Noche. No turba la quietud profunda con que el claustro magnífico reposa más que el rumor del aura moribundaque en los cipreses lóbregos solloza.
Es el primer fragmento de un poema titulado El Monje, del escritor, periodista y poeta chileno Pedro Antonio González Valenzuela (1863-1903) -y que mi amigo Sergio de la Peña declamó en un concurso de oratoria, posiblemente en el año 1974-
Pero volviendo al poema, en cuatro líneas el autor dibuja una escena que solo puede sobrecogernos el alma. Es de noche, en un claustro, en silencio, se escucha el paso del viento por las ramas de los cipreses y se puede sentir que es como un rumor, como un llanto en la obscuridad.
Es casi mágico. Se puede sentir ese momento. No sabemos que pasa, no sabemos quién está ahí, ni por qué, ni para qué.
Bueno, es un ejemplo de cómo la mente nos engaña. Nos ubica en distintos lugares, nos acompaña con emociones y nos proyecta un estado de ánimo.
En la vida cotidiana estamos pasando de un estado de animo a otro con mucha facilidad, ni siquiera nos damos cuenta. A veces cuando el salto es continuo, muy brusco y diametral, se podría hasta diagnosticar como bipolaridad.
Entonces, si no nos detenemos y observamos lo que sucede en nuestra mente, podríamos caer en la peculiaridad de creer, de juzgar y de categorizar lo que nos sucede.
Cuando estamos ahí, en ese momento, podemos fácilmente creer que lo que sucede es algo equivocado, es un error, es un fracaso, es un abuso sobre nosotros. Y entonces reaccionamos como si fuera cierto, irrefutable, verdadero, real.
No lo es. Es un engaño de la mente. Por ello en la práctica de la neurolingüística se establece una y otra vez que observemos no solo la conducta que seguimos sino también el resultado que obtenemos y lo pasemos todo por una criba. Una que dice que no existen los errores, ni las fallas, ni los fracasos. Solo existe el aprendizaje.
Entonces yo les invito a que miremos en retrospectiva los eventos más importantes de nuestra vida, en los pasados 12 meses. Y que los veamos con esta idea en mente.
No existen los fracasos, solo el aprendizaje. No existen los errores solo el aprendizaje.
Pero de igual manera no existe el éxito, solo el aprendizaje.
Mirando esta “nueva” realidad, ahora sí, podemos mirar hacia el futuro y decidir como puedo estructurar esta o aquella actividad, para obtener de ahí un nivel razonable de satisfacción.
Con estos momentos de reflexión podemos darnos cuenta de cuál parte de mi vida debo sanar, qué señales está mandando mi cuerpo y a los que no les he puesto atención.
Podemos profundizar un poco más: que tristezas están ahí y no me dejan respirar. Qué miedos están creando en mi estomago un vacío tan grande que me dan dolor y temblores. En que temores, culpas y ausencias, estoy ocupando mi energía, de tal manera, que siempre estoy cansada.
Qué ideas locas son recurrentes y siempre están revoloteando en mi cabeza para llevarme a donde no quiero ir.
Qué de estas cosas me impiden encontrar los momentos de felicidad que me encaminen hacia el optimismo.
Que miedos y temores bloquean mi fe y anulan mi esperanza.
Hay muchas cosas por hacer en estos días que nos acercan al nuevo año y que nos dan la oportunidad de enmendar el camino. De crear una nueva ruta.
Recuerda, no existen los errores, solo el aprendizaje. Qué hechos nos obligaron a aprender en el 2022 y que, como ya lo aprendimos, no lo necesitamos de nuevo en la vida.
FELIZ AÑO 2023.
No perdamos la esperanza, ni la fe, hasta la próxima.
El autor es experto en comunicación corporativa y situaciones de crisis. Cuenta con un MBA del ITESM
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