Monterrey

Sara Lozano: La compasión se fuga

Nos estamos acostumbrando a mirar sin ver, a leer sin sentir, a pasar de largo como si el sufrimiento ajeno fuera parte del paisaje inevitable del siglo XXI.

En un mundo que se desplaza —por guerra, pobreza, violencia o esperanza— la compasión parece haberse quedado inmóvil. Hoy, más de 120 millones de personas ese han visto en la necesidad de migrar forzadamente según ACNUR, y sin embargo, crece con cada titular el desinterés social, político y mediático ante su dolor.

Nos estamos acostumbrando a mirar sin ver, a leer sin sentir, a pasar de largo como si el sufrimiento ajeno fuera parte del paisaje inevitable del siglo XXI.

La migración y los conflictos armados son tragedias humanas, pero también espejos: reflejan nuestra (in)capacidad de respuesta, o la capacidad de la indiferencia. Las guerras —d Gaza, Ucrania, Irán, Sudán hasta Yemen— se extienden en tiempo y en víctimas, mientras líderes mundiales debaten más sobre geopolítica que sobre vidas humanas. En las fronteras, los migrantes son criminalizados, detenidos, devueltos, invisibilizados. Como si buscar sobrevivir fuera un delito.

La empatía, ese intento de ponernos en el lugar del otro, ha sido sustituida por filtros ideológicos, burocráticos o identitarios. Preguntamos de dónde viene, por qué viene, si merece ayuda, si no nos quita algo a cambio. Hemos vuelto condicional el acto más básico de humanidad: asistir a quien sufre.

La compasión —que no es lástima, no es debilidad – esa capacidad de sentir con el Otro, de sentir el dolor o la desgracia, síntoma de humanidad y su sentido justicia se evaneció en este siglo. Porque implica no solo sentir, sino actuar: abrir espacios, transformar narrativas, exigir políticas dignas. No basta con condolerse por una fotografía desgarradora; se requiere traducir esa conmoción en preguntas incómodas: ¿por qué ocurre esto?, ¿qué podemos hacer?, ¿qué estamos dejando de hacer?

En México, somos tierra de paso y de crimen organizado; el norte o el sur son vastos territorios de fosas clandestinas, tráfico de sustancias y de personas. Una narrativa oficial que invisibiliza la realidad y una audiencia que desde hace una década lo asimila como parte de su normalidad y agradece a Dios o a la

Pero México también es lugar de destino y de origen de la migración. Eso debería bastar para reconocernos en cada historia migrante. Aun así, se multiplican los discursos que criminalizan a las personas y las reducen a cifras o a amenazas. Como si los derechos humanos fueran privilegios negociables, como si el miedo justificara la crueldad.

Hoy más que nunca, necesitamos recuperar la compasión como acto político. No para romantizar el dolor, sino para no normalizarlo. No para caer en discursos vacíos, sino para devolverle dignidad al lenguaje público. Una sociedad que pierde la capacidad de conmoverse también pierde su cualidad humana.

Volver a mirar con ojos humanos. Volver a escuchar sin prejuicio. Volver a conmovernos. Tal vez ahí empiece todo.

Sara Lozano

Sara Lozano

Colaboradora en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública y profesora en el Tec de Monterrey de Ciudadanía y Democracia. Integrante fundadora de Ellas ABP coordinadora de programas por la prevención de la violencia laboral y económica contra las mujeres.

COLUMNAS ANTERIORES

Pide Caintra presupuesto 2026 con visión estratégica
Disminuye 9% utilidad neta de Banorte

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.