Siempre escuchamos frases como “las empresas familiares no sobreviven a la tercera generación”, “el conflicto entre herederos las hunde” o “son poco profesionales”.
Sin embargo, estos lugares comunes no resisten el contraste con los datos y con la realidad que muestran las compañías que llevan décadas —e incluso siglos— operando con éxito bajo control familiar. El mito se alimenta más de prejuicios repetidos que de evidencia empírica.
En México, aunque no existan estadísticas oficiales que comparen directamente la supervivencia de empresas familiares y no familiares, basta observar casos emblemáticos para notar que la historia es otra.
Ahí están José Cuervo, con licencia desde 1795 y todavía en manos de la familia Beckmann; La Costeña, fundada en 1923 y dirigida por la familia López Resines; o Casa Veerkamp, nacida en 1908 y que conserva su esencia original.
Pero la lista continúa con ejemplos como Grupo Bimbo, creado en 1945 por Lorenzo Servitje y sus socios, que hoy sigue bajo la influencia de la familia fundadora; Grupo Lala, originado en 1949 como una cooperativa de productores lecheros en Torreón; o Grupo Herdez, con más de 110 años de trayectoria y control familiar desde sus inicios. Si la supuesta “maldición generacional” fuera cierta, todas ellas serían recuerdos de archivo y no referentes globales.
La evidencia internacional también derriba el mito. En España, un estudio publicado en el Journal of Risk and Financial Management analizó casi 900 pymes y encontró que, frente a crisis económicas, las empresas familiares tenían menos deuda, menor riesgo de bancarrota y una mayor tasa de supervivencia que sus pares no familiares.
En Estados Unidos, un metaanálisis de 25.000 empresas públicas mostró que aquellas con participación familiar activa eran más estables y longevas, además de menos propensas a la quiebra.
La clave de esta fortaleza no es un misterio. Lo que algunos critican como “conservadurismo” es, en realidad, prudencia financiera y visión de largo plazo.
Las empresas familiares tienden a evitar el sobreendeudamiento, prefieren crecer con capital propio y priorizan la sostenibilidad sobre las ganancias trimestrales. Además, gestionan lo que los académicos llaman “capital socioemocional”: un compromiso con el legado y la reputación que pesa tanto como los balances. Incluso los bancos lo saben; estudios en Europa demuestran que estas compañías presentan mejor historial de pago y menor riesgo crediticio, aunque no siempre se les reconozca con mejores condiciones.
En América Latina, su relevancia es incuestionable: en Argentina aportan más del 50 % del PBI y generan cerca del 60 % del empleo privado; en México representan el 65 % de las Mipyme, generan 52 % del PIB y casi el 72 % de los puestos de trabajo. Ignorarlas o subestimarlas no solo es injusto: es una mala estrategia económica.
Persistir en el prejuicio de que las empresas familiares son frágiles significa negar una de las fuentes más importantes de resiliencia y estabilidad en nuestras economías.
En un contexto global volátil, América Latina debería mirarlas no como reliquias del pasado, sino como modelos de adaptación y supervivencia. Porque lo “familiar”, lejos de ser sinónimo de atraso, puede ser la mejor receta para perdurar.
El autor es empresario, autor, speaker y consultor especializado en empresas familiares y empresas en crecimiento. Es coautor del libro “Pasar las Riendas” junto a su padre, y autor de “De hijos a líderes”. Es socio y segunda generación en Quirós Consultores, un estudio de asesoramiento con más de 40 años de trayectoria en Argentina.