fiscal y de confianza: si no reforma su operación, el alivio será temporal. A esto se suma la presión sobre el sistema financiero: instituciones mexicanas sancionadas por Estados Unidos han visto caer activos y captación. Es un recordatorio solemne de que el cumplimiento (compliance) ya no es un lujo, sino el seguro de vida de todo el sistema financiero.

Y aquí entra un nuevo capítulo: el PLD como barómetro político y comercial en las negociaciones del T-MEC. Washington ha puesto sobre la mesa exigir reformas robustas en materia anti-lavado de dinero (AML) como condición para avanzar en el tratado. La presión no es retórica: el 25 de junio pasado, la FinCEN designó a CIBanco, Intercam y Vector como instituciones de “principal preocupación por lavado de dinero”, prohibiendo transacciones con entidades estadounidenses a partir del 4 de septiembre —aunque esa fecha fue extendida tras coordinación bilateral. El objetivo —deslizadamente diplomático— es presionar al gobierno mexicano para fortalecer su legislación y supervisión financiera, una exigencia que ahora se entrecruza con la revisión del T-MEC.

El mensaje estadounidense es claro: avanzar en el acuerdo comercial sin abordar de fondo la agenda PLD será una premisa incómoda. Bajo ese foco, no se busca solo sancionar, sino elevar estándares: mejorar la diligencia debida, robustecer la comunicación entre UIF y FinCEN, actualizar la ley AML y enriquecer la supervisión de transferencias sensibles. De no hacerlo, México arriesga no solo una “lista gris” del GAFI —con mayores controles y estigmas regulatorios—, sino también la erosión de la confianza bilateral en plena coyuntura de negociación.

Esta dualidad de señales obliga a recalibrar la tesis central: sí, Banxico tiene margen para recortar si la inflación lo permite, pero el verdadero precio político y financiero está en la capacidad del Estado y el sistema bancario de demostrar que México puede tranquilizar al socio comercial más relevante. El desafío es verificar si el cambio regulatorio no es cosmético; un escéptico diría: “¿Acaso basta con una reforma superficial para cambiar percepciones históricas?” La lógica aguanta únicamente si queda claro que la implementación—no solo la ley— será efectiva, transparente y verificable.

El análisis resiste si se asume que la presión estadounidense no es coyuntural, sino estructural: sin avances concretos en PLD, el acuerdo comercial no será completo; y sin certidumbre comercial plena, la inversión privada se retraerá. Al mismo tiempo, aparece una oportunidad: México puede usar la coyuntura para modernizar su marco AML, no como reacción, sino como reforma genuina.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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