Abril de 2025 trajo una mala noticia para millones de familias mexicanas: las remesas se desplomaron un 12.14% respecto al mismo mes del año anterior, registrando solo 4,761 millones de dólares.
Se trata de la peor caída mensual desde septiembre de 2012, según datos del Banco de México. El promedio por envío bajó a 385 dólares, un 4.4% menos que en abril de 2024. Lo que parecía ser una fuente inagotable de divisas, comienza a mostrar signos de fatiga.
La explicación no es simple ni única. A nivel estructural, influye el deterioro del mercado laboral en Estados Unidos, donde la inflación, el encarecimiento del crédito y el endurecimiento del discurso antimigrante alimentado por la campaña electoral de Donald Trump han generado incertidumbre entre los trabajadores migrantes.
El miedo a redadas y deportaciones ha llevado a muchos a reducir su actividad económica o a priorizar el ahorro, ante un futuro incierto.
El tipo de cambio también juega un papel relevante. La fortaleza del peso mexicano frente al dólar
ha mermado el poder adquisitivo de los recursos enviados: en términos reales, las remesas llevan ya 19 meses consecutivos de contracción.
En abril, el valor en pesos cayó un 8.9% anual, lo que impacta directamente en el consumo de los hogares receptores, particularmente en estados como Michoacán, Guanajuato y Jalisco.
La dependencia del país respecto a las remesas es estructural: representaron el 3.5% del PIB en 2024, cuando México recibió un récord de 64,745 millones de dólares.
Paradójicamente, este dinero proveniente del exterior ha sido el “respaldo invisible” de millones de hogares frente a la informalidad, la precariedad laboral y la falta de oportunidades internas.
Esta caída debe leerse como una advertencia. La economía mexicana no puede seguir apoyándose en el esfuerzo de sus migrantes como válvula de escape.
Es urgente fortalecer el mercado interno, crear empleos dignos y productivos, y diseñar políticas públicas que detonen desarrollo desde lo local. Las remesas no pueden ser el plan de nación.
Más allá del dato duro, esta caída nos obliga a ver el espejo: cuando el dinero que proviene del exilio económico empieza a escasear, lo que realmente colapsa es el sueño de un país que aún no puede sostener a su propia gente.