Desde comienzos de 2025, el peso mexicano ha mostrado una robustez sorprendente. Contra la mayoría de los pronósticos, se ha mantenido por debajo de los 18.80 pesos por dólar durante buena parte del año, e incluso ha rozado niveles cercanos a 18.50 en los primeros días de julio.
Esta apreciación en el valor de la moneda nacional ha capturado la atención tanto de inversionistas como de especialistas, especialmente si se considera que ocurre en un entorno nacional lleno de cambios y un ámbito internacional incierto, con tensiones geopolíticas, presiones sobre las tasas de interés y volatilidad comercial.
Pero este fenómeno no puede entenderse únicamente desde una perspectiva local ya que existe factor más amplio, incluso sistémico, que está redefiniendo el tablero global: la creciente debilidad del dólar estadounidense.
El fenómeno del peso fuerte tiene algunos fundamentos técnicos internos. Algunos analistas mencionan que, tras romper la barrera psicológica de los 19.00 pesos por dólar, el mercado activó mecanismos de cobertura que fortalecieron aún más al peso. Pero estos movimientos responden a señales más profundas.
La creciente entrada de inversión extranjera directa, asociada al fenómeno del nearshoring, refuerza la demanda de pesos y ancla las expectativas de mediano plazo. Al mismo tiempo, los flujos de capital de cartera han regresado a México, atraídos por el diferencial de tasas y la percepción de una moneda relativamente estable.
Por otra parte, la debilidad estructural del dólar es también parte importante en este hecho. El índice DXY, que mide el valor del dólar frente a una canasta de monedas de referencia, acumula una caída cercana al 11 % en lo que va del año. Se trata de la peor depreciación semestral desde que Richard Nixon abandonó el patrón oro en 1971. Esta importante tendencia no es menor.
En una economía internacional que aún gira en torno al dólar como divisa de referencia, este debilitamiento tiene implicaciones que van más allá de la mera competitividad comercial de Estados Unidos. Tres factores, interrelacionados, ayudan a entenderlo: un ajuste anticipado en la política monetaria de la Reserva Federal, una estrategia explícita del actual gobierno estadounidense de favorecer un dólar débil para estimular exportaciones, y la creciente percepción de que los riesgos fiscales y políticos en EE. UU. no están siendo bien gestionados.
En este contexto, el peso se beneficia no tanto por méritos propios de la política interna, sino más por temas de comparación internacional. México mantiene tasas de interés reales positivas –con la tasa de referencia en 8.50 % en junio– y ha logrado conservar un entorno macroeconómico relativamente estable pese a los cambios políticos internos. La inflación se ha moderado, el superávit en cuenta corriente se ha estabilizado, y el gobierno ha mostrado señales de prudencia fiscal.
Pero sería ingenuo pensar que la fortaleza cambiaria se explica sólo por disciplina local. Lo que estamos observando es, en buena medida, el reflejo de un reacomodo global de portafolios financieros, donde los inversionistas están saliendo de dólares para buscar activos denominados en monedas más rentables y, al menos por ahora, más estables.
Por lo anterior, conviene no caer en la complacencia fácil. La historia económica mexicana ofrece abundantes ejemplos de cómo los ciclos de apreciación del peso, cuando no están sustentados por aumentos en la productividad, pueden revertirse con violencia.
Si la Reserva Federal decide no recortar las tasas como se espera, o si Estados Unidos enfrenta una corrección fiscal agresiva después de las elecciones, el dólar podría recuperar terreno rápidamente, arrastrando consigo a las monedas emergentes. Del mismo modo, un relajamiento prematuro por parte de Banco de México, presionado por actores políticos, podría erosionar el atractivo de los activos en pesos.
Así, el reto para México no es mantener irresponsablemente un peso fuerte de manera artificial, sino aprovechar este momento para consolidar su credibilidad fiscal, reforzar su institucionalidad monetaria y canalizar los beneficios de la apreciación hacia la muy necesaria inversión productiva. Si se actúa con visión estratégica, la actual bonanza cambiaria podría ser el punto de partida de un ciclo de crecimiento fundamentado en bases sólidas.
Pero si esta apreciación y fortaleza se malinterpreta como un triunfo definitivo adjudicado falsamente a las decisiones políticas internas, esto podría convertirse en el preludio de un nuevo ajuste doloroso que nos vuelva a ubicar abruptamente en la realidad de nuestra economía nacional, y en eso, los mercados suelen ser implacables.