Pensar en un mundo sin seres humanos suena fantasioso, irreal y, por supuesto, catastrófico. Pero entender que la despoblación del planeta Tierra es un hecho real y en marcha resulta cada vez más urgente.
Ya lo hemos dicho en otros momentos en este mismo espacio: la disminución de la población implicará, entre muchas otras cosas, lo siguiente en el mercado laboral: menos trabajadores, más adultos mayores, mayor presión sobre los sistemas de pensiones y salud, y menor dinamismo económico.
Más allá de estos efectos, vale la pena empezar a entender cuáles son las razones más comunes para no tener hijos. Pero también, comprender qué implica, en el mediano y largo plazo, esta disminución de la población a nivel global.
La tasa de crecimiento anual global ha descendido de su máximo de un 2.3 % en los años sesenta a aproximadamente el 0.9 % en 2023, y se proyecta que alcance un valor negativo del - 0.1 % hacia el año 2100. Esta desaceleración está acompañada por una caída sostenida en la tasa de fecundidad, que ha pasado de 5.3 hijos por mujer en 1960 a 2.2 en 2025, ubicándose ya por debajo del umbral de reemplazo poblacional.
La caída de la natalidad ya ha comenzado en varios países como Japón, Corea del Sur y algunos de Europa del Este. En Corea del Sur, por ejemplo, la tasa es de apenas 0.7 hijos por mujer, la más baja del mundo. En México, la tasa de fecundidad se ubicó en 1.89 hijos por mujer en edad reproductiva en 2024.
Como podemos observar, esto no significa —ni por mucho— que los seres humanos vayamos a desaparecer de la faz de la Tierra. Pero sí implica dos fenómenos muy puntuales: por un lado, menos nacimientos, lo que conlleva una disminución de jóvenes (algunas estimaciones sugieren que ya alcanzamos el pico máximo de niños menores de cinco años, y esa cifra ha empezado a descender); por otro, un claro envejecimiento poblacional. Hoy en día, el mundo cuenta con más de 40 sociedades “súper envejecidas”, es decir, aquellas en las que más del 20 % de la población tiene 65 años o más.
Ahora hablemos de los motivos. Aunque estos son muchos y muy variados, un estudio reciente del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) arrojó algo de luz sobre las razones más comunes para no tener hijos. La principal: motivos económicos.
De acuerdo con los resultados, en México más del 90 % de la población cita restricciones económicas, de vivienda y empleo como los principales frenos para formar una familia. También llama la atención que un 21 % señala preocupación por la situación política o social, además de los factores económicos.
Otros estudios apuntan que el identificarse como “conservador” o “liberal” también influye en la decisión de tener hijos. Al parecer, las personas conservadoras tienen más hijos que las liberales: la tasa de fertilidad de las mujeres que se identifican como conservadoras es aproximadamente 0.25 veces mayor que la de sus contrapartes liberales. En 2020, se identificó que en Estados Unidos, los condados pro-Trump tenían tasas de fertilidad casi 25 % más altas que la mayoría de los condados pro-Biden.
Y el otro tema que quería explorar es: ¿cuáles son las consecuencias de la despoblación? ¿Qué implica que una población se reduzca en dos tercios cada siglo? Lo traigo a colación porque, en una ocasión que tuve esta conversación con mis alumnos, muchos de ellos resaltaron consecuencias positivas: disminución del consumo, mejoras en el uso de recursos naturales, reducción de la pobreza y la desigualdad, entre otras.
Sin embargo, de acuerdo con un artículo del New York Times (julio, 2025) escrito por Michael Geruso y Dean Spears —economistas y autores del próximo libro After the Spike: Population, Progress, and the Case for People—, enfrentar el cambio climático requiere que miles de millones de personas vivan de manera diferente. No que miles de millones de personas en el futuro simplemente no vivan.
Ambos autores subrayan que los logros ambientales obtenidos —como la disminución de la contaminación atmosférica por partículas, la recuperación de la capa de ozono o la reducción de la lluvia ácida— se lograron gracias a la modificación o eliminación de actividades humanas dañinas, no por la eliminación de personas. La exposición promedio global a partículas contaminantes ha disminuido en la última década, incluso cuando la población mundial creció en más de 750 millones de personas.
Además, muchos avances sociales y tecnológicos existen precisamente porque hay personas que los necesitan y los desean. Un buen sistema de transporte público, una vacuna contra un nuevo virus o una cura para una enfermedad rara solo son viables si hay suficientes personas que lo demanden.
Un reportaje del Wall Street Journal (agosto, 2025) sobre el mismo libro señala que el argumento para evitar la despoblación no debe centrarse solamente en la necesidad de trabajadores para impulsar el crecimiento económico, como sostienen algunos progresistas. Es algo más profundo: más personas es, en sí mismo, algo positivo.
Este es un tema que da para muchas más reflexiones. Imposible abordarlo todo en una o dos columnas. Pero por lo pronto, ya hemos explorado las implicaciones laborales, los motivos de esta “bomba poblacional” y algunas de las consecuencias que podría acarrear.
El autor es Doctor en Filosofía, fundador de Human Leader, Socio-Director de Think Talent, y Profesor de Cátedra del ITESM.
Contacto: rogelio.segovia@thinktalent.mx