¿Quién de ustedes no ha sentido alguna vez que podría estar haciendo más por el medio ambiente o por la sociedad? ¿Quién no ha experimentado esa ligera culpa que se alivia un poco cuando recuerda llevar su bolsa reutilizable al súper, o cuando decide redondear el total de su compra al ver la imagen de unos niños que podrían beneficiarse de esos centavos?
Ahora bien, si esos pequeños actos nos hacen sentir mejor, ¿te imaginas cómo se sentiría hacer algo más grande? ¿Te imaginas buscar alternativas reales para resolver problemas ambientales? ¿Y si pudieras emprender un negocio donde, desde el diseño del producto, ya estuvieras reduciendo significativamente tu huella ambiental?
Se sentiría bien, ¿verdad? Sería maravilloso convertirnos en ese producto o servicio que representa una verdadera alternativa para quienes, como tú, sienten esa necesidad de hacer las cosas mejor.
Vivimos un momento único. Frente a nosotros está la llamada Generación Z, que además de ser nativa digital, ha crecido con una conciencia ambiental que muchos de nosotros —de generaciones anteriores— no tuvimos. Ellos aprendieron desde pequeños en la escuela sobre sostenibilidad, reciclaje, impacto ambiental y cambio climático. Hoy, esta generación exige más que una buena marca: evalúa la calidad también en función del impacto positivo que un producto o servicio genera en su entorno.
Esto ya lo anticipaba Philip Kotler, considerado el padre de la mercadotecnia moderna. En su obra Marketing 3.0, publicada en 2010, proponía un enfoque centrado en valores. Advertía que las empresas debían dejar de enfocarse únicamente en satisfacer al cliente y comenzar a preguntarse: ¿qué estamos haciendo por el medio ambiente y por la sociedad? Hoy, más de una década después, ese mensaje está más vigente que nunca.
Los datos también nos sacuden. El concepto del “Día del Sobregiro de la Tierra” (Earth Overshoot Day), calculado por la organización Global Footprint Network, marca el día del año en que la humanidad ha consumido todos los recursos que el planeta puede regenerar en ese mismo periodo. En 2024, para México, ese día fue el 31 de agosto. Es decir, desde septiembre hasta diciembre estuvimos en deuda ecológica. En países como Estados Unidos o Canadá, el sobregiro ocurre incluso desde julio.
Pero este artículo no busca solo generar conciencia —aunque todavía la necesitamos—, sino motivar a la acción. Vivimos en una región con un gran espíritu emprendedor. Este mensaje está dirigido a quienes están por lanzar un nuevo negocio o desarrollar una nueva línea de productos.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), hasta el 80 % del impacto ambiental de un producto se determina en su etapa de diseño. Esto significa que el problema —y también la solución— comienza desde el principio.
Podemos empezar con algunas ideas como el de tratar de reducir la huella de carbono en la cadena logística comprando materias primas locales, lo que permite no solo reducir el impacto ambiental sino también apoyar a comunidades locales.
De la mano del ecodiseño, también se pueden diseñar productos reparables, en lugar de pensar dónde se desecharán tus productos, haz que puedan repararse fácilmente, ofrecer esa opción no solo reduce residuos, sino que agrega valor y fideliza clientes. Establece flujos de información con otras empresas que podrían aprovechar tus desechos como materia prima.
Convierte tu producto en un servicio, hay modelos de negocio en los que la ropa no necesita ser comprada, se puede “rentar”, con eso garantizas que el producto vuelva a ti y lo puedas re utilizar o te sirva de materia prima.
Apuéstale a lo digital, muchos procesos o papelería se podrían “ahorrar” si te complementas con herramientas digitales; adiós a las tarjetas de fidelización físicas y bienvenidas las virtuales.
Todas estas iniciativas forman parte de la economía circular que está muy ligada a la economía regenerativa en las que se pretende imitar las leyes de la naturaleza: donde nada se desperdicia y todo forma parte de un ciclo que se regenera por sí mismo. Porque si lo vemos con claridad, diseñar bien no es solo una cuestión estética o funcional, sino ética. ¿Qué pasaría entonces si utilizamos estas recomendaciones y apostamos por un modelo de negocio sostenible?
Y no, no necesitamos ser grandes corporaciones para marcar la diferencia. Basta con repensar nuestras decisiones desde el inicio. Hoy más que nunca, necesitamos emprendedores conscientes y consumidores responsables. Porque el cambio no va a venir solo. El cambio somos nosotros.
La autora es es profesora investigadora de la Escuela de Negocios de la Universidad de Monterrey (UDEM) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores nivel I.
Se especializa en el estudio del contexto del emprendimiento, emprendimiento femenino y emprendimiento social.