La libertad no se hereda ni se mendiga: se gana trabajando, produciendo y creando valor. Sin embargo, en ciertos discursos socialistas, el empresario es retratado como villano, como si generar empleo fuera un crimen.
Esa narrativa es peligrosa, porque cuando se castiga a quien produce, no se está golpeando a “los ricos”: se está asfixiando la fuente de empleo, innovación y oportunidades.
El capital privado es el motor real de la prosperidad. La mayoría de los empleos en cualquier país los genera el sector privado, no el Estado. Sin empresas, no hay impuestos que financien escuelas, hospitales o carreteras. Pero en lugar de premiar al que arriesga su capital y enfrenta el riesgo del fracaso, el socialismo suele recargarlo con impuestos abusivos, regulaciones imposibles y un clima de desconfianza.
El socialismo promete igualdad, pero su herramienta es el control. Y para controlar, necesita ciudadanos dependientes, no libres económicamente.
Un pueblo sin iniciativa privada, sin posibilidades de generar su propio sustento, termina dependiendo del político de turno para sobrevivir. Esa es la trampa: quitarte la capacidad de valerte por ti mismo para luego venderte migajas como favores.
No se trata de abolir reglas: un mercado sano necesita leyes claras y justicia que sancione el abuso. Pero las normas deben impulsar la inversión y proteger la propiedad privada, no ahogarla.
Países que garantizan seguridad jurídica y libertad económica muestran mejores niveles de ingreso, menor pobreza y más movilidad social.
Cada empleo creado es libertad para alguien. Cada empresa que prospera es una barrera contra la dependencia estatal. Si queremos un país libre, debemos dejar de sospechar del éxito y empezar a reconocer que sin empresarios no hay progreso... y sin progreso, la libertad es solo una palabra vacía.
Busca tu libertad y no multipliques tu dependecia.