Mientras la inflación mexicana da un respiro y Pemex recibe un nuevo balón de oxígeno financiero, del otro lado del río Bravo se empieza a escuchar, con tono amenazante, el eco de medidas arancelarias, disputas aéreas y advertencias sobre el TMEC.
Si esto fuera una novela económica, estaríamos en ese capítulo donde todo parece mejorar justo antes del gran giro. Porque esta semana, entre el 21 y el 25 de julio de 2025, el panorama económico de México se volvió un sofisticado rompecabezas: cada pieza —la inflación, Pemex, el tipo de cambio, la inversión fronteriza y la política exterior— encaja con tensión quirúrgica. Pero cuando todo encaja demasiado bien, conviene sospechar.
Empecemos con la buena noticia. La inflación en la primera quincena de julio cayó a 3.55 %, por debajo de todas las expectativas del mercado, y se colocó nuevamente dentro del rango objetivo del Banco de México. Una lectura optimista asumiría que la estabilidad de precios está de regreso, que los hogares tendrán alivio en su gasto y que Banxico puede afinar el violín en lugar de seguir tocando el tambor.
Pero cuidado: la inflación subyacente, esa que realmente refleja la presión sostenida sobre precios de bienes y servicios, sigue en 4.25 %. El dragón no está muerto, solo dormido. Suponer que esta tendencia a la baja es irreversible sería, como mínimo, imprudente.
Aquí viene el primer test de razonamiento. ¿Está bajando la inflación porque las políticas monetarias están funcionando o porque la demanda interna se está debilitando peligrosamente? Un escéptico bien informado te diría que gran parte del descenso puede deberse más a una economía que se enfría que a un control efectivo de precios. De hecho, si la desaceleración continúa en un contexto de bajo crecimiento, entonces lo que tenemos no es una victoria sobre la inflación, sino un síntoma de anemia económica. El dato de crecimiento, o la falta de este, será el juez.
A la mitad de esta sinfonía económica, aparece una figura conocida en el escenario: Petróleos Mexicanos. Hacienda anunció la colocación de entre 7,000 y 10,000 millones de dólares en bonos a través del fideicomiso Eagle Funding, con el objetivo de aliviar su deuda. Y uno no puede evitar preguntarse si estamos frente a una estrategia quirúrgica o a otro parche de emergencia.
Si Pemex fuera un paciente, su expediente médico diría: “crónico, pero estable… hasta el siguiente pago”. Emitir deuda para refinanciar deuda puede ser un buen movimiento táctico, siempre que venga acompañado de una estrategia operativa clara. Si no, lo que parece oxígeno es solo una burbuja.
Veamos el otro frente: la relación con Estados Unidos. Esta semana, el gobierno mexicano respondió al amago del Departamento de Transporte estadounidense de sancionar a aerolíneas mexicanas, incluyendo un posible veto a la alianza Delta–Aeroméxico.
La reacción oficial fue firme, aunque diplomática: “no hay justificación técnica ni se ha recibido notificación oficial”. Pero tras bambalinas, todos entienden que esto va más allá de la aviación. Se trata de una jugada política en vísperas de la revisión del TMEC en 2026, donde la administración Trump —sí, Trump otra vez— empieza a desplegar una táctica de presión por desgaste. Primero los cielos, después las aduanas, y más tarde los tratados.
Las implicaciones de este ajedrez comercial ya se sienten en la frontera. Inversiones en ciudades como Ciudad Juárez han comenzado a congelarse. El miedo a los aranceles, sumado a la incertidumbre que genera la reforma judicial promovida por el gobierno mexicano, ha puesto en pausa decisiones clave de inversión.
Aquí conviene detenernos: ¿es válido pensar que una amenaza de política exterior puede congelar decisiones tan estructurales? Absolutamente. Los flujos de capital no solo buscan rendimiento; buscan previsibilidad. Y cuando se combina el riesgo geopolítico con el institucional, el resultado es fuga, no llegada.
Entonces, ¿cómo debe leerse esta semana? Una lectura ingenua diría que México avanza: baja la inflación, Pemex respira, y el peso resiste. Una lectura alarmista sentenciaría que todo es maquillaje: las cifras no reflejan la debilidad estructural, las finanzas públicas están apalancadas, y Estados Unidos está afilando las armas del TMEC. La verdad, como casi siempre, está en el punto intermedio.
Lo que México necesita no es elegir entre confianza y prudencia, sino construirlas al mismo tiempo. Eso implica reconocer que bajar la inflación no basta si no se fortalece el crecimiento, que salvar a Pemex requiere más que financiamiento, y que responder a presiones externas exige más inteligencia diplomática que firmeza retórica. Asumir que todo va bien porque algunos indicadores son favorables es tan peligroso como declarar crisis por cada señal adversa.
que te invito, lector, a no caer en el sesgo de confirmación. Que el alza de precios se haya contenido no significa que la batalla esté ganada. Que Pemex consiga más dinero no equivale a que sea más eficiente. Y que Estados Unidos agite el árbol no quiere decir que haya frutos maduros para caer.
Como economistas, analistas o simples ciudadanos, necesitamos aprender a leer entre líneas, identificar los supuestos que damos por hechos y revisar si la lógica de nuestras conclusiones realmente se sostiene bajo presión. Porque el futuro económico de México no se escribirá solo con tasas y bonos, sino con decisiones que resistan la prueba del tiempo, la política y la verdad.
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.