El Medio Oriente continua en una espiral de violencia y conflicto vertiginosa, que data de varias décadas, y parece no tener fin. Ciertamente esta región, aparentemente demasiado alejada de la realidad mexicana, genera la falsa percepción que sus efectos no nos impactan, sin embargo, esto no es así.
Cualquier crisis en el mundo y aún más en el Medio Oriente, tiene efectos directos en México. La amenaza de Irán de cerrar el estrecho de Ormuz a la navegación, como una respuesta a la ofensiva militar perpetrada por Israel, en lo que ahora se ha dado en llamar la Guerra de los 12 días, es sin lugar a duda, una señal muy clara de nuestra relación con esa área del planeta.
El riesgo de un cierre de este estrecho, que es la salida del golfo árabe-pérsico, tiene repercusiones muy directas en nuestra economía en la medida en que este acto podría disparar los precios del crudo a niveles que desestabilizarían la economía mundial y la nuestra en consecuencia.
No podemos seguir pensando que somos ajenos a esta crisis. La posición del gobierno mexicano encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum, da clara cuenta del reconocimiento que se hace ante los posibles embates de esta crisis. El mantener una posición neutral, fincada en los principios de política exterior y argumentando la no intervención, así como la solución pacífica de las controversias, nos muestra la dificultad de posicionarnos en favor o en contra de uno de los actores.
En efecto, lo que pudiera parecer silencio de Palacio Nacional es un claro ejemplo de la dificultad que implica tomar partido. La ambigüedad de la posición de nuestra presidenta se explica por varios factores entre los que destacan las afectaciones al mercado de hidrocarburos mexicano en caso de un cierre del estrecho por el aumento del precio del crudo. También está claro que hay una flagrante violación al derecho internacional, tanto por parte de Israel como de Estados Unidos que han bombardeado a Irán, no obstante, la posición de nuestro país debe ser muy mesurada particularmente frente a nuestro vecino del norte, dada la profunda interdependencia que se tiene y los altos niveles de vulnerabilidad de México.
Desde el punto de vista de nuestra Constitución y del derecho internacional, la posición más lógica sería una condena enérgica a las acciones del Estado de Israel y de Washington. Sin embargo, la posición mexicana es la clara manifestación de realismo político dado que la correlación de fuerzas actuales impide cualquier condena abierta a estos actos. No se trata de una posición falsa, sino de una actitud apegada a la nueva realidad geopolítica global y de las fuerzas actuales.
En su momento, el expresidente López Obrador gozó de mayor autonomía de acción, y podía criticar la posición tanto de Biden como de Trump en su primer mandato, sin temor a represalias importantes.
En la situación actual, la presidenta Claudia Sheinbaum no dispone de este margen de maniobra que tenía en su momento su antecesor, razón por la cual su actitud es de una aparente neutralidad, sin llegar a condenar, ni a Irán ni a los Estados Unidos ni a Israel. Es importante subrayar que esta posición debería estar vinculada a una actitud, si no de crítica, si de condenar que los Estados recurran a la violencia para solucionar tensiones como el generado por el desarrollo nuclear de Irán.
El gobierno mexicano entiende muy bien sus límites y Claudia Sheinbaum los ha ejercido. Demasiados problemas permean la agenda nacional, como para sumar uno más de la escena internacional.
El autor es Doctor en Ciencia Política, especialista en política internacional y asuntos regionales y del Medio Oriente. Profesor investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.