En las últimas semanas, el discurso de Washington hacia México ha caído en contradicciones. A finales de junio, la fiscal general de Estados Unidos, Pam Bondi, declaró a México como país “adversario extranjero”, durante una audiencia frente al Senado. De acuerdo con la normatividad estadounidense, un país es adversario cuando su conducta atenta a la seguridad nacional de Estados Unidos y de su población.
La fiscal incluyó a México en esa lista, debido a la amenaza que representa el narcotráfico y a la falta de efectividad del gobierno mexicano para combatirlo.
Sin embargo, en esta semana, la vocera del Departamento de Estado de Estados Unidos, Tammy Bruce, agradeció a “nuestros socios regionales, incluidos nuestros amigos y vecinos en México” por la ayuda brindada frente a las inundaciones en Texas. Es decir, por un lado, México es un país aliado; pero, por el otro, es un enemigo. Estas declaraciones reflejan el doble discurso de la administración de Donald Trump frente a su vecino del sur.
Previamente, la relación había entrado en una dinámica de tensión porque la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, había acusado a Claudia Sheinbaum de alentar las protestas violentas que se organizaron en contra de las medidas antiinmigrantes de Trump.
El ondeo de la bandera mexicana durante esas manifestaciones no ayudó a la imagen de México puesto que algunos sectores sociales en Estados Unidos interpretaron que los mexicanos eran violentos. Sin embargo, Noem había sacado de contexto una declaración previa de la presidenta Sheinbaum, cuando planteó la posibilidad de organizar movilizaciones en contra de un impuesto a las remesas de los paisanos. Inmediatamente, la mandataria mexicana negó rotundamente incitar a la violencia y el asunto no pasó a mayores.
En esta misma lógica, hace unos días Trump afirmó que su administración está trabajando en un “pase temporal” para inmigrantes que laboren en la agricultura, en restaurantes y en hoteles.
Esta medida no necesariamente contradice su política antiinmigrante; pero es una decisión que reconoce la importancia de los migrantes para la economía de Estados Unidos.
Este doble discurso se explica porque, por un lado, Estados Unidos reconoce la importancia de México en su ámbito económico. El gobierno sabe que necesita negociar con México algunos temas de seguridad y migración. Por esa razón, Trump ejerce presión con aranceles y medidas antiinmigrantes para tener un mejor margen de negociación. Además, el presidente estadounidense necesita un “enemigo” a quien combatir para ganar legitimidad y popularidad interna. Muchos sectores de la población estadounidense apoyan sus políticas.
Hace algunos días, se presentó la oportunidad de una reunión personal entre Sheinbaum y Trump en el marco de la cumbre del G7 que se realizó en Canadá. Sin embargo, el presidente estadounidense abandonó el encuentro previamente para atender un asunto relacionado con Irán y se perdió la oportunidad para tratar de llegar a acuerdos cara a cara.
En este contexto, sería conveniente para la relación bilateral que ambos presidentes organicen pronto una reunión personal para atender los asuntos más relevantes de la agenda bilateral, como son los aranceles establecidos por Trump, la migración y la seguridad.
Los encuentros entre los presidentes de México y Estados Unidos han sido una tradición histórica. Estos foros han ayudado a facilitar los arreglos a temas de mutuo interés y para atender problemas compartidos. Sería conveniente una reunión entre ambos antes de que termine el primer año de la administración de Sheinbaum para tratar de llegar a acuerdos y disminuir el doble discurso de Washington frente a México.
A pesar del discurso nacionalista y soberanista de la presidenta Sheinbaum, su gobierno hace todo lo posible para llegar a acuerdos, aunque ello signifique hacer algunas concesiones.
El autor es profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Es doctor en Estudios Internacionales por la Universidad de Miami. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores del CONAHCyT y es miembro de la Academia Mexicana de Ciencias. Es presidente del Centro de Enseñanza y Análisis sobre la Política Exterior de México (CESPEM).