Japón le ha dado un giro radical a la manera en que se promocionan los negocios en mercados tradicionales.
En sitios como el Kuromon Market, en Osaka, los robots no solo se han convertido en una atracción turística, sino en herramientas publicitarias que transforman la forma de interactuar con el consumidor.
Mientras en muchos países la publicidad aún depende de carteles, pantallas, botargas o personal entregando volantes, en Japón los robots recorren los pasillos cargando bandejas con platillos y mostrando los menús en pantallas inteligentes integradas en sus cuerpos.
Estos robots no requieren supervisión humana constante. Se desplazan por las zonas más transitadas del mercado, captando la atención de turistas y locales gracias a su aspecto simpático y futurista.
Lo sorprendente no es solo la tecnología, sino la lógica detrás de su implementación: brindar al cliente toda la información posible antes de entrar al local, facilitando la decisión de compra sin necesidad de interacción humana.
Esta estrategia ha resultado efectiva para aumentar las ventas, reducir costos operativos y ofrecer una experiencia eficiente en entornos de alta afluencia. Pero la revolución tecnológica no se limita a los mercados.
Aunque por ahora son pocos los robots visibles en los mercados japoneses, su presencia ya representa un cambio en la forma en que operan los tradicionales mercados callejeros del país.
Por otro lado, los restaurantes en Asia han logrado optimizar por completo el proceso de atención al cliente.
Al ingresar, los comensales encuentran pantallas táctiles donde consultan el menú, personalizan su orden y pagan desde la misma terminal. El pedido llega directamente a la cocina, evitando errores de comunicación o tiempos de espera innecesarios.
Este modelo permite al personal concentrarse en tareas clave y mejora la eficiencia del servicio.
Aunque en Monterrey ya existen iniciativas similares —como las pantallas de autoservicio en cadenas como McDonald’s—, la diferencia está en el nivel de integración y autonomía que los negocios asiáticos han logrado.
Un ejemplo que me dejó particularmente impresionada fue un restaurante de pizzas que visité en Busan, Corea del Sur, donde cada mesa tenía una pantalla individual. Desde ahí se podía ordenar, pagar y, lo más llamativo: la comida era entregada por un robot con cara de gato.
Al llegar, anunciaba su presencia con un sonido y mostraba una animación de agradecimiento cuando terminabas de tomar tu pedido.
Incluso la limpieza era realizada por pequeños robots que recogían basura y barrían el piso de manera constante.
Probablemente el mantenimiento profundo aún recae en humanos, pero la automatización en la limpieza ya representa un ahorro significativo de tiempo.
En todo el establecimiento, los únicos humanos visibles eran los chefs encargados de preparar las pizzas, ya que la orden, el cobro, la entrega y la limpieza estaban completamente automatizados.
Esta experiencia, funcional y de calidad, es una muestra de cómo será el futuro de muchos negocios.
En Monterrey ya se han dado pasos importantes con la incorporación de robots asistentes en establecimientos como Josephino’s, en el centro de la ciudad; sin embargo, aún estamos lejos de alcanzar el nivel de automatización que ya es una realidad en países como Japón o Corea.
Este tipo de innovación no solo transforma la manera en que se brinda el servicio, también abre la conversación sobre el impacto que la automatización tendrá en los empleos operativos y en la experiencia del consumidor.
En Japón, la tecnología se convierte en una aliada silenciosa que no interfiere con la tradición, sino que la potencia.
El reto para ciudades como Monterrey no será únicamente adoptar la tecnología, sino adaptar estos modelos a nuestra cultura de servicio, a la operación de los negocios y, sobre todo, a las expectativas —y comportamientos— del cliente local.
La automatización no solo exige infraestructura, también requiere una base de confianza, respeto y responsabilidad colectiva.