En economía, como en la comedia, el timing lo es todo. Y el Banco de México lo sabe. Tras varios meses de recortes acelerados a la tasa de interés —cuatro al hilo, todos de 50 puntos base— la Junta de Gobierno ha decidido levantar un poco el pie del acelerador.
Las minutas publicadas esta semana dejan entrever un cambio de humor: la mayoría de los miembros ya no están tan cómodos con seguir a ese ritmo. El mensaje es claro: viene una pausa reflexiva, un compás de espera, quizás un vals más lento en medio de una pista con luces intermitentes. ¿La razón? La inflación no se ha rendido del todo.
El dato de junio vino con doble sabor. Por un lado, el índice general bajó ligeramente a 4.32 %, lo que sería buena noticia si no fuera porque la inflación subyacente —esa que excluye precios volátiles como alimentos y energéticos, y que revela la presión de fondo— subió a 4.24 %, su nivel más alto en más de un año.
Es como si uno dejara de estornudar, pero siguiera con fiebre. Y si algo le duele a un banco central, es no poder bajar la temperatura con la velocidad que quisiera. Así, Banxico se enfrenta al dilema clásico: ¿seguir relajando la política monetaria y correr el riesgo de reavivar el fuego inflacionario? ¿O endurecer el gesto, aunque eso signifique asfixiar una economía que apenas proyecta un raquítico crecimiento para 2025?
Podemos asumir, con justa lógica, que Banxico está siendo prudente, que busca conservar su credibilidad ante los mercados y anclar las expectativas de inflación.
Pero también cabe preguntarse si no está reaccionando más al entorno internacional que a la realidad interna. En ese sentido, su margen de maniobra podría ser más estrecho de lo que parece.
No olvidemos que la inflación es una bestia de múltiples cabezas, y a veces la más peligrosa es la de las expectativas. Si consumidores y empresas creen que los precios seguirán subiendo, ajustarán sus decisiones —subirán precios, exigirán salarios, postergarán inversiones— y entonces el monstruo se hará real.
La reacción del mercado cambiario ha sido, hasta ahora, sorprendentemente contenida. El peso tocó su mejor nivel en casi un año, rondando los 18.55 por dólar, y aunque luego cedió algo de terreno, no se desplomó.
Esto podría leerse como un voto de confianza a Banxico, pero también como señal de que otras variables —como los ingresos por exportaciones petroleras o la entrada de remesas— están jugando un papel más relevante en la estabilidad cambiaria.
Es decir, el peso no solo se defiende por política monetaria; también lo hace porque, mal que bien, seguimos siendo una economía con flujos externos robustos. O dicho en tono más coloquial: si el peso aguanta, no es solo porque el banco central esté en forma, sino porque tiene un buen entrenador (las exportaciones) y multivitamínicos (las remesas).
No obstante, hay una trampa que podríamos estar pasando por alto. Si el mercado ya internalizó que los recortes de tasa serán menores —digamos, 25 puntos base en agosto en vez de 50— y los actores económicos comienzan a posponer decisiones en espera de señales más claras, podríamos entrar en una especie de parálisis por análisis.
El solo hecho de anticipar un ambiente incierto puede tener efectos contractivos. La economía no se mueve solo por datos, sino por percepciones. Y esas, como bien sabemos, son tan volátiles como los mercados mismos.
La gran pregunta es si Banxico tiene espacio para innovar en su comunicación. Un posible escenario alternativo sería mantener el recorte suave, pero acompañarlo con un mensaje institucional fuerte: un nuevo esquema de forward guidance, por ejemplo, que le diga al mercado no solo qué hace el banco hoy, sino qué está considerando hacer mañana.
Eso serviría para desactivar ansiedades sin comprometer la flexibilidad de la política. Porque al final, lo que necesita México no es tanto una tasa de interés específica, sino una narrativa económica creíble y coherente.
Si Hacienda, Infonavit y otros actores no se alinean con una estrategia clara de crecimiento, cualquier esfuerzo de Banxico será solo un parche en una llanta que se desinfla desde hace tiempo.
En síntesis, las minutas de Banxico nos revelan una institución que ya no quiere correr, pero que tampoco puede detenerse. Un banco central que camina sobre una cuerda floja entre la inflación que no cede y una economía que no despega.
¿Tiene sentido frenar el ritmo de los recortes? ¿Podría eso afectar el crecimiento? Pero entre riesgos gemelos, tal vez la estrategia más sensata no sea acelerar ni frenar, sino aprender a leer mejor el camino.
Porque en economía, como en la comedia, lo importante no es solo qué se dice, sino cuándo se dice. Y esta vez, ese tono menos expansivo habla más fuerte que cualquier titular.
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.